Según narra el historiador rosarino Miguel Angel De Marco, las tropas de rosarinos regresaron a esta ciudad el 21 de enero de 1870 y fueron recibidas por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, quien había perdido a su hijo en la contienda. Al día siguiente, los combatientes rosarinos recibieron una vibrante ceremonia en el marco de la cual se entregaron a la ciudad las banderas argentinas que los habían acompañado en las duras batallas. Estaban bastante deterioradas y manchadas de sangre. Y así se conservan hoy en el Museo Histórico Julio Marc. De los 2 mil rosarinos que partieron a combatir a tierras paraguayas en 1866, sólo regresaron 400. Entre las bajas se contó al joven de apenas 16 años, Mariano Grandoli. "Grandoli se había ofrecido como voluntario para integrar la Guardia Nacional, a pesar de la negativa de su madre, que había enviudado y no quería dejarlo partir hacia la guerra", detalló De Marco. La tozudez del joven Grandoli fue mayor y logró su cometido. Cayó abatido el 22 de septiembre de 1866 en la batalla más sangrienta de todo el conflicto, Curupaytí. Fue una lucha desigual. Las trincheras eran inexpugnables y el combate fue una muerte segura. Al frente marchó Grandoli con la bandera. El destino del estandarte y el relato de su muerte fueron narrados por el coronel José María Avalos y recopilado en los textos de De Marco. Sobre ese cruel final, dijo Avalos: "Salió con catorce balazos, perdiendo la vida quien la llevaba tan dignamente y retirándose toda su escolta, sus distinguidos todos heridos. Hecha pedazos como está y manchada con la sangre del intrépido subteniente de bandera don Mariano Grandoli, tal vez no la conozcan más las distinguidas señoritas que la trabajaron, sírvase decirle a ellas que el ataque del 22 fue la primera que flameó contra la trinchera, mediante haber sido el batallón designado para servir a la vanguardia a todo el Ejército Argentino".