Es otra vez otoño y nos atrincheramos debajo de las mantas a ver películas viejas por
televisión.
Es otra vez otoño. Comemos chocolate y tomamos coñac, conversamos y hacemos el amor. Después
leemos el mismo libro.
Es otra vez otoño, hace frío y nos estremecemos al salir de la cama. “Te corrió el
diablo por la espalda”, decía mi tía, que para entrar en calor tomaba licor de huevo.
Es otra vez otoño, por fin se fue ese clima pegajoso, tan pegajoso que no daban ganas de
abrazar a nadie. Ahora, en cambio, tus pies desnudos son suaves bajo las frazadas.
Es otra vez otoño, la ciudad se abre a la exploración de las caminatas. Me interno en las
calles guiado sólo por el instinto, parando en ciertos bares, entrando en las librerías de viejo.
En una que está por Rioja entre Buenos Aires y Laprida me tropiezo con Gary Vila Ortiz. “Acá
hace falta whisky”, dice. “No traje la petaca”, contesto. “Error
imperdonable”, me reta.
Es otra vez otoño y aunque no uses boina como las chicas nerudianas los ojos te brillan con
picardía. De nuevo es placentero andar de la mano, apretártela, jugar con los dedos entre los
tuyos, detenerse para un beso que borra la melancolía. Es otoño también en el alma.
(Es otra vez otoño y la música espera en alguna parte. Caminamos por las veredas cubiertas de
hojas que han dejado caer los plátanos. Las vecinas rezongan porque se tapan las bocas de tormenta
pero nosotros las pisamos con alegría infinita. Ese crujido nos devuelve la infancia).
Es otra vez otoño, y aunque falten amigos y haya desamores que cortan como navajas, el cielo
diáfano y el sol tibio nos recuerdan la dulzura de la vida. Es otra vez otoño y vale la pena la
pena, porque el corazón se ha fortalecido en las tormentas y la mirada sabe encontrar el
camino.