"Por cuatro días locos que vamos a vivir", es el verso inmortalizado en la voz de Alberto Castillo para el carnaval pero que bien podemos usar para un clásico anual que ya tiene, podría decirse, fecha fija en el calendario: el malestar social de fin de año y su posible consecuencia de reacciones públicas, tal vez violentas, pero seguramente incómodas para cualquier gobierno que se precie de eficaz porque no se puede exhibir logro alguno por magnífico o modesto que fuere, si no hay paz social.
Dicen, lo leí en una crónica venida de aquellos lares sin firma de nadie, que el presidente sirio, Bashar al-Álsar, pidió a sus colaboradores alguna política visible para dar sensación de normalidad en el país. Supongo que cuando todavía no había estallado por los aires un cuarto de su territorio, a alguien se le ocurrió proponer que el Estado suministrara pintura para que casas fueran remozadas y a otro no sé qué festival que hiciera a las personas bailar en las calles y así algunas otras sugerencias que se fueron revelando disparates a medida que alguien las objetaba. ¿Qué casas se podrían pintar si las bombas las están derribando? ¿Qué gente saldrá a bailar a las calles, si se encuentra huyendo rumbo al Mediterráneo para llegar a Europa arriesgando su vida para tratar de salvarla?
Es verdad que hay cuestiones en las que la sensación difiere como dato de lo real. La sensación térmica, explican los especialistas de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la UNL, suele diferir en algunos grados —generalmente para arriba en el verano y para abajo en el invierno— por conjunciones surgidas de combinar viento y humedad (que apenas menciono para no equivocarme en su referencia) que no sé bien cómo funcionan.
Lo interesante es que si bien la temperatura de la sensación térmica no es la temperatura "real" no se trata de que sea "irreal" o un invento. Lo que hablaría de un absurdo o una mentira. Sensación (viene de sensatio, del latín, proviene del verbo sentire, percibir, discernir por los sentidos, escuchar) describe la percepción sensorial, a través de los sentidos, que algo provoca en una persona. En el caso de nuestro ejemplo: el frío o el calor que nuestro cuerpo siente cuando confluyen determinadas condiciones atmosféricas.
La pregunta que cabe hacernos es cuál es más real. La temperatura del ambiente o la que nuestro cuerpo siente y a la que reacciona en consecuencia. Porque habremos de abrigarnos más si más frío sentimos en el cuerpo y viceversa si es calor lo que hace transpirar.
Se impone una digresión en este punto porque suele resultar frecuente que los dirigentes usen el vocablo sensación para relativizar una determinada situación social a la que se quiere describir con metáforas sensoriales. "La tensión social está que arde"; "la economía se enfría"; "el clima electoral tiende a calentarse"; y otras por el estilo pretenden encender una alarma. Pero si hablan de sensación le otorgan un sentido proporcionalmente inverso al que el vocablo describe.
Hermes Binner supo protagonizar —bastaría para ello repasar el archivo de este diario, cosa que hice— en algún momento de su gobierno algunas polémicas cuando pretendió tranquilizar a los santafesinos afirmando que la inseguridad —sobre todo en Rosario— era "más una sensación que una realidad" en la que las crónicas periodísticas contribuían asustando a la ciudadanía.
No hay nada que agregar a esto. Antonio Bonfatti, quien en estos días debió aclarar que el juicio sigue abierto y ratificar que él sigue siendo querellante en la causa, percibió "sensorialmente" los balazos que atravesaron puertas y ventanas de su domicilio particular y no hay dudas de cuán reales fueron: pudieron haberlo dejado viudo.
La ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley, acaba de afirmar: "No hay ninguna posibilidad concreta de que haya conflicto social a fin de año", pero agregó "esperemos que no haya ningún sector que busque especular políticamente con eso".
La ministra parece saber de qué se trata. Diciembre es a algunos sectores políticos lo que marzo es para los gremios docentes: la oportunidad de obtener ventajas que en otro momento del año resulta mucho más difícil no ya exigir sino plantear. Con la mera amenaza de no comenzar las clases, los gremios (que después algunos no quieren que la tarea de sus afiliados sea evaluada en el aprendizaje obtenido por sus educandos) saben que la necesidad de los gobiernos de evitarse conflictos a comienzo de año y la impaciencia de los padres, les juegan a favor de las chances de conseguir sus demandas.
Aun así, los gremios mantienen su lucha dentro la institucionalidad y buscan tensionar el diálogo con sus patronales evitando cortar la soga. Al fin y al cabo un conflicto —esto ya como axioma general— se sabe cómo comienza y no cómo concluye. Mantener una confrontación gremial es siempre desgastante para ambas partes.
Y a ese desgaste es al que alude la ministra Stanley en lo que fuera su advertencia de esperar que ningún sector busque especular políticamente con el clima de fin de año.
Un conflicto social indeterminado que altere la paz instalando con hechos violentos tales como amenazas —del estilo de las que está recibiendo la gobernadora de la provincia de Buenos Aires— o saqueos a comercios o vuelque imprevistamente a la calle a ciudadanos carecientes "autoconvocados" una estado de zozobra e inquietud, ¿qué busca?
El ex vicegobernador santafesino peronista, Antonio Andrés Vanrell, me admitió a medias alguna vez lo que algunos investigadores ya habían afirmado en artículos y libros que fue él quién estuvo detrás de los saqueos que incendiaron Rosario en 1989 coadyuvando a agravar la situación del país por la que el presidente Raúl Alfonsín terminaría su mandato de manera anticipada.
"Algunos de nuestros compañeros acompañaron a los vecinos para tratar de evitar que sufrieran algún daño por parte de la policía", me dijo el ex vicegobernador desde un cinismo absoluto.
Pocas horas antes de que la ministra Stanley enviara ayer su mensaje que no puede concebirse como una expresión al pasar. No cuando este diciembre es el umbral a un año electoral y si bien el segundo semestre prometido por Mauricio Macri fue un fiasco lejos de la lluvia de dólares que esperó su gobierno o de la reactivación que sus ministros repitieron a modo contraste luego del estancamiento en los últimos años del kirchnerismo, tampoco fue todo lo desastroso que algunos sectores opositores, fundamentalmente el propio kirchnerismo, anhelaron.
Un dirigente gremial acaba de confidenciarme que la CGT no trata de hacerle ningún juego favorable a Macri al no confrontarlo con paros y protestas sino que evita llevarse el fiasco de tener menos gente en la calle "que la que tuvo Lifschitz en Rosario protestanto por la inseguridad o la de las mujeres que le llenaron de grafitis media ciudad". El peronismo sigue dividido, sin conductor claro y con autoridad reconocida; Cristina tiene seguidores pero una imagen negativa de profundidad abismal y fuera de los radicales, Carrió y Stolbizer, todos quieren que la ex presidenta sea candidata el año que viene y obtenga la menor cantidad de votos que sea posible. "Una celda la martirizaría frente a sus seguidores y todas las acusaciones en su contra caerían bajo la contundencia de su victimización. En cambio un resultado electoral desfavorable para un político de raza suele ser su póliza de retiro", según la lectura de este gremialista para quien una guerra de guerrilla con paros y marchas gremiales que horade a Macri no haría más que favorecer a Cristina.
Pocas horas de que ayer la ministra Stanley avisara que está alerta, la misma actitud había adoptado el gobernador santafesino Miguel Lifschitz. Poco afecto a las metáforas, el ingeniero se ve siempre atraído por el dictado fáctico de la realidad. Un edificio que se te cae encima te aplasta sin darte tiempo a que tengas frío o calor ya sea por temperatura ambiente o sensación térmica.
Lifschitz entendió que su edificio crujió fuerte con la marcha por la inseguridad en Rosario y no dudó en revisar y cambiar toda su estrategia de construcción.
Hace un par de días un paciente murió porque la ambulancia que lo trasladaba desde Los Amores a Vera quedo empantanada en el barro. El traslado, de no haber mediado la tragedia, es una perfecta versión local de la comedia cubana Guantanamera.
Demetrio Ferreyra, de 76 años, se descompuso en su casa de Cañada Ombú, en el departamento Vera. El médico más cercano lo encontraron a 22 kilómetros. Cuando lo revisó ordenó el traslado en ambulancia hasta un nosocomio de mayor complejidad. Se había pensado trasladarlo al hospital de Reconquista pero finalmente optaron por llevarlo a un sanatorio de Vera, que atiende con la obra social de jubilados Pami.
El trayecto desde Los Amores a Vera se realiza por la ruta provincial Nº 3. Son aproximadamente 150 kilómetros, de los cuales alrededor de 70 kilómetros son de calzada natural, de tierra. Las últimas lluvias terminaron empeorando la situación. Los familiares de Ferreyra comentaron al Diario Uno que la ambulancia del servicio 107 emprendió la odisea sin un médico a bordo y solo con una enfermera que acompañaba al paciente que tenía síntomas de haber sufrido un ACV. Debían llegar al menos hasta Intiyaco, localidad donde comienza la parte asfaltada del trayecto.
Las maniobras del chofer, acostumbrado a situaciones similares, no alcanzaron y la ambulancia quedó empantanada entre las localidades de Los Tábanos y Golondrinas, a 20 kilómetros aproximadamente de Intiyaco. Inmediatamente pidieron socorro a otra unidad del servicio de emergencia provincial para realizar el traspaso. La posta del 107, que se encuentra en Golondrinas, demoró alrededor de media hora hasta llegar al lugar. El traslado continuó en la segunda ambulancia. Los familiares de Ferreyra contaron también que las maniobras zigzagueantes de la unidad provocaron que las puertas de la unidad se abrieran. De hecho, realizó el último tramo del trayecto de esa forma, ya que si se detenía corría el riesgo de quedarse empantanada, al igual que la primera. Lo cierto es que los 150 kilómetros se recorrieron en aproximadamente cuatro o cinco horas. El paciente fue llevado hasta un sanatorio privado de Vera. Los profesionales pudieron hacer poco, Demetrio Ferreyra falleció dos horas después de haber arribado.
Este relato del diario santafesino demuestra que la obra pública que obsesiona a Lifschitz, no importa ya si para diferenciarse de sus antecesores o no, es tan importante y urgente como la seguridad. En el norte donde el calor no se mide no por la columna mercurial ni por sensación térmica sino por agobio absoluto, las carencias también matan. Con sabor a sapo hizo aprobar la adhesión provincial al blanqueo macrista: necesitaba la autorización para emitir bonos y conseguir fondos en el exterior para obras públicas.
El gobernador dijo que no advierte situaciones de riesgo social para fin de año y puso en marcha "un plan preventivo" se seguridad para fin de año.