M. es un adolescente que ha iniciado un tratamiento por consumos de sustancias en nuestro Centro de Día. Apenas ha cruzado esa delgada línea que separa a un niño de un púber. Es un pibe, de esos tantos que crecen en nuestras barriadas populares, y cuenta solo 16 años. Chicos que viven gambeteando el barro de la miseria, donde el corazón es un agujero por donde nunca paso el soplo de la ternura.
M. es uno más en ese puñadito de casitas humildes, precarias, crecidas entre baldíos, zanjas y un perrerío cerril que alborota con sus ladridos. Apenas terminó la primaria, y fueron vanos los intentos de su madre para que continuara estudiando. Como diría ella: "Doctor, me lo ganó la calle, el quiosco con la junta, la cerveza y algo más".
Del padre ni se sabe, su madre sufrida y gastada con las marcas de la pobreza, no pudo ocuparse de él. Sola y con otros más pequeños, sirviendo en casa de familia para traer algo para las bocas de su prole.
Una mañana —aún lo tengo en mi memoria— M. me pide conversar. Nos ubicamos en mi consultorio, frente a frente y entonces se queda un instante suspendido en el vacío, y luego dice, casi como en un susurro: "Yo maté a un pibe, y no me lo puedo sacar de aquí (hace un gesto poniéndose el puño derecho sobre el pecho). Ahora se pudrió todo porque sé que me la van a dar!".
Lo observo y parece que se ha encogido al escucharse, intentado hundirse en un cono de sombras que crece entre la luz de lámpara y el escritorio.
Si bien no es menos anticipado, tampoco menos conmocionante este relato, similar a tantos otros que dolorosamente han comenzado a instalarse en nuestros consultorios.
Porque M. en su precaria lengua de chico de barrio pobre nos habla de la muerte a secas, así áspera y letal. Entendamos, no hablamos de aquella que enunciaba hace tiempo el poeta italiano Cesare Pavese: "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos". No, hablamos de otras muertes, de estas densas y salvajes que jaquean nuestros barrios, y que —de tanto repetirse— corren el riesgo de su naturalización.
Entonces la pregunta obligada: ¿Qué implica este fenómeno del cual nos ha tocado en suerte ser testigos? Que un pibe de 15 haya sido espectador del ajusticiamiento de un amigo, o que cargue con la experiencia de ejecutar a otro pibe como él, algo que solo aparece en climas bélicos o en graves conflictos sociales. ¿Por qué este pibe que debería andar jugando a la pelota, juega sí, solo que su vida en torvas callejuelas del suburbio? Me decía otro chico: "Yo ando todo el día cargado porque así es la única forma que me respetan..."
Sin perspectivas
Pibes amartillados, familiarizados con el manejo de armas en lugares donde resulta más fácil conseguir un 22 o una 32, que un laburo digno donde mirar al futuro. Muchos de ellos sin perspectivas de envejecer porque la vida les pasa raudamente a su lado, llenando inútilmente los vacíos del alma con alcohol, faso y merca. Habitantes de territorios adonde inescrupulosos personajes reclutan "soldaditos" para la custodia del búnker, o pichones de barrabravas, o para engordar el entorno de algún barón del suburbio.
Así amasado entre las carencias, las violencias y los desamparos creció y se forjo M. ¿Cómo pedirle a él que respete la vida de los otros sino le enseñaron a respetar la suya propia? El, que metabolizó el mensaje del mercado que le decía que "lo que importa es la cerveza" o aquella marca de jeans o de zapatillas. Donde la lógica consecuencia es lo que no importa son los "otros", tus semejantes, tu comunidad.
Neoliberalismo puro, y el peso de la mano invisible del mercado, que por un lado acumula riqueza, y por otro produce un ejército de "nadies" en cuyas filas divisamos a M. Claro, que los mismos que han gestado esta situación, proponen resolverla bajando la edad de imputabilidad de los niños.
Lo que es síntoma deviene en causa, y las víctimas del sistema son los victimarios. Por ello hay que invertir la ecuación. Resolver el problema de las violencias y los consumos salvajes implica ir a las causas más profundas que gestan el fenómeno. Para ello construir una sociedad más justa y equitativa, donde superemos el 36 por ciento de la población en situación de pobreza, y el 6 por ciento de indigencia; donde las familias tengan trabajo digno para proteger a su prole, y que no crezcan en el desamparo afectivo y material. Donde implementemos fuertes políticas públicas preventivas que nos permitan ir al rescate de subjetividades alienadas en el alcohol y las drogas. Pero donde fundamentalmente rescatemos a nuestros pequeños amenazados por violencias y consumos.
(*) Tabares es el director de Vínculo, Centro Comunitario de Salud Mental. El presente artículo es un adelanto de la publicación de la revista Trama, que edita Vínculos.