De aquí para allá, en sus viajes que se convierten en textos. Así, Hebe Uhart, escritora y licenciada en filosofía, dota a los lugares, situaciones y personas que conoce de una particular y polifónica cadencia literaria. No hay grandes historias ni aventuras extraordinarias, sino palabras que abren mundos, escenas a medio acabar que si bien valen por lo que cuentan, más lo hacen por cómo son contadas.
El registro no es nuevo. En sus últimos tres libros (Viajera crónica, Visto y oído y De la Patagonia a México) la escritora confirmaba que el género de la crónica de viajes se convertía en una potente matriz de su obra. Y ahora su nueva libro, De aquí para allá, editado por Adriana Hidalgo, viene a reforzar la dirección en la que cabalgan sus escritos.
Cuando el mundo parece replegarse sobre sí mismo Uhart, como una etnógrafa, sigue el ritmo de su curiosidad y encuentra que es perfectamente plausible que en Viedma una mujer cuente sobre la placenta de su madre enterrada, al tiempo que le confíe que su pasatiempo televisivo es el boxeo, o la experiencia que vivió en carne propia con comunidades pudientes de Ecuador que se dirigían hacia un capitalismo moderado. "Es una forma de espiar formas de pensar", dice.
De chica, Uhart quedó fascinada con la lectura de Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, porque descubrió "un país que desconocemos". y, como Mansilla, se propuso en los once textos de ese libro, situados en Carmen de Patagones, Chaco, Tucumán o Ecuador, seguir la voz de las comunidades indígenas y sus repertorios lingüísticos. "Reforcé mi creencia de que este mundo está hecho de mezcla", señala.
"Son minorías y a la vez no, porque la mitad del país es mestizo. Si salís de la ciudad entendés. No tengo ninguna idealización con las comunidades indígenas, si quisiera me sería muy difícil porque ellos mismos te lo impiden. A mí lo que me interesa es recuperar la lengua y los personajes: lo que dicen y cómo lo dicen", argumenta esta mujer descendiente de italianos y vascofranceses, nacida en Moreno, provincia de Buenos Aires.
En su casa del porteño barrio de Almagro, la escritora aclara —como queriendo dar aviso de lo que se viene— que ahora sus intereses pasan por los animales, mientras enseña una enciclopedia de fauna local y exhibe sus trofeos: un ñandú hecho sobre una piña y una hoja de cóndor. También lamenta no tener buena mano para la artesanía porque, en ese caso, hace tiempo se hubiese ido a vivir al Bolsón.
Pero Hebe Uhart por elección —"estoy limitada a la docencia", dice—, sigue viviendo en su departamento de la calle Acuña de Figueroa, donde dicta talleres, escribe, cuida sus plantas y hace asados para los amigos. "Hay una sacralización del escritor, como alguien extraordinario que produce cosas misteriosas. La mayoría es trabajo y cierta aptitud que tiene que ver con lo que más fácil te resulta hacer y persistís con eso", argumenta.
—¿Viaja pensando en escribir o el viaje es la excusa para hacerlo?
—Organizo mis viajes para conocer personas y para escribir sobre esas personas. Cada vez que me invitan a una feria, yo arreglo un encuentro por mi parte. Voy con lecturas previas. Y lo que me interesa, en realidad, es la gente y la mezcla de lo que conserva con lo nuevo. Porque todo es mezcla.
—En sus últimos libros reemplazó la ficción por la crónica, ¿a qué responde este pasaje?
— Yo no soy de cambiar intereses de la mañana a la noche. No sé, me siento cómoda con lo que estoy haciendo, cuando me canse me saldrá otra cosa. La no ficción permite elementos muy interesantes: un personaje puede decir cosas que a vos no se te hubiesen ocurrido, te aporta algo nuevo que no sale solamente de lo que vos pensás o de tu repertorio habitual.
—Quiere decir, entonces, que la imaginación del escritor encuentra sus límites...
—Y un poco sí, estás limitado. Si no se te ocurre algo es porque te educaste para ver, decir o pensar otras cosas y el viaje te permite conocer repertorios que no entraban en tu cabeza. Podríamos decir que siempre hay un poco de ficción porque la realidad es una entelequia, no existe, pero de todas formas yo en estas crónicas recojo lo que dicen.
—La crónica de viaje es un género de larga data en América Latina, con los diarios de los colonizadores y el boom de crónicas contemporáneas hace algunos años, ¿cómo se interesó en este registro?
—Bueno, leí lo que leyó todo el mundo. María Sonia Cristoff, Martín Caparrós... pero no tengo tanta cultura del género de viajes. Más bien cuando trabajo con comunidades leo sobre el tema, sobre el lugar, su historia. Muchas veces me ayudan los libreros, como el que me acercó la correspondencia entre Calfucurá con, Urquiza y Mitre, y me pareció extraordinario para trabajar. También trabajo con textos locales de cronistas de cada lugar; son muy interesantes porque te dan una pauta de cómo viven ellos ese lugar.
—En su opinión ¿qué elemento distintivo tiene la crónica?
—Tiene que ver con las formas de mirar. Uno no va a contar sobre el lugar porque todo eso está en Wikipedia. Lo googleás y lo encontrás, lo que importa es la relación tuya con el lugar, lo que te pasó en el viaje.
—Y en un mundo aparentemente cada vez más cerrado, usted sale a caminarlo.
—Es un momento de miedo y los medios bombardean con lo terrible y lo temible. El miedo al otro no te lleva a ningún lado, te retrotrae. Los lugares que no se repliegan sobre sí mismos avanzan porque cuando la gente se pone a la defensiva vamos mal. Yo sí que he visto pueblos que se defienden y pueblos que no, que van adelante. Eso es el viaje.
Milena Heinrich