José María Contursi es uno de los grandes letristas del tango.
José María Contursi es uno de los grandes letristas del tango.
Los genes los tenía bien puestos: era hijo nada menos que del gran Pascual, el creador de “Mi noche triste”, el inventor del tango canción, el hombre que por tal razón fue estigmatizado por Borges.
Pero a Catunga, como le decían, no le hacía falta nada más que su propio talento para superar la barrera del olvido.
La lista de sus obras es larga. Incluye, por ejemplo, “Lluvia sobre el mar” y “Tabaco”, con música de Armando Pontier; “Cristal” (joya compuesta en dupla con Mariano Mores); los maravillosos “Mi tango triste” y “Garras” (con Pichuco); “Milonga de mis amores” (con el genial bandoneonista Pedro Laurenz); “Tú” (con el recordado José Dames), y el vals “Bajo un cielo de estrellas” (con Héctor Stamponi y Enrique Mario Francini).
Pero el tango que lo convirtió en leyenda es “Gricel”.
No sólo por su belleza, sino por la historia que arropa su génesis: la de un amor que se transformaría en obsesión y martirio para tornarse, ya en el crepúsculo de la vida de Catunga, en el remanso donde se aquietaron las penas y las furias.
La historia comenzó cuando el poeta era muy joven, pero ya exitoso. Fue en la radio donde trabajaba como locutor que conoció a Susana Gricel Viganó, una adolescente nacida en Quilmes que vivía en Capilla del Monte. Amiga de dos hermanas porteñas, Gori y Nelly, en un viaje que hizo para visitarlas le presentaron a José María Contursi, por entonces de 28 años, casado y con una hija.
Dicen que allí surgió el amor, pero la relación arrancó más tarde, cuando Catunga –gravemente enfermo– recibió el consejo médico de viajar a Córdoba para hacer reposo y por sugerencia de Nelly fue a casa de Gricel, donde la chispa surgida en Buenos Aires se tornó fuego.
Y así continuó la saga, entre encuentros y desencuentros, hasta que Contursi decidió no regresar más. Pero la estela no se apagaría y “Gricel” es la prueba.
Pasaron los años (y los desengaños, según otro tango) y Catunga, ya viudo, se entregó más que nunca a la bebida. Ella, en tanto, también estaba sola. Es el momento en que interviene un tercero: el notable bandoneonista Ciriaco Ortiz.
Un día de 1962, el entrañable “Ciriaquito”, como le decían, preocupado por el estado de su amigo fue hasta Capilla para conocer a Gricel. Y le contó todo.
Ella no vaciló: viajó a Buenos Aires y se reencontró con Catunga.
Ya no se separarían hasta la muerte de él, el 11 de mayo de 1972.
Ella partiría a los 74 años, el 25 de julio de 1994, por causa de una leucemia.
El tango que los reúne para siempre es uno de los momentos de mayor esplendor de un género que se resiste a morir, y que encarna lo mejor que hayan dado los argentinos.