El 5 de agosto es la fecha fundacional de "Rosario ciudad". Ese día, en 1852, el gobernador de la provincia de Santa Fe, Domingo Crespo, puso en vigor la ley que ordenó que se reconociera a "la Villa del Rosario" como "Ciudad del Rosario de Santa Fe", y se le otorgara todos los fueros y prerrogativas que como tal le correspondía.
La Organización Nacional proclamada por quienes derrocaron a la confederación rosista el 3 de febrero de ese año en Caseros, requería un nuevo centro urbano capaz de abastecer económicamente y defender militarmente, frente al hostigamiento de Buenos Aires, a las ciudades de Santa Fe —donde se confiaba sancionar la tan anhelada Constitución federal— y Paraná, sede provisoria del Congreso y el Poder Ejecutivo nacional.
"Rosario ciudad regional" por lo tanto es en gran parte resultante de su tiempo y de las ventajas geográficas estratégicas que la convertían desde sus más remotos orígenes aldeanos en paso obligado entre Buenos Aires, las provincias y los países limítrofes.
"La Honorable Corporación ha tenido en vista que la Villa del Rosario por su posición local, que la pone en contacto directo con el interior y exterior, por su crecido número de habitantes, por su comercio activo con todos los pueblos de la República, ha merecido elevarse al rango de ciudad", expresa la ley del 3 de agosto.
Por lo tanto aquella decisión también se funda en el reconocimiento de una singular capacidad comunicacional de Rosario para integrar personas y bienes, de la región con el mundo. Al igual que la Chicago de los Estados Unidos de Norteamérica, que nació por entonces (1833) con similar propósito, no fue el fruto de la obstinación de un conquistador del siglo XVI, pero si del secular anhelo "de abrir puertas a la tierra" para integrar territorios a los mercados.
Ya en el siglo XVIII, como cabecera del Pago de los Arroyos, la aldea de Rosario ofrecía posibilidades: un puerto natural y una región fértil de alguna manera mejor preservada del continuo hostigamiento de malones; con una autoridad civil, el alcalde de Santa Hermandad; con una capilla, la de la Virgen del Rosario (reconocida por el gobierno como Patrona tutelar de la Villa en 1823), cuya festividad se celebra la primera semana de octubre desde 1730, y que fue germen de sociabilidad del pequeño poblado.
Factores relacionados con la internacionalización del sistema económico, un proceso iniciado a partir de la Revolución Industrial inglesa y las Reformas Borbónicas del siglo XVIII y la necesidad de organizar la Nación bajo un nuevo patrón de crecimiento federal, y un nuevo liderazgo político, el de Urquiza, proyectaron a aquel poblado que ya disponía de ventajas naturales insuperables, —al punto que éstas no desaparecieron a pesar de las atrocidades que soportó durante las guerras intestinas—, en una ciudad abierta al mundo.
Ya en 1850 el viajero inglés William Mac Cann, de paso la ciudad, observó: "Rosario es el principal mercado comercial en la provincia de Santa Fe y el puerto por donde deben conducir su comercio exterior las provincias de Mendoza, Córdoba, San Luis y varias otras; y hasta que llegue el momento de que el río sea navegable a vapor, más allá del Paraguay, las del norte deberán aprovisionarse por este puerto. Su favorable posición, así como la inmensa extensión de suelo fértil a que los habitantes tienen acceso, los hará en todo tiempo un pueblo próspero si son industriosos".
Con una coyuntura favorable, sin trabas ni ataduras y con obras de infraestructura ferroportuarias modernas, Rosario superó las más optimistas expectativas.
En apenas quince años esta había crecido en todos los órdenes, de 3 mil habitantes pasó a contar con 23 mil, de tal manera que fue propuesta y designada en tres oportunidades por el Congreso de la Nación como capital de la República Argentina, decisión soberana abortada a punto de nacer por vetos presidenciales.
A partir de 1852, a través de la apertura del río Paraná al comercio internacional, en Rosario se establece la aduana, se crea el puerto, la Jefatura Política, la primera inspección de escuelas, se suprime la comandancia militar y se la reemplaza por un juzgado de paz, funciona un juzgado de comercio y un juzgado de policía.
Se dividió a la ciudad en cuatro cuarteles o jurisdicciones de policía, de los que dependieron los comisarios de campaña: Arroyo Ludueña, Chacras, Bajo Hondo y Saladillo.
Meses después vendrían las oficinas de correos y la nomenclatura de las primeras calles. Los nombres de diez de ellas hacían alusión a las ciudades y provincias que comunicaban; y cuatro a las principales actividades que en tenían sede en Rosario: Mensajería, Comercio, Aduana, y Puerto. Una, encerraba un valor político y una connotación histórica: la calle Libertad, en alusión a la caída de Rosas, y que es la actual calle Sarmiento.
Buenos Aires no se quedó con los brazos cruzados. El 11 de septiembre de 1852, se levantó contra Urquiza y se escindió de la Confederación. El entrerriano redobló la apuesta fortaleciendo a Rosario como capital económica, y siguiendo los consejos, entre otros, de Nicasio Oroño, logró que el gobierno de Santa Fe la dotara de nuevas instituciones, creándose el cargo de jefe político con las atribuciones propias de un gobernador de hecho del sur provincial.
Seis años más tarde de su erección como ciudad surgiría la municipalidad con su rama deliberativa y ejecutiva. Rosario pudo dictar en adelante sus propias ordenanzas y los vecinos accedieron al gobierno de su patria chica.
Recordar el 5 de agosto implica por lo tanto no olvidar la capacidad de transformación que encierran determinadas decisiones políticas y sus correlatos legislativos y por ende la conveniencia de participar en la construcción de ciudadanía, en la elaboración de políticas públicas y de consensuar intereses locales y regionales capaces de hacer frente las distintas y concurrentes tendencias centralistas.
Las ciudades portuarias como Buenos Aires y Rosario, por su propia condición de tales, han competido y lo seguirán haciendo, por la lógica del mercado que las anima, en la acumulación de beneficios, lo que continuará repercutiendo en la calidad de vida de sus habitantes.
En la historia de la humanidad el tránsito de la aldea a la ciudad significó mucho más que el aumento de la superficie edificada y la población. Implicó la transformación para siempre de la percepción del tiempo, la convivencia a gran escala, la comunicación y los símbolos. A diez años de crearse Rosario como ciudad, su Municipalidad, reunida en concejo acordó que en su primer escudo se elevara un brazo colosal sosteniendo la bandera azul y blanca, en conmemoración de que en Rosario había sido por primera vez saludada, el 27 de febrero de 1812, la bandera nacional. "Ese brazo poderoso", que textualmente señala la ordenanza, representaba al del ilustre general Manuel Belgrano, quien fue instituido de esa manera como el hombre representativo del alma, los ideales, y la vocación de la nueva ciudad.
Miguel Ángel De Marco (h) / Historiador