Francisco de Narváez hizo explotar una bomba que arrasó con todo vestigio de escondite a la hora de tomar definiciones. Cuando el líder de su frente proponía un fin de semana de reflexión para recién luego brindar su palabra, cual pastor post retiro espiritual, el “colorado” bajó su candidatura a gobernador de Buenos Aires y enfrentó sin ambages, cara a cara, a Sergio Massa y Mauricio Macri, para que se decidan: ¿son aliados o se enfrentan? ¿Tienen propuestas parecidas? ¿Les importa la posibilidad fundada de que el Frente para la Victoria pueda ganar en primera vuelta en octubre?
No hay que explicar el peso aritmético de la provincia de Buenos Aires a la hora del recuento total de los votos del país. El peronismo allí no para de crecer y el entusiasmo por verla a la presidenta encabezando la lista de diputados nacionales genera mayor excitación. El ex intendente de Tigre pierde dos puntos en intención de voto por semana y la candidata del PRO María Eugenia Vidal no tracciona un solo sufragio propio, con riesgo a que corte su parte de la boleta electoral el propio votante de Macri. Para algunos, la alquimia entre el jefe de gobierno de la Capital como aspirante al poder ejecutivo y Massa como gobernador era el dique perfecto para detener la marcha de los sucesores de Cristina.
Fue desembozado, en algunos casos, y rayano con lo ordinario, en otros, el modo en que empresarios de primerísimo nivel, representantes de corporaciones y hasta de la Iglesia (sí, la Iglesia) presionaron al líder del PRO para que se avenga a abrirle la puerta al alicaído hombre del Frente Renovador. “Nunca vimos nada semejante”, dijo un ladero de Macri. Eso incluye no sólo la sucesión de llamados, reuniones y consejos (sic), sino también “el conjunto de operaciones lanzadas desde Tigre inventando reuniones entre los dos que jamás existieron”, confiesa la misma fuente. El último intento se concretó en casa de De Narváez en una cena de hace pocas horas, en donde el asesor Jaime Durán Barba no escondió su dureza para ratificar que Macri no acepta sacarse la foto con Massa y que su vice será del PRO y casi con seguridad una mujer.
Macri encuentra dos obstáculos insalvables para pensar de esta forma. Primero y esencial, desconfía personal y políticamente de Massa. “No lo tolera. Es de piel”, explican sus cercanos. Luego, estima que construir una tercera vía política supone poner límites a todos los que hayan sido funcionarios del kirchnerismo, sin contar que las sumas matemáticas, en política, no funcionan. “En Córdoba sumamos radicales, juecistas e independientes y seguimos segundos”, explican a su alrededor. El massismo no se cansa de repetir ante quien quiera que esta posición es confirmatoria de que el PRO se conforma con salir segundo en la elección general. “No tienen vocación de poder y, mucho menos, de ejercerlo en la adversidad. Le están haciendo ganar la elección a Scioli”, dice en reserva uno de los pocos intendentes que quedan en el Frente Renovador. Sobre lo último, dicen las encuestas que tienen razón.
Macri celebró esta semana en Rosario la adhesión con papeles de Carlos Reutemann a las filas de su partido con la candidatura a senador nacional. Tuvo temores cuando el ex gobernador dijo que apoyaba a Miguel del Sel, “pero hasta ahí”. Es que el dirigente porteño no sabe que el ex piloto no puede ser definido desde los sellos o pertenencias partidarias generales. Ni como aliado PRO, y ni siquiera como peronista. Reutemann es sólo reutemista. Desconfía de todos en todo momento. Y sólo le pondrá al cuerpo entero a la contienda cuando dispute un lugar personal. Así lo hizo cuando le ganó por poco a Rubén Giustiniani y mutó su tradicional aversión a los medios en una verborragia inusitada en reportajes. En las demás ocasiones acompañó, pero con ostensibles reparos. ¿O no fue él el primero en saltar del Frente Renovador cuando olió lo que ahora todos vemos? ¿El apoyo “hasta ahí” es síntoma de lo mismo? Lo veremos el próximo domingo.
En Santa Fe. El domingo próximo Santa Fe abre el test de las grandes ligas electorales argentinas. Junto con Buenos Aires, Mendoza y Córdoba mostrará el verdadero color de lo que puede suceder en octubre. Sin desmerecer al resto de los distritos, la provincia de la bota pondrá en juego el 10 por ciento de los electores y a la hora de la suma y resta de sufragios, el número es decisivo. A diferencia de otros lugares, en estos comicios las opciones se dividen en tres, tanto desde lo conceptual como desde los nombres. No es cambio o continuidad, como sucede generalmente, sino que aquí se agrega si se pondera el haber gestionado o no.
Miguel Lifschitz representa la continuidad con ocho años de gestión partidaria que lo preceden. Fue ostensible la desesperación final del socialismo para mostrar en 30 días que tenía reacción ante la innegable (y en muchos casos intolerable) inseguridad de los centros urbanos locales. La soberbia a la hora de negar el problema, el barullo burocrático para enfrentarlo y la desidia de la administración nacional fueron un cóctel explosivo. Lifschitz fue el mejor intendente que tuvo la ciudad desde la recuperación de la democracia, cuando se trató de recordar que ese cargo tiene como función primordial mirar el día a día de servicios públicos, calidad de vida inmediata y conocimiento de su territorio. Habrá que ver si le alcanza para contrarrestar la grisura de su sucesora y el siempre bienvenido deseo de la alternancia en el poder.
Omar Perotti es otro buen administrador con profusa formación profesional. Tampoco puede sortear el lastre de una gestión del peronismo de más 20 años que dejó mucho en el debe y casi nada en el haber. Si se le suma un peronismo desgajado por las salidas hacia el partido de Macri, la no reconciliación del santafesino con el kirchnerismo más duro y el lanzamiento tardío de la propuesta, el resultado es de gran debilidad. Tanto él como Lifschitz son la continuidad con el paso por la gestión.
Miguel del Sel es netamente el cambio. Si cree en Dios, el actor debería agradecerle haber suplido su inacción política hasta estos días con el haber nacido a la política en el momento y lugares indicados. Sin ninguna experiencia de gestión, pero también sin necesidad de usar la política para encontrar una salida profesional. No alcanza con exhibir al siempre laborioso Jorge Boasso como muestra de conocimiento ni mencionar equipos técnicos que no son tan numerosos y, en algunos casos, representan al más conservador peronismo, que supo hacer gala de ajustes noventistas. Funge a su favor la necesidad de zarandear a los que han estado y no han dado respuesta a los más elementales requerimientos ciudadanos.
El socialismo no puede decir públicamente a siete días de las urnas que el dicho popular de malo conocido por bueno a conocer no es tan malo. En privado, espera que los indecisos así lo piensen. El PRO agita otro postulado de la sabiduría común que reclama un cambio a tiempo para no arrepentirse más tarde. En silencio, muchos de los que deben ir a votar se preguntan si al agitarse ese pensamiento se escuchará el concreto ruido de las nueces y los motivos para sostenerlo. Menudo momento de reflexión y decisión para los que votemos el domingo que viene.