Se lo ve tranquilo, habla pausado, es amable. En el lobby del hotel donde se hará la entrevista alguien se acerca y se presenta. Le dice que luego asistirá a una charla que dará en el Centro Cultural Parque de España y ahí larga una frase que se le escuchará varias veces: “Haceme preguntas incordiosas”. Horacio Altuna no quiere estar tranquilo aunque lo esté. Tiene 73 años y proyectos hasta los 102 años, asegura. “A mi del tablero me van a sacar con la fuerza pública”, promete. Ama dibujar, se define como un dibujante, “no podría ser otra cosa”, reitera. Detesta a los héroes, ni hablar de los superhéroes y en igual medida rechaza la corrección política. “Es aburridísima”, comenta. Altuna festejó sus 50 años con el dibujo en el marco de la convención de historietas Crack, Bang, Boom como invitado especial.
En el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Martín 1080) Altuna dejó inaugurada una muestra que puede considerarse antológica. Allí, y hasta el jueves, están sus historietas, sus personajes, los que dibujó junto a su amigo Carlos Trillo: Las puertitas del Sr. López (publicada en El Péndulo y Humor, 1979-1982), El Loco Chavez (Clarín 1975-1987), Merdichiesky (SuperHumor, 1981), Charlie Moon (SuperHumor, 1986), Hot L.A. (Co&Co, Barcelona, 1992). Y también están las historietas que realizó como autor integral, las propias, como Ficcionario (Fierro, 1984), El Nene Montanaro (Clarín, 1994-2002) y Time out (Orsai, 2012). Pero entre ellas hay una, de trazos livianos, que es particular. Es la primera que dibujó como tal y la única vez que hizo una historieta sobre un superhéroe: Super Volador. Descubrirla entre todas las expuestas es un bonus track.
Altuna nació en la ciudad de Córdoba, pero eso no lo hace un cordobés típico. Su lugar de nacimiento es un punto más en su itinerancia. Vivió en 14 lugares y los repite de corrido, uno por uno, y sin chistar. Su padre trabajaba en el Banco Nación y eso hizo que se desplazara con su familia. Por eso luego, estudiaría abogacía en La Plata.
Altuna ama el cine, le gusta mucho. Su mirada ha sido entrenada en la narración cinematográfica, desde niño, como cuando iba con su madre los martes y jueves a ver películas de aventuras. Por eso cuando dibuja busca los encuadres, plantea escenas, hace las veces de director de cine, imagina narraciones. En diálogo con Más, repasa sus inicios, sus creaciones pasadas y actuales y reflexiona sobre el presente del género y la realidad laboral de los dibujantes.
—Seguramente empezó a dibujar cuando era niño.
—Sí, como todos, dibujaba lo que me salía, en el colegio era el más espabilado para hacer dibujitos. Entonces, me mandaban a hacer la bandera y todo ese tipo de cosas, pero siempre tuve una afición con el dibujo. En el secundario, también. Entre mis compañeros era conocido porque dibujaba mucho, pero me hacían dibujar escenas eróticas (risas). A los dibujantes, en general, a la mayoría, nos ha gustado dibujar de pequeños y yo creo que mi flash con respecto a la historieta fue con un tipo que se llamaba Alex Raymond que era un gran maestro americano que dibujaba a Flash Gordon y Rip Kirby, Ahí descubrí que eso era lo que me gustaba.
—¿Y por qué le gusta dibujar?
—Si ahora lo razono, te digo que es porque es un medio de expresión. Es como escribir, hacer cine, yo lo relaciono con ese tipo de forma narrativa. A mí me gusta sobre todo porque es un medio de expresión.
—¿Usted se define como dibujante?
—Sí, absolutamente, no soy otra cosa, no puedo ser otra cosa. No me saldría ser otra cosa. Bueno, sí, quizás escribir. En realidad, escribiría si no pudiera dibujar. Pero si puedo elegir, elijo dibujar. Es mi vida. Yo me di cuenta que era dibujante cuando decidí ser dibujante, la primera vez que publiqué, hace 50 años. Yo dije y sentí: “Esto es lo mío”. Antes había estudiado abogacía y había tenido una granja de pollos y había fracasado en las dos cosas, fue entonces cuando hice mi primer historieta que se expone ahora en la muestra del Fontanarrosa, ahí sentí eso.
—La primera historieta es Super Volador.
—Sí, tal cual, es espantosa, vista en el tiempo es vergonzante, pero forma parte de mi vida, de mi pasado, y yo no reniego de nada, estoy bastante conforme con todo. En esa historieta me habían pedido que hiciera un personaje que fuera igual que Superman, yo estaba empezando a hacer historieta en forma organizada. Copié a dibujantes como Joe Shuster, que hacía Superman, y me salió eso. A partir de eso nunca más hice superhéroes (risas). No me gustan los superhéroes.
—Sasturain dice que usted dibuja no-héroes, o sea, tampoco antihéroes.
—Claro, exacto, a mí el término antihéroes me parece que está muy manoseado, entonces lo que yo dibujo son gente común que vive situaciones especiales, no porque las busca o porque se levanta todas las mañana y se va a hacer una heroicidad, yo no creo en los héroes. Lo que a mi me gusta es hacer una historia donde a un tipo común le pasan cosas.
—¿Usted estudió abogacía en Córdoba?
—No, en La Plata. Yo viví en 14 sitios diferentes, porque mi padre era bancario, del Banco Nación, entonces era nómade. Nací en Córdoba pero viví en Tostado, Sastre, Necochea, Lobería, Lobos, Chacabuco, General Rodríguez, La Plata, Ciudad de Buenos Aires, Ramos Mejía, Haedo y ahora en Sitges (España).
—¿Fue muy fuerte lo que sintió por la historieta para dejar abogacía o no estaba enganchado?
—Yo empecé abogacía como suele ocurrir en la posadolescencia que uno tiene marcado una cosa que tiene que ser. Mi padre quería que yo tuviera una profesión liberal, entonces quería que siga abogacía. Y como yo no tenía la cosa demasiada clara, pensé que sí. Pero el tiempo que yo seguí abogacía milité más en luchas estudiantiles que en lo académico, con lo cual fui un fracaso, eso fue entre 1960 y 1961. Mi primer voto fue en La Plata y voté a Framini, en la elección a gobernador de la provincia, y anularon las elecciones. Y yo dije ¿esto es la democracia, todo lo que me enseñaron que es? Así arrancó mi experiencia democrática. Una desilusión.
—¿Usted ni se incluye en la legión de humoristas cordobeces?
—No, los respeto mucho, los quiero mucho y son indispensables en la historia de la cultura popular del país, más allá de la amistad que tenía con (Alberto “Gordo”) Cognigni, y que tengo con Crist.
—Usted suele decir que es autodidacta pero con una aclaración...
—Sí, suelo decir que soy autodidacta porque ningún maestro me enseñó, me dio clases, pero yo tuve maestros: (Alberto) Breccia, (José Luis) Salinas, (Hugo) Pratt son mis maestros, lo que no quiere decir que me acepten como alumnos ni sé qué opinarían sobre mis trabajos. Ellos han sido mis maestros pero no lo saben.
—Alguna biografía sobre usted marca a Gianni Dalfiume, uno de los dibujantes de Jackaroe, como alguien que lo guió.
—Con Dalfiume vivíamos en el mismo pueblo, cuando yo dejé abogacía. El, que era dibujante de Columba, me veía dibujar, pero además fue con él que hicimos una granja de pollos, era mi socio, y nos fundimos totalmente. Entonces él me impulsó a trabajar en el mundo de la historieta, con otro amigo, el Zurdo Díaz, que hacía los guiones. Entonces ahí empecé a hacer Super Volador. A los dos años, más o menos, entré a trabajar en Columba.
—Eso fue un salto importante para usted.
—Yo leía las historieta de Columba pero no me gustaban mucho. Sí, fue un cambio llegar ahí. Pero yo siempre digo que cuando uno empieza en editoriales de bajo nivel y después pasás a Columba es como creer que llegás a Hollywood. Después, cuando me fui de Columba y entré en Clarín me parecía que era Hollywood; luego me fui a Europa y me parecía que estaba en Hollywood. En realidad, con el tiempo te das cuenta que Hollywood no existe. Eso es itinerancia, sólo eso.
—¿Y qué hizo cuando estuvo en Columba?
—Trabajé con Robin Wood, con (Sergio) Almendro y en la última etapa con (Héctor) Oesterheld, pero eran trabajos por encargo y yo cuestionaba mucho la forma de trabajo. No había diálogo, discusión. Me pasaban los guiones y yo dibujaba. Estuve ocho años en Columba pero yo cuestioné que se quedaban con los originales y que no reconocían los derechos de autor. En aquel entonces militaba en la Asociación de Dibujantes de Argentina (ADA), era dirigente, y yo proponía un plante ante la editorial y me pareció que tenía que ser coherente, exigí lo que para mí debía ser, y me fui, porque no me aceptaron. Yo quería la devolución de los originales y que me reconocieran los derechos de autor y no me dieron nada. Me fui.
—¿Y qué hizo entonces?
—Hice algo de publicidad y trabajé esporádicamente para algunas editoriales de Europa, que tampoco me reconocían los derechos.
—Y continúa así, no entrega los originales.
—Tal cual, no se los entrego a nadie, son míos, ni los derechos de autor, yo soy muy celoso de ese tipo de cosas. Si hacés una encuesta sobre todos los dibujantes del mundo para ver cuántos tienen los derechos de autor sobre su obra, no sé si habrá muchos. Pero yo sí los tengo sobre toda mi obra (ver aparte).
—¿Le gusta el cine? Porque dibujar y escribir historietas, imaginarlas, tiene bastante que ver con la narración en el cine.
—Sí, me gusta mucho el cine. Hay autores del mundo del dibujo o de la ilustración que tienen referencia en el arte, la pintura. Yo no, para mi es el cine y la fotografía. Cuando era chico, cuando vivía en Lobería o Necochea, iba mucho al cine con mi madre. Los martes y jueves iba a ver dos o tres películas por función, era todo el cine americano de los años 40 o 50, me formé con ese cine. Eso me quedó como forma narrativa y después siempre seguí vinculado a ese mundo. Ahora detesto todo lo que es zombie, terror, superhéroes, a lo mejor me pierdo cosas, pero yo no los veo. Me gustan mucho las películas de Robert Altman, Bertrand Tavernier. Lo último que vi fue Nebraska (de Alexandre Payne) que me gustó mucho, también La grande belleza (de Paolo Sorrentino), me gustan los hermanos Cohen, Woody Allen.