Todo el mundo dice, entre los protagonistas se entiende, que el clásico es un partido aparte. A veces suena a frase de ocasión, a intento de trasladarle la presión al otro o disminuir la propia. Pero vaya que pudo comprobarse una vez más ayer en el Gigante. No sólo por el favoritismo claro que traía Central (ganado con justicia por la diferencia en la tabla pero antes que nada por el juego que supo construir) y que no pudo llevar a la práctica, sino porque parecía imposible que Bernardi pudiera desestructurar su ideario táctico y lo hizo a tiempo en bien de un desanimado equipo.
Pero además, en contexto de máxima presión como nunca para el team rojinegro, parecía imposible que pudiera llegar a un final de desahogo con casi la mitad del equipo con pibes, tres de ellos debutantes en el partido más importante de la ciudad. Es más, si Bernardi había puesto tres en la ida en el Coloso y perdió, la razón siempre en discusión en el fútbol indicaba que debía apelar a más experiencia. Sin embargo, redobló la apuesta, fueron 5 juveniles de 11 los que poblaron el césped del Gigante con la camiseta rojinegra y logró su cometido.
Y si algo faltaba para confirmar aquella primera apreciación, que sobre todo desde el búnker canalla exhibieron en la semana previa (vaya que con razón), la figura fue uno de esos chicos, encima recién llegado al club: Lucas Boyé, a quien además en River lo tenían relegado. Habrá entonces que rendirse ante la evidencia. Si la lógica en el fútbol se lleva buen porcentaje en un pronóstico, en un clásico a veces se relativiza tanto que, como el de ayer, da por tierra con la mayoría de ellos.