El peronismo vio luz y subió, olió sangre y mordió. El pecado original fue del presidente Mauricio Macri, quien incumplió su promesa de campaña respecto de la eliminación de Ganancias.
Por Mauricio Maronna
El peronismo vio luz y subió, olió sangre y mordió. El pecado original fue del presidente Mauricio Macri, quien incumplió su promesa de campaña respecto de la eliminación de Ganancias.
Reeditando sobre fin de año el "todos unidos triunfaremos" que habían olvidado, peronistas de toda laya y especie le propinaron una sonora derrota al gobierno en la Cámara de Diputados.
No solo llegó el final de la luna de miel con la sociedad (ese 70 por ciento de imagen positiva con el que el jefe del Estado transitó sus tres primeros meses), sino que el peronismo en sus diversas variantes decidió modificar el dejar hacer, dejar pasar en el Congreso.
Aunque bien vale una aclaración para los opositores ansiosos: no podrán agitar demasiado el vaso de Cambiemos, aunque parezca más vacío que lleno. La debilidad intrínseca del oficialismo en las dos Cámaras legislativas podría generar un trauma institucional si la oposición decide no consensuar más con el gobierno.
Cuesta entender el amateurismo con que la Casa Rosada y el Palacio de Hacienda operaron en el tema Ganancias. Se escribió aquí desde el momento mismo en que el Ejecutivo decidió eliminar y bajar retenciones a las mineras y la soja, respectivamente, que había incurrido, por lo menos, en un error en el orden de prelación. Los resultados están a la vista.
Subestimación y costo político
En su entrevista con LaCapital, que fue publicada el jueves pasado, el presidente lejos estuvo de aceptar errores sobre el tema y ninguneó el costo político por haber incumplido su promesa de terminar con el impuesto al salario: "Sólo afecta al 3 por ciento de los que más ganan".
Al margen de las ponderaciones cuantitativas sobre la incidencia, y para que se entienda mejor, Ganancias pega fuertemente, y para mal, en los bolsillos de sectores de clase media que en buena proporción votaron al candidato que decía que eliminaría ese impuesto.
Fue un centro del gobierno al punto del área, que el peronismo, con su olfato goleador, mandó a la red. Ahora empieza otro partido, aunque para el oficialismo también quedará servido un menú de campaña que hará las delicias del gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba: terminaron del mismo lado del mostrador Sergio Massa y el kirchnerismo.
Aunque el costo inmediato es del gobierno —y lo será más si el presidente veta la potencial ley—, la foto de massistas y kirchneristas le permitirá al oficialismo chicanear con que Sergio Massa, el ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, ha regresado a su redil. Sobre ese eje discursivo operaron ayer los funcionarios del gobierno, quienes cayeron también en el olvido de sus consideraciones de inicio de 2016.
Durante su visita iniciática a Davos como presidente de la Nación, Macri había dicho de Massa: "Acá me acompaña el líder más importante de la oposición Argentina, con posibilidades de que conduzca el Partido Justicialista, y que expresa un cambio generacional". Se sabe, a las palabras se las lleva el viento. Y en política a las palabras se las lleva, incluso, un soplido. Ayer, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, dijo de Massa: "Es la persona menos confiable del sistema político argentino".
En verdad, se le hizo imposible al gobierno sostener su ofensiva política y mantener a rajatabla su plan de navegación. Tuvo que ceder ante los movimientos sociales y la CGT, desembolsando decenas de miles de millones de pesos para atender reclamos. Y ni hablar de las concesiones a los gobernadores peronistas para que apoyen el presupuesto o avalen las 70 leyes aprobadas con el concurso de la oposición.
Pero, el peronismo, en una versión modificada de una vieja canción de Los Twist, el primero te lo regala, el segundo te lo vende y el tercero te lo impone. Es la fábula del escorpión y la rana llevada al máximo de aplicación práctica.
Lo mejor —y lo único— que le queda al macrismo en este cierre de fin de año que terminó con los diputados peronistas cantando la marchita en el recinto es la sinergia lograda por massistas y kirchneristas, plasmadas en la votación y en las fotos.
Rápido de reflejos (para esto y no para solucionar el intríngulis), el presidente replicó ayer: "Alguien decía que había tenido como una pesadilla: imágenes del jefe de Gabinete de Cristina, Sergio Massa; del ministro de Economía de Cristina, Axel Kicillof; el responsable de la Ansés, (Diego) Bossio; el ex gobernador de Cristina Felipe Solá; la ex ministra de Trabajo Graciela Camaño, todos decidiendo sobre el impuesto a las Ganancias, que no se ocuparon por más de una década".
Ahí aparece el gran dilema de Cambiemos: si el presidente mantiene este discurso confrontativo no podrá aspirar a aprobar demasiadas leyes, más en un Congreso en el que, sin el aporte del peronismo, no se avala ni una declaración a favor de una sociedad de fomento. A la vez, el PJ le picó el boleto y ahora se cotizará mucho más que antes. El peronismo le aprobó 70 leyes al gobierno, pero no le iba a regalar el fin de año, y menos sobre la promesa incumplida de Ganancias.
Para ganar las elecciones de mitad de mandato no le alcanza a Macri con el 25 por ciento de voto duro, antiperonista y repleto de haters, deberá conservar buena parte del apoyo que recibió prestado en la primera vuelta. La referencia del 51 por ciento del ballottage hoy es cosa del pasado. Aparece aquí el gran interrogante: ¿cómo mantener la "grieta" abierta como un pan si, al mismo tiempo, necesita del apoyo legislativo peronista?
Como plan de campaña a Macri le vendrá fenómeno decir que la competencia, al fin, es contra el kirchnerismo. Y meter a Massa ahí. Pero nada, ni siquiera una táctica proselitista, podrá funcionar con el estado penoso que muestra la economía en este final de 2016.
Al fin, terminará el año y empezará otra historia, en la que Macri deberá barajar y dar de nuevo a la hora de gobernar. Las elecciones de mitad de mandato esperarán a la vuelta de la esquina.
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