Matrimonio igualitario y aborto. Dos temas polémicos, resonantes e inconclusos que fueron por
estos días (y seguirán siendo) centro de debate. La doctora en filosofía de la Universidad de
Buenos Aires (UBA) y magíster en bioética, Diana Cohen Agrest, prefirió llamarlos "controversias
éticas" y reunió en un ensayo a ambos y a ocho tópicos más (homoparentalidad; eutanasia voluntaria
y suicidio asistido; prostitución; venta de órganos; alquiler de vientre; pena de muerte; tenencia
de drogas; y perfil genético de los delincuentes). El libro, con argumentos a favor y en contra en
cada caso, se publicó hace dos años bajo el título "¿Qué piensan los que no piensan como yo?" y
esta semana, tras promulgarse la ley de matrimonio para el mismo sexo y luego las marchas y
contramarchas de la resolución ministerial por el aborto no punible, La Capital invitó a Cohen
Agrest a seguir reflexionando sobre estas controversias, que como dejó en claro en su libro, están
lejos de clausurarse.
—Se aprobó la ley de matrimonio igualitario, pero la discusión no terminó. ¿Se retomará
cuando ahora visiblemente una pareja decida adoptar?
—En mi libro hago alusión a Hegel cuando digo que para él la filosofía era como el búho de
Minerva, que levanta su vuelo al atardecer, queriendo significar que sólo a la distancia, desde
cierta perspectiva, es posible evaluar los hechos. Desde el momento en que se sanciona una ley,
difícilmente pueda haber una vuelta atrás. Pero una cosa es lo legal y otra, muy distinta, el
debate moral. En cuanto a la adopción, se objeta la homoparentalidad, pero hoy un hombre o una
mujer solteros pueden adoptar sin dar a conocer su orientación sexual. Gran parte del debate
reciente giró en torno de la posibilidad de adoptar niños que, de otro modo, tendrían escasas
posibilidades de crecer en una familia. Ante ese escenario, la homoparentalidad hasta puede ser
vista como una tabla de salvación. Si el objetivo de la ley es transparentar las conductas,
entonces llamemos al pan, pan y al vino, vino: los precedentes en todas aquellas sociedades donde
los homosexuales han salido del placard y han formado familias indican que no se acogen a la
adopción convencional, los niños nacen de inseminaciones. De cara a estos hechos, se está
contemplando la posibilidad de regular la fertilización asistida para toda pareja de cualquier
sexo, con lo cual se eliminaría un vacío legal. Pero además, con vista a los miles de chicos que
esperan ser adoptados, a otros tantos que son traficados y a las parejas que desearían adoptar en
el marco de la ley, habría de impulsarse una nueva normativa de adopción que contemple este nuevo
abanico de posibilidades parentales. Se trata, al fin de cuentas, de desalentar una realidad
presente y otra en camino: el tráfico de bebés por parte de parejas que desean un hijo y brindar la
oportunidad a parejas heterosexuales y homosexuales que recurren a la donación de óvulos o esperma
de adoptar a chicos que esperan ser criados con la contención y el afecto de un hogar.
—¿Cree que hay que aprovechar esta apertura para seguir debatiendo temas polémicos, como
la separación de la Iglesia del Estado y tantos otros, a partir de ahora?
—Escuché una propuesta de conservar la unión civil para parejas hetero y
homosexuales por igual deslindándola del matrimonio que sería la instancia religiosa optativa para
quienes quieren unirse ante las distintas iglesias. No sé si se dará esa separación, pero por mi
parte sería bienvenida, porque supondría un compromiso personal religioso de quienes aceptan
casarse por civil y por iglesia. A su vez, contribuiría con la separación de la Iglesia del Estado,
fundamental para poder convivir en una sociedad plural que no tenga injerencia en las convicciones
personales de los ciudadanos.
—¿Es posible llegar a un consenso sobre el aborto cuando la discusión se dirime entre los
derechos a la autonomía reproductiva de la mujer y el derecho a la vida del feto?
—Es muy difícil. Pero cuando atendemos a razones de salud pública y al
número de mujeres que mueren todos los días por abortos sépticos, estas razones inclinan la
balanza. Aun si hacemos a un lado estas consecuencias lamentables, un análisis de si se debe
prohibir o permitir el aborto, por lo menos durante las primeras semanas de embarazo, cambia el eje
de la discusión, porque una legislación permisiva no obliga a las mujeres a abortar en contra de su
voluntad. Pero una legislación restrictiva obliga a las mujeres a continuar un embarazo,
violentando su voluntad.
—¿Cómo observó el nivel, los argumentos y tiempos del debate volcados por una y otra parte
en torno al matrimonio igualitario?
—La gente responde visceralmente sin examinar con criterio crítico por
falta de formación y ausencia de un tratamiento serio y de nivel en los medios de difusión que son
los que terminan formando hoy en día al ciudadano medio. Pero, como contrapartida, no es raro que
la sanción de medidas públicas sea la resultante del grado de presión ejercido por grupos
organizados que dé conclusiones de un debate racional en el seno de la sociedad.