Existe hoy un relato que entiende al pasado de la escuela como una época dorada que se logró gracias al consenso. Y que en parte explicaría la "tragedia educativa" del presente y su decadencia. Esta visión reduccionista evoca un pasado idealizado donde aparentemente el sistema que rige la enseñanza fue gestado desde el acuerdo. Un axioma repetido hasta el hartazgo por dirigentes políticos, empresarios y comunicadores. Para la especialista Silvia Finocchio, la historia de la educación no se distinguió tanto por el consenso, sino por "proyectos pedagógicos en pugna, donde hubo mucho debate y confrontación".
Autora de "La escuela en la historia Argentina" (ver aparte) sostiene que "el pasado sólo se conoce desde una experiencia hegemónica", una historia "simplificada y estereotipada".
En diálogo con La Capital Finocchio carga además contra el discurso actual de la "catástrofe educativa y de crisis que instala la resignación entre los docentes y los propios estudiantes". Y que muchas veces la prensa le ha hecho "el juego" a la instalación de esa idea.
—¿Fue de consenso la historia de la escuela y la educación?
—Desde el siglo XIX la propia idea de escuela producía mucho temor y desconcierto en los padres de familia. Entonces lo primero que se plantea Sarmiento es convencer a la sociedad de la importancia de la educación, y construir una opinión pública favorable a la escuela. De allí el trabajo formidable, que creo que fue el más importante que hizo Sarmiento, en promover esta opinión pública. Y a partir de ahí se dan las diferentes perspectivas dentro de los propios docentes, muy escindidos o fracturados entre ellos, desde los idóneos hasta los normalistas; y las agrupaciones como los católicos, los anarquistas, etc. Se dan proyectos pedagógicos en pugna y donde hubo mucho debate y confrontación por la hegemonía en relación con la educación.
—¿La controversia fue entonces la marca de la historia de educación más que el consenso?
—Totalmente. Además me da la impresión que mucha de la dificultad para mirar el presente o el futuro hace que uno se apoye sólo en lo que supone conocido, que es el pasado. Y si sólo se lo conoce desde una experiencia hegemónica, desconoce mucho de ese debate y confrontación.
—Y esa experiencia hegemónica, ¿explica ese pasado dorado?
—Exacto, un pasado simplificado y estereotipado, cuando en realidad creo que lo que pasa y pasó en la escuela es un fenómeno básicamente ignorado. Y el discurso contemporáneo de la crisis lleva a ver exclusivamente aquello que se hace mal, invisibilizando cosas interesantes que pasan o han pasado en el mundo de la educación. Pero estas cuestiones casi no se pueden mencionar porque hay un ordenamiento discursivo centrado en la crisis entendida como decadencia.
—Se suele hablar del deterioro, catástrofe o tragedia educativa...
—Sí, la hecatombe social o el fin de la civilización, cuando en realidad la educación es una práctica social entre otras. Pero hay un discurso muy fuerte de exhortación, en referencia a que la escuela tiene que resolver todo, desde los problemas que el capitalismo no resuelve, como la desigualdad, hasta los problemas de salud o de dominio de todas las competencias asociadas a la cultura letrada. También aquellos referidos a los nuevos ordenamientos culturales vinculados con las nuevas tecnologías. Todos los problemas aparentemente los tiene que resolver la escuela. Y eso se da en medio de un clima que el discurso de la crisis construye, y que instala la resignación entre los docentes y los propios estudiantes. Es un discurso que paraliza, desinstrumenta y despolitiza mucho.
Revistas escolares
—¿Qué rol ocupó en esta historia la prensa educativa?
—Fue un espacio muy rico, amplio y variado, con un Estado nacional que lo estructuró a través de "El monitor de la educación", aunque también había revistas de las provincias, de los institutos de formación docente, de los gremios y de las universidades, entre otros. Con la presencia de estos actores y sectores queda más en evidencia esta confrontación y múltiples lecturas y miradas. Hoy el presente de este espacio está caracterizado por un conjunto de revistas oficiales donde diría que hay una escuela latente y un horizonte que no se termina de armar. Pero que instala nuevos temas como la memoria o la diversidad.
—¿Y qué pasa con las publicaciones más comerciales?
—Por otro lado, hay un conjunto de revistas, las que mayormente leen los docentes, que se compran en los kioscos, y que intentan instrumentar a los docentes en dos direcciones: ofreciéndoles herramientas concretas para la práctica diaria y pastillitas de autoestima que ayuden a procesar este malestar en que supuestamente viven los docentes. Se trata de un tipo de lectura que intenta reanimar y elevar la autoestima deteriorada del maestro, y que se aproxima mucho a la literatura de autoayuda.
SilviaFinocchio2.jpg
La pedagoga Silvia Finocchio.
Foto: Damián Neustadt / La Capital
El rol de la prensa y la crisis
El rol de la prensa en general en la difusión de relatos sobre la escuela y la educación es también parte del análisis de Finocchio.
—¿Qué rol tiene la prensa en la construcción de ese relato?
—La prensa le ha hecho el juego al discurso de la crisis educativa entendida como deterioro. Los medios toman ese discurso porque ancla muy bien en las crisis objetivas que ha vivido la Argentina en las últimas décadas. Así el discurso de la crisis educativa es funcional a experiencias históricas concretas que ha vivido el país, porque cuando la educación está en crisis es porque además todas las cosas que nos pasaron como sociedad también lo están. Pero también hay otro componente que es complicado, y que hace más a nuestra cultura y a nuestros modos de representarnos, que tiene que ver con cuánto nos hacemos cargo de nuestros propios problemas.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a la tendencia a la desresponsabilización, de lo que pasa, donde siempre los culpables son otros. Para algunos el Estado, para otros los gremios, los docentes o los mismos chicos. Siempre la responsabilidad está puesta en alguno que se construye en la vereda de enfrente, con lo cual no me hago cargo y en algún punto soy víctima de una determinada situación. Este discurso está muy instalado en la prensa en general. Me parece que hay que desmontarlo porque produce efectos políticos nocivos. Hay que salir a interrumpirlo de algún modo, porque toda lectura política supone poder leer las cosas que se hacen bien y las no tan bien. Y eso equilibra un poco los tantos. Y además es una lectura generalmente más compleja y profunda. Acá estamos siempre mirando una parte, y eso puede explicar por qué ese discurso cuaja tan bien en los medios. Es momento de ponerse a pensar sobre los efectos políticos de ese discurso que desinstrumenta y despolitiza mucho.