Durante su vida, el portugués José Saramago fue siempre un intelectual comprometido con la
izquierda, incluso en sus momentos de mayor crisis. Crítico incesante del poder y la globalización,
a lo largo de los años desgranó una serie de reflexiones y sentencias en diversos foros y
entrevistas con dpa, desde temas políticos a literarios.
“Yo escribo para comprender (...) Al menos estoy en ello y veremos si al final comprendo
algo”, afirmó hace cinco años sobre su labor literaria en un encuentro en Salamanca.
“La tarea más seria, más auténtica del ser humano, es comprender. No digo comprenderse a
sí mismo, eso no se puede, pero intentar comprender la historia y la sociedad en la que vivimos. Y
sospecho que no nos preocupamos mucho por ello”, aseguraba.
Siempre entristecido con la forma en que marchaba el mundo, le gustaba decir que no era un
pesimista, algo de lo que algunos lo acusaban, sino un “realista”. El mundo es un lugar
“terrible”, no se cansaba de denunciar, pero buscando precisamente el cambio, eso que
lo salvaba del cinismo: “No lograremos hacerlo mejor si no conseguimos entender por qué es
malo. A mí me dicen que soy pesimista, a lo que respondo que no soy yo el pesimista, es el mundo el
que es pésimo”.
“La crisis del mundo es una crisis de ideas. No hay ideas y la gente no se reúne si no hay
ideas”, destacaba, y ponía en debate cuestiones fundamentales como la democracia.
“Alguien dice: la democracia está ahí. Y nadie se acerca a ver si esto realmente es
cierto”. El verdadero poder está en los grandes conglomerados económicos, y éstos no son
democráticos en absoluto. “Podemos quitar un gobierno y poner otro, pero no podemos quitar
una multinacional y poner otra”.
Por eso es necesario debatir lo esencial: “Lo que significa una democracia donde el poder
no es democrático”. Y preguntarse siempre por qué, para qué y para quién ocurre lo que pasa
en el mundo, resumió Saramago hace unos años.
También alertaba: “Si no tenemos cuidado, el gato de la globalización engullirá al
ratoncito de los derechos humanos”, porque no creía que aquella fuera a servir para resolver
los problemas económicos de todos, sino como “una forma nueva de totalitarismo”.
Autor de libros como “El Evangelio según Jesucristo”, “La caverna”,
“Ensayo sobre la ceguera” o “La balsa de piedra”, Saramago también era
escéptico con ciertos elementos de las nuevas tecnologías, aunque no por cuestiones románticas (no
escribía a mano, como otros de su generación), sino más filosóficas.
“Yo a veces digo que sobre la página de un libro uno puede dejar caer una lágrima, pero es
un poco más difícil que una lágrima caiga en el disco duro de una computadora”, señaló a dpa
tiempo después de recibir el Nobel en la Feria del Libro de Fráncfort.
Tampoco creía en el poder de la literatura de cambiar el mundo, porque aseguraba que entonces
éste ya habría cambiado hace tiempo. “Nosotros, lo que podemos tener -afirmaba siempre en su
tono amable, con un español marcado por el acento portugués- son algunos lectores”.
En su caso, más que sólo “algunos”. Y más de uno derramará lágrimas sobre el
teclado, aunque no sea tan poético como el papel. (DPA)