"Antes del cannabis, mi familia era un caos. Lázaro vivía llorando, golpeándose la cabeza contra la pared o contra la mesa, mordiéndome a mí o a su papá, sin poder dormir. Ahora somos una familia normal", cuenta Valeria Gauna. La mujer, mamá de un nene de 3 años con autismo, es una de las voceras de Mamá Cultiva, una organización de familias de niños con epilepsia refractaria y otras patologías que, ante el fracaso de la medicina tradicional, encontraron en el extracto de cannabis una alternativa terapéutica para controlar las convulsiones, aliviar los dolores o complementar otros tratamientos.
La asociación hizo pie en Rosario a mediados de año y ya suma a una veintena de familias que reclaman por la legalización del cultivo de plantas para uso medicinal y el desarrollo de investigación científica en torno al cannabis. Porque, advierten, "en la resina de la planta encontramos la solución para aliviar la vida de nuestros hijos. Y no es posible que nos den el mismo trato que a un narcotraficante".
Esa es la historia de Valeria y la de las otras mujeres que forman parte de la organización; una red de intercambio de experiencias y conocimientos que, aclaran siempre, no vende aceite, semillas, flores ni ningún derivado de la planta de cannabis. "Mamá Cultiva es una organización de familias que atravesamos el dolor de tener un hijo con distintas patologías y no encontrar en la medicina tradicional una respuesta", apunta Valeria.
Su hijo, Lázaro, tiene tres años y diagnóstico de autismo. "Desde muy chico hizo crisis fuertes en las cuales se autoagredía y agredía a los demás; por eso, buscando y consultando, llegué al cannabis y fue la mejor decisión de mi vida", recuerda su mamá.
—¿Recordás la primera vez que le diste cannabis a tu hijo?
—Fue un martes a la noche, el 12 de julio pasado. Tenía el gotero en la mano y sólo pensé en ver qué pasaba con eso. Se lo dí esa noche y al otro día a la mañana. Para el mediodía del miércoles, Lázaro era otro nene. Conectó su mirada, se dio cuenta que habia gente alrededor suyo, miraba a las personas y desde ahí hasta hoy presenta cambios todos los días. Mi hijo no comía nada que no fuera flan, gelatina y Nestum, hace dos o tres días empezó a comer frutas, para mí eso solo es milagroso. Antes no permitía que nadie más que yo se le acercara, ahora juega con su papá, ayer se durmió en brazos del hermano por primera vez. Son cambios espectaculares.
—¿Qué dicen en tu familia del tratamiento de Lázaro?
—Mi marido tenía un poco de miedo, mis viejos y mi hermana también. Es lógico en todas las familias que haya temor a que el tratamiento pueda provocar alguna adicción o un efecto colateral. Pero sólo con ver los cambios de Lázaro, nos olvidamos de los miedos.
—¿Cómo consiguen las flores (cogollos) para elaborar el aceite?
—Mamá Cultiva no reparte ni vende semillas, plantas o aceite. Conseguimos semillas (algunas las compramos en España) y tenemos nuestras plantas, con el corazón en la boca, porque sabemos que estamos haciendo algo ilegal. Estamos también de la mano con cultivadores solidarios, gente que fuma de manera recreativa y nos explica cómo poner las macetas, cómo cultivar. Por eso reclamamos la legalización del autocultivo. ¿Por qué tengo que tener yo el mismo trato que un narcotraficante si soy una mamá que cultiva la medicina para su hijo? Somos mujeres que conocimos el dolor y la desesperación, que vimos cómo nuestros hijos tenían que tomar decenas de pastillas por día que le provocaban pérdida de vista, problemas de hígado y renales.
—¿Tienen asesoramiento de profesionales de la medicina?
—Tenemos contactos con la gente de Arec (una asociación interdisciplinaria que aboga por la implementación de un nuevo paradigma en políticas de drogas) y de médicos que asesoran en el tratamiento y hacen un seguimiento de los pacientes. Nosotros tenemos reportados todos los avances que van haciendo los chicos.
—Si los beneficios del cannabis son tantos, ¿por qué consideran que no se avanza en la investigación científica?
—Por dinero. Para los laboratorios un niño sano es un cliente menos, si yo tengo una planta en mi casa, la cuido, saco el aceite y mi hijo mejora, el niño deja de consumir entre 20 y 30 pastillas por día. Creo que ese es uno de los principales temas y otro es el prejuicio, por eso creo que hay que hablar mucho del tema. Antes del cannabis, mi familia era un caos. Lázaro vivía llorando, golpeándose la cabeza contra la pared o contra la mesa, mordiéndome a mí o a su papá, sin poder dormir. Ahora somos una familia normal.