A partir del pasado 4 de abril, han surgido una serie de acontecimientos bélicos, que ponen en peligro la estabilidad mundial. Un ataque con armas químicas, atribuido al gobierno sirio, contra las fuerzas que pretenden derribarlo, costó la vida de más de 80 civiles, entre ellos decenas de niños y mujeres. Tanto el Gobierno de Siria, como el de Rusia desmienten la responsabilidad. En forma sorpresiva e inconsulta, Estados Unidos, por la iniciativa de su Presidente Donald Trump, ataca instalaciones sirias con una carga de 59 misiles, que también provoca muertes, en menor número, de la población siria. Termina, Estados Unidos, de lanzar, también en forma imprevista, una poderosa bomba, en Afganistán con el pretexto de destruir instalaciones y matar combatientes del EI (Estado Islámico).
Por otra parte, dos países, Estados Unidos y Corea del Norte, que detentan armas nucleares, se amenazan mutuamente de agresiones. De producirse una agresión real generarían un conflicto nuclear, cuyas dimensiones no pueden predecirse.
Pensar que a casi 72 años de las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pudiera producirse una explosión nuclear, es pensar que el tremendo sacrificio al que fue sometido una parte del pueblo japonés, ha sido en vano. No para atemorizarnos, sino para indignarnos, recordemos la tremenda significación de esas tragedias.
Algunos datos de esta alerta: Una bomba nuclear, de medianas dimensiones, varias veces mayor que la de Hiroshima, ocasionaría de caer en el centro de una ciudad de cerca de dos millones de habitantes, la muerte inmediata de cerca de 300 mil habitantes, y más de 500 mil heridos graves. Se puede morir calcinado, por temperaturas que en el epicentro de la explosión lleguen hasta más de tres mil grados centígrados, morir por traumatismos, fracturas óseas, graves lesiones provocadas por el soplo atómico (vientos de más de 1.000 km/h) o por efectos de las radiaciones con síndromes agudos o efectos retardados que afecta a los órganos vitales del organismo.
No podemos ser indiferentes, ni a estos riesgos que señalamos ni a la actual situación en el mundo, donde millones de seres humanos huyen de sus tierras, para salvarse de la guerra, la miseria, el hambre.
Miles de seres humanos mueren ahogados, tratando de llegar a costas donde puedan vivir dignamente.
En varios países de Africa y Asia, millones de niños, mujeres y hombres están pasando hambre, en una tremenda crisis alimentaria denunciada recientemente por Unicef.
Debemos entre todos construir la Paz. Si la Paz es una necesidad suprema de los pueblos, debemos educar, desde la familia, la escuela, la comunidad, las instituciones, en favor de la misma. Los educadores tenemos que estar comprometidos con un mundo mejor para nuestros niños, nuestros jóvenes. Sólo un mundo con Paz y el respeto irrestricto do los Derechos Humanos para todas y para todos, lo hará posible.
Los trabajadores de todo el planeta celebramos hace poco el Día Internacional de los Trabajadores. Junto con nuestras reivindicaciones laborales debemos reclamar a los respectivos gobiernos, que se impulse en las Naciones Unidas, medidas que detengan el avance de estás acciones de agresión entre los países. Uruguay, ocupa actualmente un lugar como miembro temporal del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Fiel a los principios democráticos y pacifistas de este país, puede tomar la iniciativa de proponer que ante la crítica situación existente, se vote la prohibición transitoria del empleo y/o fabricación de armas nucleares, mientras la Asamblea General de la ONU no tome decisión sobre la propuesta de prohibición total sobre de las mismas.
Brindisi integra el Movimiento de Educadores por la Paz de Uruguay