Ni Matteo Renzi, gran ganador del domingo, es un dirigente clásico del centroizquierda con un pasado en el PCI, ni el derrotado Beppe Grillo es un Le Pen o un Nigel Barrage a la italiana. Los paralelos apresurados de estas horas febriles llevan a la confusión. Renzi es de origen postdemocristiano y, sobre todo, es un dirigente joven que entendió que los viejos estilos de la política italiana estaban realmente caducos. Los otros lo decían, pero seguían actuando según el antiguo molde, con sus infinitas esfumaturas y falta de ejecutividad. El antecesor de Renzi en el PD, Pierluigi Bersani, es el más claro ejemplo de ese modelo superado. Renzi, además, pasó de alcalde de Florencia a jefe de gobierno en un solo paso. Algo sin precedentes en la política italiana, en la que ser legislador era hasta ahora conditio sine qua non para un político con algún futuro. Renzi es también inclasificable en el viejo esquema izquierda-derecha, tan caro a Italia y a Europa. Va contra la "austeridad" de la UE y de Merkel, pero a la vez contra la burocracia estatal, a la que amenaza con una reforma del Estado ya en trámite. Más aún, Renzi dice que el liberalismo económico "es de izquierda". En fin, no tiene nada en común con los Veltroni, D'Alema y demás dirigentes de matriz PCI que ofreció sin ningún éxito a la sociedad italiana el centroizquierda desde los primeros años 90.
Por otro lado, el gran derrotado del domingo, Grillo, no es un lepenista italiano. Su origen cultural y de valores es totalmente diferente. Le Pen expresa el conservadurismo de provincias más obtuso y reaccionario; Grillo viene del "under" milanés de los 70. Hoy dirían que hacía "stand up". Un monologuista dueño de un humor demencial y rabioso, muy italiano. Un "loco", lo llamarían en Argentina. A partir de un discurso que hace constante apelación a la indignación construyó su movimiento, rara mezcla de reclamos ambientalistas, antieuropeos, anticapitalistas (contra los banqueros, fundamentalmente), y sobre todo contra la política italiana. Pero el M5S no es xenófobo, aunque su discurso confuso sobre la inmigración pueda dar pie a pensar que sí. A diferencia del Frente Nacional, el UKIP y otros por el estilo, la xenofobia y el racismo no son un sentimiento aglutinador ni un eje programático del M5S; la inmigración es un tema que trata con dificultad y altibajos, como por lo demás hacen casi todos los partidos hoy en Europa. Hecha la aclaración, la antipolítica de Grillo, su antieuropeísmo sin matices, su rústica visión de la economía y las finanzas —digna de un anarquista del 1900—, su "justicialismo" populista y vengativo; todo esto lo hace imposible desde el punto de vista de una política democrática seria y avanzada. También resulta chocante, brutal e imperdonable su continuo ataque al presidente Giorgio Napolitano. Los italianos se asustaron con lo que vieron en el año y pico de actuación en el Parlamento de los "grillini", y a la vez rescataron a un Renzi empeñado en un gobierno que, esta vez sí, parece reformista en serio. Y el domingo prefirieron darle un contundente apoyo al joven florentino. Porque para hacer locuras siempre habrá tiempo.