La educación está en crisis. Es casi una consigna. Si no lo repites en todo
momento y en todo lugar, no cuentas como experto, cientista de la educación, maestro o profesor.
Pero ¿qué sentido adquiere esta perenne reiteración conceptual para el quehacer cotidiano del
aula?
Crisis ha significado desde antiguo estertor, mutación de un estado a otro,
conmoción. Pese a que tal concepto remite al de fiebre —indicador de cierto estado "non
santo" del cuerpo y del alma— para muchos de nosotros ha sido, a menudo, el momento más
propicio para introducir modificaciones superadoras de tales calenturas.
La historia de la educación santafesina da cuenta de innovaciones superadoras de
algunos estados críticos que son ejemplo de conciencia y creatividad. No estaría de más
compatibilizarlas con las demandas de ahora. A esto todavía les seguimos llamando memoria.
Con esto quiero decir que si es cierto que la educación está en crisis,
afiebrada, con estertores de lucha, no debemos perder tiempo en demasiadas teorizaciones que a la
postre resultan pura retórica. Hagamos algo, rápido, con pasión. Dejemos de masturbarnos
mentalmente en torno a cómo usar el aparato de última generación.
Si conseguimos el aparato nuevo, mejor. Si todavía no lo tenemos, no hay por qué
ahogarse en un dedal de agua. ¿Dejaremos por eso que muchos de nuestros chicos y nuestros jóvenes
pobres sigan paveando, robando, drogándose, sin contención? Me niego a seguir hablando de la crisis
si es que no vamos a poner, acto seguido, manos a la obra y solidariamente.
Pienso que puede ser saludable oponer a la crisis el olvidado concepto
pedagógico de acción. Porque ¿qué significa para cada padre o madre, abuelo, tío, ciudadano común,
la tan mentada crisis de la educación? Confieso que para mí significa la gran oportunidad de
transformación. Porque la educación, la escuela, el gremio, han estado eternamente en crisis. La
beatífica serenidad del estanque no ha existido nunca. Para superar la crisis bastaría con empezar
dejando de especular sectariamente, desde el mandato pétreo de un partido, con una suerte de
canibalismo feroz, sin derecho a pensar por sí mismo y negociar alternativas inteligentes. Por eso
recojo y hago mía la respuesta dada por nuestro gobernador a un periodista santafesino: "Las
políticas de Estado son las únicas que cobran trascendencia y valor".
(*) Decano de Psicología (UNR)