No es una novela, su carácter no es literario: La maestra y el museo, de Sandra Fernández y Paula Caldo, es un libro de historia. Pero definirlo así lo ubica de una manera demasiado genérica. Es, en realidad, un libro que cuenta una historia, la de Olga Cossettini, y un acontecimiento clave, una muestra de sus alumnos en el Museo Castagnino. Esa actividad, que en noviembre de 1939 llevó las obras de sus alumnos a estar expuestas durante un mes en el museo de Pellegrini y Oroño, es tomada por las historiadoras como un catalizador de una experiencia que dejó claras huellas en el ámbito de la educación.
El libro es, en todo caso, un libro atípico si se lo toma como el producto de una investigación del área de las ciencias sociales. Lejos de presentarse como un formal paper de investigación, es una amable narración que teje y desteje la vida de Olga, sus redes sociales, su trabajo como pedagoga y que además busca a la mujer que se resiste a aparecer tras una tarea que la tiene absolutamente ligada a la experiencia de la Escuela Serena.
La muestra en el Castagnino luego se tradujo en un libro (El niño y su expresión) que posibilitó a Olga ganar una beca Guggenheim y viajar a Estados Unidos. Ese encadenamiento es clave para Fernández y Caldo al momento de elegir cómo contar esta historia, la que comenzó a “hablarles” en 2009 cuando iniciaron una investigación que las llevó a consultar el Archivo Cossettini.
Ese archivo es otra de las claves de este libro. Lo que se conoce y lo que no se conoce sobre la experiencia Cossettini en la Escuela Carrasco del barrio Alberdi es gracias a ese archivo. Y tras eso hay una decisión, la de esas maestras, y en particular la de Olga, para que la experiencia trascienda. Las cartas que contiene permiten recrear no sólo cómo fue el devenir de esa experiencia sino también cómo y con quién se relacionaban, quiénes eran sus amigos y amigas y cómo lograron que su tarea desarrollada en una escuela de una zona considerada por entonces periférica impactara en la historia de la educación .
Pero, ¿quién era esta mujer? y ¿cómo era el tiempo en que vivía?. En diálogo con Más, las autoras de La maestra y el museo brindan detalles de cómo lograron plasmar el relato sobre esa maestra, Olga, que logró convertirse en una intelectual y protagonista de una intensa gestión cultural que se desarrolló entre 1939 y 1942.
Su tarea como investigadoras las llevó a toparse con el Archivo Cossettini, a mediados de 2006, un espacio donde todo parece contar la experiencia de estas dos mujeres que dejaron huellas entonces y ahora.
“Siempre tuve una gran sospecha sobre lo que se decía de Cossettini, porque es una especie de mito. A veces uno se pregunta si el archivo es un archivo o un museo, porque Cossettini es la obra”, dice Caldo sobre la investigación. “Esas maestras que transformaron los modos de enseñar y que educaron con el arte... Yo siempre sospeché bastante y por lecturas que una trae sobre cómo interrogar el pasado y por mis investigaciones sobre historias de mujeres, lo que propuse fue pensar a las mujeres que había en estas maestras”, detalla.
—¿Qué buscan en el Archivo? ¿Por qué Olga?
Paula Caldo: Olga es maestra pero se sabe poco de su vida, están los cuadernos de los alumnos, los diarios de las maestras, pero aparece poco la Olga mujer y nosotras entramos a buscar eso al archivo. A la mujer que estaba detrás de la maestra. Otra cuestión fue no pensarlas sólo como maestras sino como intelectuales. Cuando una empieza a ver la vida y la densidad de la obra de estas mujeres, no puede pensarlas como maestras que van al salón de clases y que todo termina ahí. Entonces, aparece la posibilidad de trabajar sobre el epistolario de Cossettini que permite probar todo esto que decimos. Allí hay cartas desde el 1930 hasta los 1990, donde queda claro que Olga no era una simple maestra.
Sandra Fernández: Estudiar a Olga es importante para el análisis de la sociabilidad formal e informal, en especial para resignificar el estudio de las relaciones sociales desde una perspectiva de género e historia de mujeres. Durante mucho tiempo el estudio sobre maestras se circunscribió al análisis de lo estrictamente escolar. Su condición de profesionales, intelectuales, expertas era marginada u opacada. Investigar sobre estos casos pluraliza la perspectiva de la historia sociocultural, incorporando a la escena historiográfica a sujetos sociales invisibilizados.
—Ustedes en un momento utilizan la definición de Antonio Gramsci para definir a un intelectual, como término amplio. ¿Olga fue una intelectual orgánica en relación con qué o quién, en todo caso?
SF: Utilizar esa calificación para Olga es un tanto osada. Olga representa como ninguna la simbiosis de la maestra normal, la referente escolanovista y la profesional que construyó su propio derrotero.
PC: Tomamos a Gramsci para romper con el concepto de intelectual con un saber exclusivo; crear sentido está en todos. El pensamiento de Olga responde a un sector, no sé si a una clase, piensa en el arte, piensa en las bellas artes que son las mismas que integran el museo. La muestra en el Castagnino aparece en el marco de las misiones culturales, cuando los chicos salían a mostrar lo que la escuela hacía, no era un diálogo, iban a llevar la cultura que estaba en la escuela hacia el exterior. No era que en el afuera se podía recuperar algo del otro. Olga corregía los trabajos en base a un canon y estaba el canon de las bellas artes. Es lo letrado, las bellas artes, la música clásica, no lo que los chicos tenían. En ese punto, y mirando la sociedad de los años 30 y la ideología del museo, uno dice: ahí hay algo de funcional. Ella lo dice, “estos chicos no tienen otra cosa”, ellas de alguna manera dicen que lo único bueno que tienen estos chicos es lo que está en la escuela. El espacio de la escuela es “el espacio de la cultura”. Hay un registro de clase en lo que enseñan, aunque el modo de enseñar rompía con una tradición que esa clase sostenía. Olga corregía, había libertad, pero Olga corregía. Uno discute, a través de conocer el archivo, esa mirada de que los chicos estaban libres, eran maestras formadas en el normalismo, se fueron haciendo en la práctica escuelanovistas.
—¿Qué mujer era Olga?
PC: El archivo esconde bastante, no hay muchas marcas del afecto de Olga.
—¿Olga no quiso dejar muchas marcas ahí?
SF: Legar un archivo es una cosa muy fuerte. Habla de una decisión de proyectarse en el tiempo, de conservar una memoria, la propia, seleccionado con cuidado los rastros de su vida. La intervención que nuestra investigación hace sobre ese corpus no pierde de vista nunca este horizonte. Por otro lado, también habla de la voluntad de sus seguidores, discípulas y estudiantes de perpetuar una imagen de la señorita Olga. Mirar críticamente documentos e intenciones fue una tarea fascinante.
PC: En el único lugar que la maestra se corre y aparece Olga mujer es en las cartas del viaje. Porque en realidad las cartas de amor que hay en el archivo no son de Olga, son de Leticia, y eso da cuenta también de una imagen que se quiere mostrar. Lo de Olga está bastante guardado, en las cartas del viaje ella muestra una mujer que llega a Estados Unidos en diciembre del 41, con la Segunda Guerra como escenario. La mujer que se ve en esas cartas es una mujer que se fascina por EEUU, que le gusta la ropa, que mira vidrieras y hasta aparece una Olga que se enamora... es en la única parte y después nada más. Creo que esas cartas están ahí porque no se pueden cortar y son parte del viaje. Ese viaje es una beca para aprender y mostrar los trabajos de sus alumnos que habían sido expuestos en la muestra del Castagnino. Y si bien tiene una enorme admiración por lo que ve, también dice que su obra pedagógica no tiene nada que envidiarle a lo que se encuentra en EEUU. Hay muy poco sobre la Olga mujer, hay vínculos de amistad pero la mayoría son bastante formales. Ella indica quiénes deben leer cada carta.
—La producción de Olga salía claramente del aula, ella escribía, planeaba cómo hacer para que las actividades se conocieran. ¿La trama social era la clave?
SF: Olga es ego de una red social muy compleja que involucra maestros y maestras, intelectuales, hombres públicos, funcionarios, argentinos y americanos. Tales relaciones sociales se dilatan en el tiempo y van cambiando. Si en la década del treinta las maestras son más importantes, en las décadas siguientes lo es el otro grupo, muy variado en nombres y actividades. Los nombres son muchos pero los más conocidos son Hilarión Hernández Larguía, Francisco Romero, Alfonso Reyes, Jesualdo Sosa, Curt Sachs. Es ella misma la que se preocupa en construir y sostener estos vínculos en el tiempo, en base, entre otros, a un profuso intercambio epistolar, donde se intercambiaban ideas, textos, opiniones, y también se fortalecían lazos afectivos. Estudiar a Olga es importante para el análisis de la sociabilidad formal e informal, en especial para resignificar el estudio de las relaciones sociales desde una perspectiva de género e historia de mujeres. •