El doble crimen de Laura López y su hija de 4 años, asesinadas a golpes en enero de 2013 en su casa de La Lagunita, comenzó a tratarse ayer en un juicio oral contra Jonathan Olivera, quien lleva tres años preso. La Fiscalía pidió que lo condenen a prisión perpetua mientras que el acusado se declaró inocente y apuntó a otros tres muchachos.
"Jamás maté a nadie y menos a una criatura", se defendió, y admitió que por sus problemas de adicción a las drogas lo consideraban el "ratero" del barrio y no era bien visto en el vecindario.
En la jornada inicial del juicio la fiscal María Alejandra Rodríguez y las abogadas querellantes Agustina Prestera, Ingrid Plessen y Virginia Llaudet pidieron prisión perpetua para Olivera por los delitos de robo y doble homicidio críminis causa (cometido para robar) y agravado por el ensañamiento. En ambos casos fundaron sus alegatos en las últimas palabras que dijo la nena, Mía Valenzuela, antes de ser asesinada: "Ya te vi Jony. Ya te vi que sos vos". Algo que escuchó escondido bajo la cama su hermanito de 7 años, quien sobrevivió al ataque.
Pruebas y testigos. Entre otras pruebas a discutir en el debate resaltan el relato de la niñera de los hijos de López, quien se topó con la dramática escena y ayer fue la primera en declarar: dijo que al llegar a la casa esa mañana vio a Jony a través de un ventiluz que da a la calle (ver aparte). Además hay una pericia sobre una huella dactilar y el relato en cámara Gesell de Román, el hijo mayor de López. En la lista de testigos también está Cristina Ojeda, madre de Laura y quien durante tres años motorizó el avance de la causa hacia el juicio.
"Fue un hecho atroz que cambió la historia de una familia", arrancó la fiscal Rodríguez su alegato de apertura ante los jueces Marisol Usandizaga, María Isabel Mas Varela y Edgardo Fertitta. Recordó que Laura, de 26 años, se levantaba temprano para ir a trabajar en una empresa de catering. La mañana del 20 de enero de 2013 los chicos dormían y ella esperaba a la niñera cuando, cerca de las 7, un hombre entró por la ventana, la empujó hasta el baño y la atacó con ferocidad en su casa de pasaje 1851 al 6600 (bulevar Seguí a la misma altura).
La acusación planteó que ese atacante era Olivera y que afuera de la casa esperaba como "campana" Maximiliano "Muqueño" López, quien hace dos semanas aceptó en un juicio abreviado una pena a 10 años de prisión como partícipe secundario. "La golpeó contra las paredes, contra el inodoro y contra la bacha. Le causó una herida frontal en la cabeza, fractura del índice izquierdo, hematomas en todo el cuerpo y un hematoma subdural en la cabeza. La mató a golpes", relataron las abogadas de la familia.
"Los dos niños de 4 y 7 años escucharon todo hasta que Mía, con toda su inocencia, salió a ponerse un pantaloncito", continuaron. En ese momento la nena se cruzó con el agresor y dijo las palabras que escuchó su hermano: «Ya te vi Jony. Ya te vi que sos vos». Entonces, "al ver que lo había reconocido" el agresor "toma un martillo, la golpea tres veces y le causa hundimiento frontal parietal y occipital". Huyó de la casa llevándose sólo un DVD, una play station y dos joysticks envueltos en un mantel. El hijo mayor de Laura también fue golpeado pero salvó su vida de milagro al esconderse debajo de una cama, donde se desmayó.
El rata del barrio. Otra versión presentó la defensora oficial Florencia Chaumet. Definió aquel domingo como "un día trágico" pero remarcó que Olivera "no es un asesino. No mató a nadie y tenía una relación especial con esos niños, con quienes jugaba cuando iba a cortar el césped a la casa de su abuela".
"Jonathan Olivera no era un vecino ejemplar. Tomaba y era adicto. Hurtaba en el barrio. Era el raterito del barrio", arrancó Chaumet, y relató que dos episodios de sobredosis estuvieron a punto de costarle la vida al joven de 23 años. Para la defensa, su presencia en el banquillo se explica porque esa mañana "una turba de personas, una horda de vecinos, atacaron a piedras, mazazos y botellazos su casa", la saquearon y la incendiaron antes de que llegara la policía y lo detuviera. Tres meses después escapó de la comisaría y fue recapturado en junio de 2014.
Para la defensa eso generó en los testigos la "convicción subjetiva" de que era el culpable: "Lo más sencillo era culpar al rata del barrio y dar por terminado el caso. Pero una sucesión de hechos desgraciados no puede ir contra el principio de inocencia", dijo Chaumet, y atacó la "absoluta deficiencia de la investigación y la instrucción" y recordó que Olivera pidió someterse a un estudio de ADN para cotejar su sangre con un pelo hallado bajo una uña de la víctima, pero "todo el material biológico había sido destruido". Luego pidió un cotejo con un remanente de sangre hallada en la supuesta arma homicida pero no se pudo porque "la policía perdió toda la prueba".
Todo. "Soy inocente. Yo me drogaba, peleaba pero jamás maté a nadie, menos a una criatura. Me sentí mal porque me acusaron de algo que no había hecho", dijo Olivera, que sólo respondió preguntas de su defensa y dijo que no tener relación con López aunque conocía a los niños.
El acusado contó que la noche anterior había ido a un cumpleaños de 15 con sus padres y novia. Al volver a la casa de su madre se acostó y luego se escapó para comprar droga en un búnker de calle Perú. "Salieron tres pibes: Jesús V., Walter «Lágrima» y Uriel y me dieron unas cosas para vender. Estaban como asustados. Como vi sangre (entre los objetos) les dije que no. Me corrieron y me dijeron que no bata la cana. Me fui a dormir y me despertó mi primo para avisarme que llegaban los vecinos a romper la casa. Antes no quería declarar porque me habían amenazado a mí, a mi familia y a mi novia. Ahora declaro todo lo que sé".