Inés Estévez y Javier Malosetti se enamoraron, pero cuando conectaron con la misma música, redescubrieron una sintonía única con la sensibilidad. La actriz-cantante y el bajista-guitarrista y vocalista debutan hoy, a las 21.30, en Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza), junto a un trío integrado por Mariano Gustoni, en piano; Javier Martínez Vallejos, en batería y Ezequiel Dutil, en contrabajo. "La música me vuelve una persona más plena y más completa", dijo Inés Estévez.
—¿Como se te ocurrió cantar y además cantar jazz?
—No fue ocurrencia mía, fue todo culpa de Javier, hay un origen que tiene que ver con mi historia familiar y que a mi padre le encantaba mucho el jazz, él tocaba contrabajo y piano de oído y cantaba con unos amigos y se ponía a tocar una vez por semana. A mí me llevaba desde que tengo 8 años, pese a que su profesión era otra, ya que era oficinista. Mi padre murió hace muchos años y mi madre siempre fue amante de la lírica y la ópera. Cuando nos conocimos con Javier descubrimos que tanto en su casa en Palomar, con su padre el gran Walter Malosetti, leyenda del jazz; como en la mía, en Dolores, provincia de Buenos Aires, se escuchaban los mismos discos, pero hasta las mismas versiones e intérpretes.
—¿Eso solamente disparó este dúo?
—Es que Javier descubrió que yo sé de memoria todos los standars de jazz, que su padre tocaba instrumentalmente y que él también conoce, y es una música que nos encanta. Empezamos un poco jugando y tocando en casa, y descubrimos que nos gustaban las mismas cosas y sabíamos los mismos temas y disfrutábamos la misma cadencia musical. Fue ahí que él se le ocurrió generar algo profesional y serio. Yo en principio no le di tanta importancia y no pensé que se iba a transformar en algo plasmado tan concienzudamente.
—De todos modos, algo expresivo genuino vio en vos, de lo contrario no te hubiese invitado a este proyecto juntos.
—Sí, bueno, eso me dio mucha confianza, porque yo al principio al lado de un animal de la música como es él no lo tomaba muy en serio. De repente vi que armaba fechas, empezamos a tocar en Boris, que es un club de jazz de Buenos Aires con capacidad para 150 personas, y las entradas se vendieron muy rápidamente y tuvimos que agregar funciones. Desde enero hacemos funciones dobles y me empecé a foguear, con 300 personas por noche en un club de jazz que es restaurante, súper intimista, y tuve que salir al ruedo. Al principio estaba bastante asustada, la verdad es que ni siquiera hablaba y ahora estoy más cómoda y en confianza.
—¿Ya bocetaron algún disco?
—Es un plan que Javier ya tiene sobre seguro y a mí me entusiasma muchísimo, pero es todo tan nuevo que no me quiero entusiasmar más porque me da miedo que se pinche. Me ilusiona tanto lo que está sucediendo que es como empezar de nuevo en una disciplina como la música, que fue una asignatura pendiente toda la vida, y la verdad es que lo había desechado a muy temprana edad. Quise aprender a tocar instrumentos y no tenía quién me enseñara, mis compañeras del colegio primario me recuerdan que yo tocaba la guitarra. Ahora me ponés una guitarra en la mano y no sé ni cómo agarrarla, pero evidentemente algo ahí fue despuntando.
—¿Tuviste experiencias previas en la música antes de la actuación?
—Mis primeros trabajos acá en Buenos Aires fueron con musicales. Mi primer premio me lo gané por un musical, fue una reedición de una obra bastante vieja, llamada "El diluvio que viene", yo tenía 23 años, era muy chica y se volvió a hacer acá con Juan Darthés. Yo estaba empezando, algo cantaba y como tenía formación en la danza, había bailado de los 4 hasta los 13, me llamaron. Además, había hecho también un musical infantil, que se llamaba "Saltimbanquis", y que musicalmente tenía mucha excelencia. O sea que tuve mi camino por ahí, pero yo misma lo deseché, porque me parecía que diversificarme entre la actuación y el canto iba a hacer que no me tomaran tan en serio. Me enfoqué en la actuación durante 30 años y cuando no pensaba bajo ningún punto de vista relacionarme profesionalmente con nada parecido a la música surge esta posibilidad. Y ahora, después de la gira del litoral, hacemos Rosario, Salta, Jujuy, Tucumán, Mar del Plata, La Plata, Montevideo, el ND/Teatro de Buenos Aires, que es una sala muy grande, y después de agosto iríamos a Chile y quizá a España. Y cerca de fin de año, Javier quiere encerrarse a grabar el disco.
—Sos una artista multifacética, que de un día para otro te alejaste por casi diez años y después regresaste con todo. ¿Por qué pasó todo esto?
—En realidad, dejé de actuar pensando en no volver a actuar nunca más, fueron nueve años. Hasta que apareció Daniel Burman, que me tentó con una película ("El misterio de la felicidad", junto a Guillermo Francella), yo había dirigido mi primer obra teatral, publiqué mi primer novela llamada "La gracia", diseñé un sistema nuevo para aprender interpretación que estoy enseñando hace nueve años, y cuando él me propuso hacer cine, que es una de las disciplinas que más me gustan, decidí intentarlo a ver si me podía conectar con el hecho artístico y evitar el sistema, que es lo que a mí me aniquila.
—¿Qué te aniquila del sistema?
—Las reglas del sistema de la actuación, desde la globalización para acá, carecen absolutamente de valores. Los valores están puestos en ser notorios, no en ser notables, en la fama, no en el contenido ni en la sustancia. Y eso a mí no me gustaba y por eso me retiré. Y retomé desde el lugar de conectarme con la esencia, con el arte y no con el sistema, y funcionó. Es una tarea más, ya no es mi única tarea y ahora se sumó la música que es algo que decir que me complace es poco. Me vuelve una persona más plena y más completa.