Tras doce años de gobierno, el kirchnerismo no logró cambiar la matriz productiva de la Argentina. Es cierto que por un lado heredó un proceso agudo de desnacionalización, concentración económica y fractura social, provocada por el modelo económico de los años '90. Pero, por otra parte, también es verdad que fue el gobierno con más "viento de cola" de la historia.
Lo evidente es que hoy seguimos siendo un país que le vende al mundo materia prima sin procesar. Y esta es una pieza clave para interpretar lo que ocurrió durante este último ciclo, pese a muchas medidas que fortalecieron el rol de la ciencia, las universidades o el Estado. Por eso es importante entender que una política de incipiente redistribución del ingreso y de crecimiento del mercado interno, que siempre serán bienvenidas, nunca lograrán cambios de fondo si no van acompañadas por un plan de desarrollo productivo.
En este sentido, son preocupantes ahora las señales que envía el gobierno de Macri. Porque más allá de los discursos, las señales concretas tampoco parecen apuntar a un cambio significativo, sino más bien a fortalecer la primarización de nuestras exportaciones, mediante un proceso de apertura que también expresa un modelo de mayor concentración económica y una carrera por la escala.
Hasta aquí, la apuesta por las inversiones extranjeras no es otra cosa que una nueva "vuelta de tuerca" al proceso de extranjerización de nuestro sistema productivo, en el que las pymes nacionales juegan como actores subordinados y proveedores de los grandes grupos económicos.
No es lo mismo hablar de desarrollo económico que hablar de crecimiento. Si la Argentina no es capaz de cambiar su estructura productiva en términos de cadena de valor, priorizando el proceso de inversión en base a actores locales, no podremos en el tiempo generar producción y empleo de calidad, como dice el nuevo gobierno. Y así, el país siempre será altamente dependiente de los ciclos internacionales, principalmente en relación a los commodities.
La primera etapa K, entre el 2003 y el 2008, fue exitosa en términos distributivos porque el ciclo internacional de las materias primas jugaba a favor de nuestro país. Cuando la crisis del 2008-2009 a nivel mundial derrumbó los precios de los commodities, el proceso distributivo tendió a agotarse. En ese contexto, una política proteccionista sin un plan estratégico de mediano y largo plazo es tan nociva como una política de apertura indiscriminada. Hoy, estamos transitando el paso de un extremo al otro, pero en ambos casos coincide la falta de una visión estratégica sobre los sectores productivos del país.
Desde el progresismo pensamos que hay que apostar fuertemente a un proceso de desarrollo impulsado desde los actores locales y regionales, en términos de integración horizontal y vertical, estimulando las cadenas de valor industrial, contemplando la articulación público y privada y el fortalecimiento de nuestras empresas pymes y de los sectores comerciales, que por otra parte sostienen el empleo asalariado del país.
En este sentido los recursos naturales, la energía, las infraestructuras, las denominadas industrias de base, requieren para el país esa visión estratégica y nacional de la que hablamos.
Un ejemplo concreto de esta idea es el proyecto de cadenas de valor en agroalimentos que estamos desarrollando en la localidad de Armstrong desde hace tiempo, adonde venimos trabajando junto a cooperativas, para industrializar la producción primaria. En pocos días más el intendente de esa localidad se estará reuniendo con el sector cooperativo de la zona e inversores privados, con el desafío de avanzar en la interacción de los capitales regionales y construir cinco plantas industriales más, que harán sinergia en el uso de los subproductos y las cadenas logísticas comunes. Estamos hablando de articulación público-privada para el agregado de valor regional: cooperativas, sociedades anónimas, el aporte de las universidades y el gobierno provincial y municipal.
Ese modelo es nuestra apuesta al futuro. Escalas y tecnologías que permitan competir en los mercados de manera adecuada, pero defendiendo el entramado social y productivo de los actores de nuestra propia sociedad.
No es una utopía, estamos convencidos de que es un camino posible. No hace falta que sean los sectores más concentrados de la economía o los grupos multinacionales los que piloteen el desarrollo futuro de nuestro país. Ese camino ya lo hemos transitado en otras oportunidades. Y así nos fue.