Claudio Fernández es uno de los más de mil científicos repatriados en la última década en la Argentina. Nació en Villa Soldati y cuando terminó la escuela tenía dos caminos: o seguir el mandato paterno de convertirse en jugador de fútbol o el impulso de la madre de hacer una carrera universitaria. No sin resistencias y discusiones en casa optó por lo segundo. "Me acuerdo que mi vieja me decía: «Si decidiste lo que querés ser lo importante es que no seas un científico frustrado»", recuerda hoy sobre aquellos años. En busca de detectar y despertar esa chispa de interés por la ciencia en los pibes, decidió sumar a la par de su intensa carrera el desarrollo de la iniciativa País Ciencia, un proyecto que mediante concursos, charlas y pasantías, promueve un acercamiento de los alumnos del secundario al mundo de la investigación. Defiende la inversión realizada en el área "como parte de una política de Estado" y sostiene que "el científico argentino es como el jugador de fútbol: es requerido en cualquier lado".
De lunes a jueves vive en una pensión con cinco estudiantes a pocas cuadras de La Siberia, donde dirige el Instituto Max Planck de Rosario. Cobra un sueldo del Conicet y el fin de semana retorna a su casa, donde lo esperan su esposa y sus hijos en Villa Soldati, el mismo barrio donde cursó la primaria y la secundaria, rodeado de asentamientos precarios. Hijo de una familia humilde, su mamá era ama de casa y su padre fletero. Pero fue su madre "la catalizadora" de su interés por la ciencia. Recuerda con humor el primer experimento en su casa que desató el enojo paterno: "Cuando tenía una angina o me doblaba el tobillo, mi viejo venía siempre con el té con limón. Que no tenía nada que ver, pero era lo que había. Y ahí vi que cuando le agregaba limón el líquido cambiaba de color. Entonces empecé a experimentar, hasta que le puse limón al vino de mi viejo".
Otro capítulo de su vida que contribuyó a formar su mirada política y social fue la desaparición de su tío, quien junto con su mamá militaban en el peronismo de los 70: "Yo no entendía por qué teníamos que mudarnos de un lado a otro. Pero creo que la reacción de mi vieja ante eso fue decir: «Por cada uno de estos (por los desaparecidos) yo voy a generar 30 si puedo»". A los 18 años entró en la facultad y cinco años después se recibió con dos títulos: farmacia y bioquímica. Pero algo del deseo de su padre le quedó picando, porque cuando tuvo que emigrar a Alemania por la política de Estado que mandó "a lavar los platos" a los investigadores, conjugó su actividad científica con su participación en una liga regional de fútbol.
Destacado científico. Hoy Claudio Fernández es un destacado investigador que realizó avances significativos que cambiaron el estudio del Mal de Parkinson. Sin embargo no se considera un genio, sino "un tipo perseverante y curioso" que entiende que la ciencia debe estar comprometida con la sociedad. Propone que los investigadores "salgan del laboratorio" y se conecten sobre todo con los sectores más humildes. Habla con pasión de la necesidad de incentivar las vocaciones en los chicos. Por eso la importancia de País Ciencia y de allí que una de las principales líneas de acción de esta propuesta reside en un concurso para alumnos de escuelas técnicas sobre proyectos vinculados al medioambiente.
—¿Además de incentivar vocaciones, hay una idea de desmitificar la ciencia?
—Exactamente. Por eso en País Ciencia uno de los módulos es el de divulgación científica y talleres experimentales. Eso implica un contacto de los investigadores con los pibes, donde los chicos ven una imagen más real de la ciencia. No es el clásico tipo con guardapolvo, con anteojos para protección de químicos con los pelos revueltos, una especie de Einstein contemporáneo que termina siendo una caricatura. Una de las profesiones más etiquetadas es la del científico. La ciencia debe estar al alcance de todos los pibes, no ser algo para genios. Y lo que no queremos es que los chicos se pongan un horizonte de futuro en función del estrato social del cual provienen, sino generar igualdad de oportunidades. Yo vengo de muy abajo, de un barrio humilde de Villa Soldati, donde mi vieja me decía que quería que yo estudiara y le decían que nosotros estábamos predestinados para otra cosa, no para una carrera universitaria. Algunos colegas me dicen que rifo mi prestigio porque voy a las villas. Y yo vengo de ahí, sé lo que hay que hacer para estimular a esos pibes. Esa es parte de mi responsabilidad social. Porque entiendo al conocimiento como un bien social y no como el privilegio de unos pocos. En Villa 31 surge la idea de trabajar con el medioambiente. Ahí los chicos nos planteaban problemas concretos como un basural o la falta de agua potable. En País Ciencia los módulos se originan de ir a las escuelas, escuchar a los directores y a los pibes.
—Esto implica una postura sobre la educación pública y el Estado...
—Por supuesto. Porque si viene un gobierno de otro signo político que entiende que se invirtió mucho dinero, reduce el presupuesto y decide que la ciencia ya no va a estar más en el centro de la escena de un país con aras de desarrollo productivo, tecnológico e industrializado, a lo conseguido en ciencia lo tienen que defender los pibes y la sociedad, que con País Ciencia van a poder hacer pasantías en institutos del Conicet o viajar a centros de investigación. La defensa de una política de Estado la hace la gente. Pero si no comunicamos lo que pasa en ciencia y tecnología no vamos a poder defenderla. El otro día di una charla en una escuela de zona sur —la Escuela Nº 465 de 27 de febrero al 100— y no sabían que a tres cuadras se invirtieron 100 millones de pesos para el IBR (Instituto de Biología Molecular de Rosario) o el Ifir (Instituto de Física de Rosario), entre otros. Eso implica una autocrítica del científico de cómo estamos defendiendo una política de Estado como esta. Pero esta profesión tiene una impronta elitista muy fuerte. Un pibe de 17 años que realmente le gusta la física o la química, ¿no tiene derecho a venir a un instituto del Conicet, estar un par de días trabajando? Si su familia pagó esto con sus impuestos. Debería ser lo más normal, un derecho que tiene la población.
—Y por otro lado, ¿un científico debería acercarse a la villa?
—Por supuesto. Entre el 95 y el 98 por ciento del sistema científico argentino está enrolado en un instituto del Estado, universidades nacionales o institutos del Conicet. Por eso tenemos una obligación terrible de salir a comunicar lo que hacemos, porque nuestros sueldos los paga la gente y en muchos casos nuestros subsidios para investigar también vienen del Estado. El conocimiento científico se genera en la Argentina en las universidades públicas, no en las privadas. Eso es clave para desmitificar un montón de cosas. Una cosa es impartir conocimiento y otra generarlo. No nos olvidemos de que hace diez años querían privatizar al Conicet. Y que a nosotros nos mandaban a lavar los platos. Lo que pasa hoy ocurre en el marco de un proyecto político. Estábamos igual de capacitados hace diez años, pero estábamos todos afuera. Acá hay un proyecto que nos repatrió e invirtió en infraestructura tecnológica y edilicia.
—¿Y fuera del país como está visto el científico argentino?
—El científico argentino es como el jugador de fútbol, es requerido en cualquier lado. Todas las veces que me tuve que ir de la Argentina no me fui a buscar trabajo, sino que me vinieron a buscar. En Alemania fui jefe de grupo del Instituto Max Planck de Biofísica y Química en Göttingen. Esa ciudad tiene un Premio Nobel cada 3 mil habitantes. Pero esa sociedad, a la cual respeto muchísimo, estaba haciendo usufructo de mi conocimiento cuando en mi capacitación no había invertido un peso. Y la sociedad argentina que había invertido en mi formación no podía usufructuar el conocimiento generado porque me tenía que ir.
—Esa es una batalla cultural.
—Por supuesto, pero esa batalla no se libra en un laboratorio, sino en la calle, en los centros de estudiantes universitarios y secundarios. Por eso País Ciencia existe y tiene tanto potencial, porque la idea es que lo adopte la gente.