Cuesta ver, analizar y mucho más digerir el accionar de algunos policías en instancias que lejos están de ser límites. Cuesta entender cómo en el río revuelto algunos piensan que están en plena facultades de lucir el traje de "el gran pescador". Ni hablar de lo que cuesta asimilar algunas explicaciones de los responsables de los organismos de seguridad, en su afán de salvaguardar el accionar desmedido y con rasgos primitivos de algunos de los uniformados. Los incidentes que se produjeron a la salida del clásico, por calle Cordiviola, estuvieron a la vista de todos. Al menos de la gran mayoría de los trabajadores de prensa que, casualmente, descendían las escaleras por ese sector y que tuvieron que guarecerse para no ser blanco de alguna de las cientos (quizás miles) de balas de goma que volaban por el aire. Un hincha desubicado y fuera de sus cabales (no hay por qué ocultarlo) insultando o hasta arrojando una piedra desde 40 o 50 metros jamás puede ser víctima de una especie de tiro al blanco, como lo fueron muchos. Porque la necesidad de dispersar no implica necesariamente apuntar a la altura del pecho y apretar el gatillo con liviandad absoluta.