El presagio fue sonando de diferentes maneras: a veces como una amenaza, otras como parte del destino inevitable, o como el desafío de un descubrimiento exótico al mejor estilo de los estudios antropológicos. Otras tantas, como una obligación profesional de encontrar ciertos modos que permitan una visión general, más o menos representativa, de la escena local.
Así llegamos finalmente a ver una obra del autor y director José Alberto Berlén, alguien con casi cuatro décadas en el hombro del oficio teatral y un reconocimiento absolutamente disímil. Lo cierto es que "Las mujeres de los martes", su último estreno pasó por la sala Arteón, Sarmiento 778, y promete volver.
En la espera, mientras suenan los acordes de una versión instrumental y jazzera de "Garota de Ipanema", una mujer cuenta que la última obra de teatro independiente que vio fue una en la que actuaban todas mujeres que revivían su infancia, que fue muy divertida y la pasó muy bien. Y enseguida comenzó a pasarle revista de su situación familiar a la señora que la acompañaba en la butaca de al lado, que cierto parate económico se siente en el taller mecánico de su hijo, que tiene ganas de reunirse con sus ex compañeras del secundario pero que la casa es chica. Justo en aquel instante comienza la función.
Parece que el tema que circula es la reunión entre mujeres, en la butaca, en el recuerdo de la señora y ahora arriba del escenario.
Sin la más mínima pretensión escenográfica, se ambienta la casa de Mercedes (Raquel Monti), en algún departamento porteño. Allí se reunirán seis amigas, como todos los martes desde hace diez años. Ellas son María (Alejandra Rubino), Emilia (Marcela Moreno), Ana (Mirta Belasino) y Luisa, su pareja (Verónica Ciocchetta) y Victoria (Natalia Mancini).
Llegan de a una a la cita, en la que circulan conversaciones triviales acerca de hombres perdidos y fracasos amorosos. Aparecen confesiones, la líbido inconclusa y las manchas de las tigresas.
Y entonces irrumpe Rodolfo (José Berlén), un ex compañero de la secundaria de Mercedes. Entre ellos, un vínculo con más interrogantes que certezas modificará el curso de la noche.
Lo que puede verse en "Las mujeres de los martes" es que para generar un pasatiempo, al menos para este auditorio donde había hombres y mujeres de diversas edades, no hace falta mucho más que tener la audacia de subirse al escenario y ponerse bajo las órdenes de Berlén para reproducir en forma coloquial muchas de las conversaciones cotidianas sobre historias comunes de sexo y amores.
Sería interesante poner en tensión el estilo dramatúrgico, las técnicas de actuación, la forma de dirigir, el esquema de producción y demás cuestiones de lo que reconocemos que forma parte de toda maquinaria teatral, con lo que sucede realmente en esta obra.
El teatro pierde la complejidad de su proceso, ya no hay capas de sentido por descubrir, no hay metáfora que nos permita interpretar la realidad de otro modo, casi no hay fantasía, está todo dicho. Sólo hay una situación expositiva en la que buena parte del público parece sentirse identificado a carcajadas, una poética diferente y poco habitual, que confronta con el teatro que vemos en todas las salas de la ciudad.