¿Tiene Rosario un lenguaje propio, símbolos que la nombren y la rescaten de la indiferenciación y el olvido? Cinco escritores contestan tres preguntas y abren un debate sobre nuestra identidad, tan mencionada como esquiva
¿Tiene Rosario un lenguaje propio, símbolos que la nombren y la rescaten de la indiferenciación y el olvido? Cinco escritores contestan tres preguntas y abren un debate sobre nuestra identidad, tan mencionada como esquiva
A fines de la década del 60, la Editorial Biblioteca Constancio C. Vigil lanzó un libro que quedó en la memoria de muchos. Rosario, esa ciudad reunía brillantes textos e inquisitivas imágenes que tenían un objetivo en común: desentrañar el significado de una urbe que crecía y crecía sin preguntarse qué era ni hacia dónde iba. Rosario, esa ciudad fue un señalado éxito y ahora es testimonio clave de una época seminal, cargada de inquietudes, que terminó —como bien se sabe— en un intencionado baño de sangre.
Han pasado casi cincuenta años desde entonces y mucha agua ha pasado bajo el puente. La dictadura asesina y los aciagos años del menemismo cambiaron a fondo la fisonomía de una ciudad que no tuvo fundador ni recibió, jamás, ayuda de nadie, cercada por la burocracia santafesina y la omnipotencia porteña. Pero aunque las circunstancias históricas muchas veces no le fueron favorables, Rosario se las arregló para seguir creciendo. Y aquí está hoy, tan poderosa como peligrosa, tan creativa como desconcertante, tan feroz como prometedora, tan vital como incontrolable.
¿Tiene, esta ciudad aún tan joven, una cultura que la identifique? ¿Ha sido capaz, a lo largo de su breve historia, de gestar un lenguaje propio, de construir símbolos que la nombren y la rescaten de la indiferenciación y el olvido? ¿Existe una literatura que la cuente, una plástica que la retrate, una música que la cante?
Las preguntas, en este caso, superan con largueza a las respuestas. Desde principios de los ochenta, con el fenómeno de la Trova, Rosario parece haber comprendido que en sí misma representa una realidad intransferible, llena de carácter y vida. Sin embargo, esa naciente confianza en sus propias fuerzas convive con la problemática cercanía de Buenos Aires, con la permanente necesidad de la legitimación ajena y con la ominosa presencia de aquellos que sólo parecen usufructuarla, sin dignarse a devolverle nada.
Más elaboró un minicuestionario de tres preguntas para que hombres y mujeres de la cultura rosarina las contesten. Nuestra intención es abrir el debate, que se sumen voces e ideas: este es apenas el primer capítulo. Pensamos que la afirmación de la propia identidad es un paso ineludible si lo que se pretende es construir una ciudad que realmente sea para todos.
Roberto Retamoso
Ensayista, profesor de literatura, escritor
1 y 2. Creo que existe una cultura rosarina, a secas. Esa cultura se configura en la intersección de prácticas, discursos y tradiciones propios de la cultura de los inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con la herencia material y simbólica de la cultura criolla y patricia previa a la modernidad del Estado liberal, y con los resabios y huellas EM_DASHdispersos, pero ciertamente presentesEM_DASH de las culturas aborígenes extirpadas del territorio físico de la ciudad sin origen datado. De ese magma cultural proviene lo que podemos llamar "cultura rosarina", que se manifiesta muy concretamente a partir de los años 40 del siglo pasado. Hay una literatura que emerge en esos años que representa de manera inequívoca a la ciudad, y que se expresa a través de la obra de autores como Felipe Aldana, Arturo Fruttero, Facundo Marull, Fausto Hernández o Hernán Gómez. Y así como surge una literatura representativa de la ciudad, aparece también una pintura a la que podemos llamar, sin equívocos, rosarina, nucleada alrededor del Grupo Litoral, entre cuyos miembros se destacan Leónidas Gambartes, Juan Grela y Oscar Herrero Miranda. De la misma manera que, años después, hay una música rosarina EM_DASHla llamada "trova"EM_DASH que consagra a músicos populares como Fito Páez y Juan Carlos Baglietto, amén de Jorge Fandermole, Silvina Garré, Adrián Abonizio, Rubén Goldin o Lalo de los Santos. En esa extensa serie podríamos incluir sin dificultad, como suele hacerse, a nombres tan dispares como los de Alberto Olmedo y de Roberto Fontanarrosa, sin olvidar al de Cachilo, dado que todos ellos, a su manera, representan aspectos diversos de ese objeto multiforme y plural al que podemos designar, por derecho propio, "cultura de Rosario". Porque cultura de Rosario vendría a significar los modos en que un conjunto amplio y heterogéneo de manifestaciones de lo rosarino se dice, a través de distintos lenguajes, populares y cultos, indistintamente. Así, la cultura de Rosario sería una especie de conjunto sin centro ni jerarquía, donde coexisten lo académico con los saberes informales, la tradición europea con las raíces vernáculas, lo global con lo local, en un diálogo constante que labra, incesantemente, esa identidad que no es algo fijo ni estático. Que es, por el contrario, una identidad siempre en construcción, dialéctica, en devenir, pero que conserva, como sus rasgos distintivos, las voces y los rostros de la ciudad EM_DASHsiempre distintos, siempre propios de cada momento históricoEM_DASH como aquello que le da sentido y permanencia.
3. No podría responder a esta pregunta de un modo satisfactorio, porque para ello debería disponer de mediciones de las que carezco. Al respecto, solamente puedo hablar a partir de ciertas impresiones personales, que en tanto que tales, no son representativas de un estado de cosas objetivo y mensurable científicamente. Hecha esta aclaración, diría que mi impresión EM_DASHmi impresión, repitoEM_DASH es que si tomamos a los rosarinos como un todo (el conjunto de la población de Rosario), solamente una porción de ese todo consume cultura de Rosario. ¿Cuál es la medida de esa porción?... Imposible mensurarla para mí, ya que no dispongo de las herramientas necesarias para hacerlo. Pero si me dejo llevar nuevamente por mi impresión, diría que, cuantitativamente, esa porción es más bien pequeña en relación con el todo, dado que está integrada por personas vinculadas a las esferas de la cultura donde actúan los productores locales. Como creo que la mayoría de la población no está vinculada con esa esfera, me atrevería a decir que la mayoría de la población de la ciudad no se vincula con la cultura de Rosario, y que se vincula, por el contrario, con productos culturales promovidos por la industria cultural y los medios de comunicación que actúan de consuno. En ese sentido se podría plantear un debate interesante referido al valor de los consumos culturales, puesto que lo que los medios promueven, en general, y salvo honrosas excepciones, es el consumo de bienes desprovistos de valor alguno (ya sea espectáculos, libros, música o cine). Mientras que la producción de la cultura local, salvo ciertos sectores muy acotados, ofrece bienes de una calidad importante, independientemente de los géneros, lenguajes o niveles en que se sitúen.
Marcelo Britos
Novelista y poeta
1. Creo que existe, por un lado, un conjunto de señales que refieren a una identidad cultural, y que están constituidas por una sana mezcla de culturas europeas —como por ejemplo nuestra forma de hablar aspirando las eses, propia de andaluces y de algunas regiones de Italia, nuestra cultura culinaria, claramente etrusca—, mixturas de costumbres y tradiciones, y los relatos que nos han convertido en “la Chicago argentina”, o en la ciudad de las mujeres más lindas del mundo (los que afirman eso, no conocen Mendoza ni República Checa).
Por otro lado, Rosario se creó para sí misma un mote de “ciudad cultural”, herencia del éxito de sus artistas famosos y sus músicos. Un concepto que les encanta difundir a quienes dirigen las gestiones culturales de los gobiernos, y que no siempre es coherente con las políticas culturales que llevan adelante.
Es cierto que en esta ciudad pareciera que en cada garaje de barrio ensaya una banda, y que debajo de una baldosa hay dos o tres poetas, pero pasa lo mismo en los barrios de Buenos Aires o de La Plata. En síntesis, no creo que exista una cultura específicamente rosarina, sino una rica cultura urbana, que tiene sus señas distintivas por distintas razones, quizá por su cercanía al río y por cómo esto influyó en la obra de muchos artistas litoraleños (algunos de ellos rosarinos), y por su proceso de fundación difuso, enriquecido luego a principios del siglo XX por su condición de ciudad portuaria y cosmopolita; condición que está renaciendo con el arribo de turistas y de hombres y mujeres de otras culturas que han elegido a Rosario para vivir, como haitianos, africanos y brasileños.
2 y 3. Sólo puedo hablar de la literatura, y no creo que sea lo mismo en todas las disciplinas artísticas, seguramente otras han logrado un mercado propio en Rosario; no es el caso de los libros. Creo que hay dos razones fundamentales. La primera es la concentración monopólica de los medios de comunicación, con principal sede en Buenos Aires. Son los únicos con alcance nacional, y muchos de ellos pertenecen también a holdings que involucran a empresas editoriales, diarios, revistas, etcétera. Esto impacta en el mercado editorial ya que los libreros no venden autores locales, desconocidos o marginales, porque si no su negocio no es rentable. A los medios locales tampoco les interesa. El otro problema es la distribución. Recién ahora algunas editoriales locales están distribuyendo mejor el trabajo de autores rosarinos, pero son las menos. Es una lógica del mercado, no es tan fácil superar esto. La única forma es lograr un escenario en el que editores, libreros y autores consensuen un circuito de distribución y venta, justo para todos los actores, y creo que en esto es fundamental la mediación del Estado.
Marcelo Scalona
Narrador, poeta
1. Sí: el rosarino es un modo de ser y hacer propio, desde nuestra historia, cultura, artes, política, sociedad. Tenemos (como metrópoli) muchos de los beneficios de la modernidad, pero nuestra escala humana de un millón de habitantes hace que todavía conservemos el pudor, el candor, el barrio, la amistad, la clase media. El rosarino es un tipo urbano con un buen equilibrio entre el campo, el río y la ciudad. Igual, hay que reconocer como específico nuestro complejo de inferioridad (el barrio más al Norte de Capital Federal) respecto a Buenos Aires. Eso también nos define, para mal. Nos posterga, nos demora.
2. Parte de la respuesta está arriba, y los referentes van desde José Hernández, que escribió en este diario y vivió acá, hasta Berni, Rosa Wernicke, Lucio Fontana, Julio Vanzo, La Vigil, Pichincha, Luis Carballo, las hermanas Cosettini, Francisco Marull, Roger Plá, Angélica Gorodischer, Jorge Riestra, Cristián Hernández Larguía, don Rafael Bielsa (abuelo), Victoria Colosio, Nicolás Rosa, el Trinche Carlovich, Norberto Campos, José González Castillo, Fito Páez, Olmedo, Luis Pino, Josefina Ludmer o Lola Mora, aunque no nacieran aquí.
3. Sí y no. Una parte de la sociedad rosarina, que sigue la tradición de su identidad, produce, difunde y consume nuestra cultura. Hay un circuito propio, que estos últimos años ha ido creciendo, como una revaloración. Pero el porcentaje mayor vive de los medios nacionales y de Buenos Aires, y solo consume lo que indican los medios nacionales, que son totalmente esquivos a lo que produce el interior. A cualquier evento de cultura internacional, van solo artistas radicados en Buenos Aires. En los medios nacionales es rarísimo ver reseñas de artistas del interior. Antonio Di Benedetto en 1975 fue presentado por Soler Serrano (entrevistas de TVE) como un escritor del “interior” argentino, no como un escritor argentino. Eso sigue así.
Natalia Massei
Narradora, profesora de francés
1. Creo que existen manifestaciones culturales rosarinas: que emergen en el contexto de la ciudad y forman parte de su idiosincrasia, en un proceso que se nutre de la singularidad de lo local y al mismo tiempo la retroalimenta. Esquivo la expresión “cultura rosarina” porque remite a la idea de un espacio relativamente cerrado en sí mismo y homogéneo. Pienso que existe una serie de imaginarios muy fuertes asociados a la ciudad, una mística construida en torno a hitos culturales y artísticos que surgen en Rosario y se articulan con determinadas coordenadas socioeconómicas y políticas como, por ejemplo: su status de gran urbe en tensión con una posición marginal respecto de Buenos Aires; el estereotipo de la ciudad portuaria; las mitologías sobre el crimen organizado y el delito; la vida nocturna, los bares.
2. Existen figuras que se han convertido en representantes de ese imaginario predominante sobre la cultura local. Estos referentes, desde su diversidad, tienen en común el hecho de remitir a dicho folklore y de ser reconocidos fuera de los límites de la ciudad. En esta línea aparecen íconos como la Trova o Fontanarrosa. Por otra parte, la ciudad alberga una multiplicidad de manifestaciones y prácticas culturales que van desde lo popular hasta el under, desde diversas disciplinas, y cuya visibilidad no siempre forma parte de la vidriera. En este amplio espectro los referentes son múltiples: músicos como el cantautor Juan Ignacio (Juani) Favre; escritores como Beatriz Vignoli, Osvaldo Aguirre, Andrea Ocampo, Marcelo Britos, Verónica Laurino, Tomás Boasso; plásticos como Lila Siegrist, Fabricio Caiazza, Inés Martino; espacios de gestión cultural (el colectivo y sello discográfico Planeta X, el Club Editorial Río Paraná, el espacio Cultura Pan en el pasaje Pan, el centro social cultural La Toma); publicaciones como el “Anuario”: Registro de acciones artísticas de Rosario; talleres literarios (coordinados por escritores como Marcelo Scalona y Alma Maritano); ciclos de lectura (Ciclotimia), bares culturales; editoriales independientes (Baltasara Editora, Iván Rosado, Río Ancho); festivales como el de poesía.
3. Durante mucho tiempo el consumo de producciones locales ha sido minoritario, salvo que estuviera mediado por el aparato de visibilidad y proyección nacional: se consumía masivamente lo que había excedido el campo de producción y consumo local, siendo lanzado desde Buenos Aires. Como si para ser reconocidas esas producciones debieran haber pasado por el aparato legitimador de la capital. En los últimos años observo una proliferación de circuitos de difusión, distribución y encuentro con las producciones locales. Si bien muchas veces el público que consume “cultura local” forma parte de las redes de producción de dichas manifestaciones, creo que la multiplicación de espacios e iniciativas está ampliando el alcance de las producciones rosarinas.
Eduardo D’Anna
Poeta, ensayista, novelista
1. La cultura argentina es una sola. Pero existen rasgos diferentes según las zonas. Nosotros perteneceríamos a la región Litoral, a la provincia de Santa Fe, etcétera, pero en 1852 la provincia de Buenos Aires decidió separarse de la Confederación, por lo que Urquiza debió buscar un puerto sustitutivo, que dio en ser Rosario. Esto provocó el crecimiento desmesurado del pueblito de entonces, que se convirtió en una ciudad muy importante en sólo veinte años. Se configuró una situación excepcional, donde una ciudad que no era la capital de la provincia pasaba a ser la más importante. Así, mientras Santa Fe se hacía cargo de la gestación de una identidad provincial, Rosario quedó “condenada” a la urbanidad: no tiene zona rural que podamos identificar con la ciudad. Pese a ello, cientos y cientos de personas del campo vienen a vivir a Rosario, lo cual genera una situación rara. Rosario está separada de la tradición santafesina y debe inventar una historia propia, una cultura propia, una identidad propia. Por la renovación poblacional permanente que sufre, no es nada fácil.
2. Los aspectos diferenciales de lo rosarino son incipientes y confusos. Pero poco a poco se va formando un relato. Si uno tira nombres, lo ve: Fontanarrosa, Fito Páez, Newell’s y Central, Lisandro de la Torre, la Trova, que comemos gatos, Berni y Gambartes, los departamentos hechos con la soja, Pichincha, el Gato Barbieri, hace menos calor que en Santa Fe, el Che, que por qué no es más la capital del peronismo, etcétera.
3. Consumen eso que digo más arriba. No lograrán una cultura sino aparece una crítica cultural, un discurso que explique y dé sentido al caos. Haciéndose los porteños, por ejemplo, nunca lo van a conseguir, pidiéndoles recetas a ellos. Tiene que aparecer en los medios gente con la suficiente seguridad para saber qué dice; algo bastante quimérico.