Una tarde de enero de 1953, Eli no se pudo levantar de la cama. Tenía cuatro años y la epidemia de poliomielitis que asolaba Rosario la sumó a sus víctimas. Su papá era médico y la familia no tardó en intuir el futuro que le esperaba a su única nena. Pero seis décadas después, desplegando los mandalas que pinta, hablando de colores, música, solidaridad y poesía, los rastros de aquel día sólo están en la silla de ruedas, en sus movimientos limitados y en la dificultad para hablar, porque en ella creció un mundo interior tan luminoso como cada uno de sus cuadros.
"Mi amiga Mirta, que vive acá (por la residencia geriátrica en la que están alojadas, Casa Club), me dijo que tenía que exponer", cuenta Elisa Peralta sobre la conversación que impulsó la muestra que organizó dos semanas atrás en Casa Club, donde vive hace tres años.
Desde ese momento estuvo pendiente del proyecto, pintó mandalas como nunca y se ocupó de la organización, difusión e invitaciones. Hasta que llegó el día, en pleno diciembre.
La exposición fue un éxito y una epifanía para su espíritu inquieto y creador y para el resto de la familia, que cenó con ella en el jardín del lugar hasta entrada la noche. Había tanto por celebrar, tanto por redimir de aquel verano de dolor que la marcó para toda la vida.
La muestra incluyó cincuenta mandalas para el asombro y en un caballete, una historia de vida que le hizo Martín, un familiar. Era sábado y ella esperó a los convocados, coqueta en su silla de rueda. Nadie faltó a la cita. Más aún, ese mismo día vendió varias de las obras que exhibió en la muestra que dedicó a sus amigos y a Dios.
Eli es delgada, menuda, de ojos verdes y cálida. Viste impecable con collarcito y cartera. Mira a su interlocutor, sonríe y habla. Sólo hay que sincronizar el tiempo de escucha, más lento que lo habitual, para conocer en primera persona sus vivencias. Participa de varios talleres del lugar y pinta en el comedor, después de desayunar y por la tarde, rodeada de otros residentes que pueden opinar pero, aclara, a los colores sólo los elige ella.
Los colores y la vida
Tres años atrás vio a una prima coloreando estas figuras geométricas y quedó prendada. Consiguió diseños y lapiceras "de gel con brillitos" para encender colores con una presteza que llama la atención. Una motricidad fina que se vuelve enorme en sus manos con las huellas de la polio.
No hay improvisación. Cuenta como elige los tonos y como los convierte en series policromas. No hay una línea fuera de lugar, no hay un error en la centena que ya lleva realizada.
De pronto busca en su teléfono y muestra una foto. Es un árbol rutilante rojo, verde, amarillo y azul entre otros.
Fue el primero que pintó, casi con rango de génesis "representa la vida", y cuando sus compañeros de residencia lo vieron quedaron tan asombrados que la animaron a seguir.
Pero si de aliento se trata el número uno lo lleva Leo García, el profesor del taller de pintura, donde tomó pinceles por primera vez y se animó también con acuarelas y acrílicos.
"Tiene dos especialidades", dijo sonriente su hermano Juan Pablo, a quien Eli define como su puntal, su protector y extiende la admiración a su cuñada, sobrinos y sobrinas nietas, incluidos los parientes políticos. La familia siempre fue su ancla desde cuando vivía en su departamento asistida por personal.
Más atrás en el tiempo, mientras daba batalla a su discapacidad, cursó la primaria y tomó clases de nivel secundario con profesores particulares. Literatura fue la materia preferida y aún recita de memoria decenas de poesías de autores españoles; hasta intentó publicar una antología que ahora lleva a las clases de fonoaudiología como materia de lectura.
Pero no fue lo único. También fue copista para la Escuela Braille, donde ad honoren legó doce libros que transcribió con paciencia, punzó y tablilla, entre ellos Martín Fierro, Marco Polo y textos de Salgari.
Aprender el sistema Braille fue otra posta que muestra su capacidad de superación.
No podía subir las escaleras del lugar, por lo que primero su mamá y después una amiga, tomaban las clases y se las transmitían en su casa, donde siempre circularon libros y arte. "Mis padres me dedicaron su vida", cuenta Eli y enumera los viajes que realizó por el mundo.
Antes había aprendido a bordar y hacer tapices y siempre había escuchado música, por ejemplo folclore y obras clásicas. En el repaso cita a Los Fronterizos y la canción Novia de Santa Cruz, y como el recuerdo no surge en la cronista, recita la letra "nueve mil colores, clavelina y claveluz, no hay jardín de amores que te igualen Santa Cruz".
Eso justamente parecen sus creaciones. Las de una mujer de una voluntad inquebrantable que jamás se rinde.
La artista y sus obras. Eli y las mandalas que realiza con una perfección envidiable.