“La escuela debe reformular el sentido de lo que es educar hoy”, dice el psicólogo Horacio Belgich, un especialista en abordar las problemáticas que aquejan a la educación, entre ellas las relacionadas con la violencia y sus distintas manifestaciones. Por eso insiste en asegurar que en la actualidad “educar no significa sólo transmitir contenidos, y eso precisamente tiene que ver —entre otras cuestiones— con cómo se valoriza la diferencia”.
El especialista de la UNR considera que “la escuela es un lugar clave para hacer esa tarea”, y que para que se pueda desarrollar, sin dudas “los adultos se tienen que formar”. Al respecto indica que en las razones de esa necesidad de prepararse está saber que “los adultos —docentes y no — también discriminan” en el ámbito escolar”.
“Me refiero a los docentes y otro personal que ejercen actitudes de este tipo hacia los alumnos, por ejemplo por tener cierto apellido que en el barrio ya sabe de qué familia procede, algo así como la profecía autocumplida”, agrega para describir una situación conocida en las aulas. También se inscriben en esta nómina de ejemplos repetidos en las clases, los chicos que cargan con las “malas” biografías de sus hermanos en la escuela.
Belgich no descarta que los maestros y profesores también rechacen a sus alumnos por razones físicas o situaciones de pobreza, tal como dicen los datos de Unicef.
Por eso vuelve a la necesidad de que la enseñanza no se encare solamente sobre los contenidos más conocidos. “Es preciso prevenir la violencia y eso se hace promoviendo la convivencia, pero no desde la perspectiva formal sino de tratar de orientar la tarea acerca de por qué se teme a la diferencia, ya que de última quien discrimina lo hace porque tienen mucho miedo a parecerse a...”.
Institucional. ¿Y quién deben tomar aquí la posta, los docentes, los padres, la institución escolar? Belgich dice que sin dudas “la institución”. “Tienen que haber —continúa— tiempos pautados para conversar sobre estas cosas, es decir, relacionados con los proyectos institucionales que tiene cada escuela”.
Sobre este punto añade que son decisiones que deben tomar los adultos “para, en primer lugar, no creer que conversar sobre estas cosas significa perder el tiempo”. Lo explica por la creencia generaliza, en especial en los padres, de suponer “que cuanta más hojas escritas o tareas tengan los chicos será más la calidad educativa; cuando en realidad no lo es”.
Según Belgich, el dato que aporta la encuesta de Unicef acerca de que si bien la escuela es el lugar donde los chicos perciben y se sienten más discriminados, también lo es donde reclaman más acciones y la valoran como el más apropiado para reflexionar, esto pasa porque “la adolescencia siente una pertenencia a la misma que quizás no siempre tenga en su propia familia”.
Simbólico. Para el profesional, la discriminación “es una forma de violencia simbólica, que no deja huellas en el cuerpo pero sí en el psiquismo”. Algo que de alguna manera repercute en otros órdenes de la vida.
Para el caso menciona la violencia de género, en particular que padecen muchas adolescentes, y se remite a un informe publicado años atrás y realizado en el Servicio de Adolescencia del Hospital Argerich entre más de 200 adolescentes de clase media baja y baja, de 13 a 16 años, y de otra investigación sobre 1.500 casos hecha por la Sociedad Argentina de Ginecología Infanto Juvenil (Sagij), donde una buena parte “dijo que había tenido su primera relación sexual sin haberlo deseado”. “Algo que habla de un sometimiento por cuestiones de género”, dice Belgich para mencionar otra cara del maltrato y violencia simbólica.