En los últimos tiempos, la palabra posverdad ha ganado lugar como concepto para analizar complejidades semánticas que se esconden detrás de ciertas argumentaciones. En principio se la asocia a la política pero se extiende a otros ámbitos. El término cobró vigor asociado al estilo de campaña del presidente de los EEUU Donald Trump. Pero la génesis de la palabra se remonta a la década del 90. Una década marcada por lo más obsceno del neoliberalismo que impuso la idea de un sujeto autónomo capaz de lograr por sí mismo todo aquello que se propusiera. Como efecto colateral, aquel que quedaba fuera del sistema de producción, desempleado y pobre aparecía a los ojos de los otros y de sí mismo como un "perdedor" y único responsable de su malparar. Algo sólo atribuible a su falta de mérito. Los 90 arrasaron con una premisa fundamental: la solidaridad.
Volviendo a nuestros días, para el Diccionario Oxford, "post-truth" fue considerada la palabra de 2016 y en este 2017 el Diccionario de la Real Academia Española la incluirá entre sus términos, ya que "se ha logrado una traducción impecable al español": Neologismo, del inglés "post truth". Aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público.
Así, la impronta de varios discursos epocales tendrían el sesgo de decir a cada cual lo que quiera escuchar o, lisa y llanamente, mentir. La manipulación es el objetivo final.
Quienes trabajamos en el ámbito de la salud mental y somos demandados para aliviar el sufrimiento y el malestar, nos enfrentamos cotidianamente con emociones, creencias y deseos que recubren y toman la vida de los sujetos. Qué fácil sería decirles a nuestros pacientes lo que quisieran escuchar eludiendo el conflicto! Así el responsable de todos los males sería siempre un otro. Precisamente el psicoanálisis _"una terapéutica que no es como las otras" (J. Lacan)_ hace todo lo contrario: implica al sujeto en su sufrimiento. Si como terapeutas fuéramos condescendientes y nos dedicáramos a agrandar autoestimas y diluir responsabilidades poco y nada ayudaríamos. Estaríamos promoviendo una suerte de "pan para hoy y hambre para mañana" y los síntomas retornarían con diferentes formas, probablemente con mayor gravedad.
Signos y síntomas englobados
En las investigaciones en salud y publicaciones científicas vemos aparecer regularmente buenas nuevas que se anuncian con bombos y platillos como "el" descubrimiento científico que, con pretensión de verdad inobjetable, viene a llenar el vacío de algo complejo y hasta ese momento, insondable. Con respecto a las infancias, aquellas problemáticas que atañen al crecimiento y al desarrollo, a las dificultades del aprendizaje, a presentaciones graves y complejas como el autismo, las psicosis infantiles, los efectos del maltrato, el abuso, el hambre, son tomadas por argumentaciones que, por su estilo, pueden asimilarse a la posverdad. En ellos encontramos, como principio tácito, la intención de reeditar la clásica dicotomía cuerpo/alma apelando a la categoría desubjetivada de "cerebro".
Signos y síntomas son englobados en nuevas entidades psicopatológicas que, de la mano del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría), impondrán también las nuevas terapéuticas. La producción científica financiada por grandes laboratorios, a los que luego entrega sus descubrimientos, conforman un circuito en donde el cuidado de la salud de las poblaciones importa menos que la oportunidad de hacer fenomenales negocios. Estudiadas estrategias de marketing, lobbistas caminando los pasillos de los lugares donde se deciden leyes y normas, entrenados y con el speech♫ aprendido y representantes de las industrias farmacéuticas ocupan las salas de espera en hospitales públicos y privados con el objetivo de abrir nuevos mercados para explotar.
Síndrome de hiperactividad
Un ejemplo (hay otros) que anuda Ciencia-Salud-Infancias-Posverdad-Mercado es el Síndrome por Hiperactividad y Desatención. El devenir histórico nos muestra que la descripción del comportamiento "inquieto" aparece primeramente en la literatura asociado a lo que debe ser objeto de educación: hay niños que no se quedan quietos en la mesa, en su pupitre, en la misa y por tanto hay que enseñarles lo inconveniente de tal conducta. Progresivamente y asociado a los estudios del cerebro fue ingresando lo neurobiológico, lo genético y así, algo que en un momento era significado como una característica común e inherente al "ser niño" pasó a ser algo patológico. Esto de la mano de la gran apuesta a las investigaciones sobre el cerebro para la que algunos gobiernos e instituciones privadas han destinado sumas importantísimas.
Más acá en el tiempo, en los años 90, con los avances de la genética y las neuroimágenes concentraron el apoyo para líneas de trabajo que, hasta hoy, privilegian lo neurobiológico y lo genético. El valor de estos estudios y sus resultados son objeto de críticas toda vez que dejan de lado variables tan o más importantes: condiciones socioambientales y de crianza, estudio de los modos de funcionamiento familiares, evaluación de las formas de enseñanza escolar, imperativos y representaciones sociales. El hecho que la aparición de la sigla de la mano del DSM haya quedado asociado a un tratamiento privilegiado como lo es la administración de psicofármacos colabora a que quienes trabajamos con las infancias tomemos la responsabilidad de develar qué se esconde detrás de recetas fáciles y discursos bien armados. Esto es ineludible ya que se juega ahí el bienestar y la forma de estar en el mundo de cada niño y niña.
La droga de primera elección para el Síndrome de hiperactividad y desatención es el metilfenidato. Su consumo creció exponencialmente en los EEUU entre las décadas del 90 y el 2015. Hoy su prescripción en ese país y en Europa está siendo fuertemente vigilada. No es aventurado pensar que los laboratorios han salido a la conquista de nuevos mercados. Y nuestro país está entre ellos.
¿Cómo se protege a los niños?
¿Quién protege el derecho a la salud y a una vida plena de los niños, niñas y adolescentes? Algunos medicamentos, aun siendo prohibidos en muchos países del mundo y probados sus efectos colaterales, siguen siendo recetados y a edades cada vez más tempranas. Si pensamos que el médico sigue siendo la figura donde padres y madres depositan la confianza será la ética profesional, en conjunto con las instituciones de la sociedad, quienes se enfrenten a esta grave injuria. La lucha de agrupamientos de profesionales se ha hecho sentir pero es desigual. En el mundo del marketing y la posverdad cualquier idea puede ser válida. Y si es acompañada por una figura potente, famosa y con prestigio ganado a fuerza del acompañamiento de los grandes medios de comunicación, mejor. Exito asegurado.
Es imprescindible saber si un diagnóstico invalidante, un tratamiento farmacológico con consecuencias orgánicas y subjetivas para niños y niñas, es correcto o no, o si es la única vía posible. Está permitido dudar y hacer otras consultas. Aunque la premisa más importante de la posverdad sea que no importa si un hecho es verdadero o no, las infancias merecen que investiguemos y aprendamos padres, docentes y profesionales. El esfuerzo hará la diferencia entre una terapia que privilegie al sujeto u otra que haga del mismo una fuente de ingresos.