Suelo recrearme con las charlas TED (tecnologías y tendencias), ideas que valen la pena difundir en medio de este pesimismo tanguero que afrontamos día a día. Una joya es la charla que dio Gonzalo Vilariño: "Cómo la selección argentina de fútbol para ciegos se convirtió en campeón". "Cuando entré a trabajar al instituto para ciegos, me sorprendí de un montón de cosas que ellos hacían y yo no imaginaba que podían hacer: natación, atletismo, jugaban al truco, tomaban mate, se lo cebaban ellos y no se quemaban. Pero cuando vi que jugaban al fútbol, me pareció increíble. Había algunos chicos que tenían un resto de visión y para que estén todos igual usaban ese antifaz. Mi otro trabajo era con la selección argentina de remo, y sentía que eso era lo mío. Acá me costaba todo el doble. El primer día que hice la entrada en calor del equipo, y los puse frente a mí, tenía toda la experiencia de la selección de remo, y les dije: "Bueno, ahora todo el mundo abajo", hice esto (agachándose), cuando levanté la vista había dos sentados, tres acostados, otros en cuclillas. ¿Cómo hago para hacer lo mismo que estaba haciendo allá, acá? Me costó bastante. Empecé a buscar herramientas, a aprender de ellos, de los profes que ya trabajan con ellos. Aprendí que no podía explicar una jugada en un pizarrón como hace un técnico, pero sí podía usar una bandeja de plástico con tapitas para que me interpreten a través del tacto. Aprendí que ellos también podían correr en una pista de atletismo si yo corría con ellos tomados de una soguita". "Y me fue gustando. Empezamos a exigir para que llegaran a hacer de alto rendimiento y la respuesta fue magnífica: pedían más. En el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento) nos costó bastante que nos abran, pero nos costó bastante más que los otros deportistas que ya entrenaban ahí nos consideren pares. En realidad nos prestaban la cancha sólo cuando ningún otro equipo la usaba. Y éramos "los cieguitos", no sabían todos qué hacíamos ahí adentro. El mundial de 2006 fue una bisagra en la historia. En la final del otro lado estaba Brasil; había sido el mejor equipo del torneo, ganaba todos los partidos por goleada. Casi nadie confiaba en que nosotros podríamos ganar ese partido. Casi nadie menos nosotros. En la charla técnica, el día anterior, estábamos en el salón y un mozo golpea la puerta, interrumpiendo la charla, para proponernos ir a una iglesia. Yo trato de disuadirlo, diciéndole que no era el mejor momento, que lo dejemos para otro día. Y él insiste diciéndome que los deje llevar a los chicos a la iglesia porque ese día iba un pastor que hacía milagros, dijo: "Profe, déjeme llevar al equipo a la iglesia que cuando volvemos estoy seguro de que la mitad ve". Yo no supe qué responderle, me quedé callado, se hizo un silencio incómodo. Y me sacó de ese apuro un jugador, que se levantó y muy seguro le dijo: "Juan, Gonza ya te dijo que no es el mejor momento para ir a la iglesia. Pero déjame aclararte otra cosa: llegamos a ir a esa iglesia y cuando volvemos yo estoy entre la mitad de los que ve, te recago a trompadas, porque mañana no puedo jugar el partido". Y finaliza: "Los Murciélagos me enseñaron sobre todo cómo hay que salir a jugar cada partido en este hermoso campeonato que es la vida".