La historia comenzó en la Facultad de Humanidades y Artes, a fines de la última dictadura, cuando el autoritarismo asfixiaba a los argentinos. Fue en ese momento que José Perico Pérez, que comenzaba a estudiar la carrera de historia, se instaló en el kiosquito de la Facultad. Allí no sólo sacaba fotocopias sino que ofrecía "algunos libros". Él no sabía que tres décadas y pico después iba a convertirse en el líder de un exitoso sello editor local, Homo Sapiens, que acaba de lanzar su título Nº 900. Una auténtica hazaña.
—Claro, allí tenía algún material pero fundamentalmente vendía libros por encargo. Viajaba en tren a Buenos Aires, era una expedición. Llegaba y me iba a Distal, a Paidós, a Siglo XXI, a Fondo de Cultura. Después de nuevo al tren, pero con seis o siete cajas de libros. Imaginate. Me ayudaban a subir y me instalaba en el coche comedor. No me podía mover, ja ja. Después, cuando empecé a militar políticamente en la facultad, me echaron del kiosquito.
—¿Y entonces, qué hiciste?
—Estuve dos años sin local, de vez en cuando iba a vender algo a plaza Pringles. Después, en marzo del 85, cuando nace Pablo, mi primer hijo, abrí mi primera librería en el pasaje Pan. Dos años después, cuando llega Victoria (cada hijo que nació, trajo bajo el brazo un nuevo local), en el 87, abrí por calle Entre Ríos, cerca de la Facultad, al lado de Loreta Trapoteka. En el 90 nace Malena y abro en Sarmiento 646.
—Ahí fue cuando agregaste un elemento novedoso a la librería.
—En la planta alta de ese local, que era grande, se desarrollaban actividades culturales de todo tipo. Y al fondo había un bar, que no se explotaba comercialmente sino que era una especie de atención. Fue allí, en esas mesas, donde se comenzó a pergeñar el proyecto de darle forma a una editorial. En aquellos años, los clientes muchas veces eran lo mismo que los amigos. Muchos eran tipos de alto nivel intelectual, tenían necesidad de publicar y para hacerlo tenían que irse a Buenos Aires, donde no era fácil. Así se dio todo.
—Y en 1992 se produjo el "debut" de la editorial.
—Así es, con un libro de Fernando Avendaño, Didáctica de la lengua para cuarto y quinto grado: una nueva propuesta para la enseñanza de la lengua en los grados medios. Educación y psicoanálisis fueron siempre dos de nuestros fuertes, dos "especialidades de la casa", digamos. No te olvides de que la librería es una especie de Gandhi rosarina: las ciencias sociales eran nuestro eje.
—Y de allí, a este presente con un catálogo afianzado a nivel internacional.
—Me han dicho, en efecto, que somos uno de los dos sellos más importantes de América Latina en materia educativa. Pero más allá de esa anécdota, lo cierto es que nuestros libros están en las librerías latinoamericanas más importantes, como Gandhi, en México DF; San Cristóbal y El Virrey, en Lima; Sophos, en Guatemala...
—¿Cómo fue que se dio esa penetración tan exitosa en el continente?
—A pulmón. Todo empezó en el 2001, en medio de la crisis más espantosa de la que tenga memoria. Con Martín Gremmelspacher, actual presidente de la Fundación El Libro, nos jugamos y nos decidimos a viajar cuando no lo hacía nadie. Fuimos a Lima y Santiago. Me acuerdo de que entramos a un restaurancito común y corriente y cuando pedimos la cuenta parecía que hubiéramos comido en el lugar más caro del mundo. ¡Nuestra moneda estaba destruida! Después, por suerte, entendimos que nosotros cobrábamos en dólares y los gastos también eran en dólares. Pero en ese momento, sin dudas, abrimos un mercado que no existía.
—¿Cómo hacían? ¿Llevaban contactos previos?
—No (risas). Una locura. Llegábamos y agarrábamos las guías telefónicas, copiábamos las direcciones de las librerías y nos largábamos. Íbamos con valijas llenas de libros, a veces las oficinas estaban en el segundo piso y había que subirlas a pulso... Pero mostrar el libro era fundamental. Llegamos hasta Honduras: Tegucigalpa y San Pedro Sula. También íbamos a ministerios y universidades, hacíamos reuniones con docentes. Muchos libreros nunca nos pagaron, claro. Teníamos la ventaja de que llevábamos libros que podían leerse en cualquier país de América Latina. La Argentina tiene autores de gran valor, los mejores del continente.
—¿Y hacen coediciones?
—Por supuesto. Con instituciones de gran importancia, como Clacso o Flacso. Con la Unam, México. Con Limusa, una gran editorial también mexicana. Con una editorial de Sevilla, veintidós títulos, libros de Homo Sapiens adaptados a la realidad española.
—¿Recordás algún título de éxito particular?
—Entre tantos, pienso en Lecciones de introducción al psicoanálisis, de Carlos Kuri, que es texto en un montón de universidades argentinas. Y sobre todo en Cómo se escribe un proyecto, de Cecilia Bixio, que ya lleva ¡16! ediciones.
—¿Qué libros recordás con mayor afecto, de esos novecientos que se llevan publicados?
—Yo tengo particular cariño por las biografías del Negro Olmedo, Haroldo Conti, Paco Urondo, Fito Páez, el Negro Fontanarrosa... El libro sobre la Trova.Y me gustan mucho las obras de Norberto Galasso.
—Ya que citaste a varios referentes clave de la cultura rosarina, ¿cómo es la relación con la ciudad?
—Somos rosarinos y yo defiendo esa impronta. Los rosarinos deberían leer más a los autores de nuestra región, que los hay muchos y buenos. A veces pareciera que somos injustos con lo que tenemos al lado nuestro. La idea es cambiar eso, y en esa pelea estamos.
—Y mientras tanto, los engranajes no se detienen...
—A la Feria del Libro que recién terminó llevamos ocho novedades. También reeditamos veinticinco títulos. En Ciudad y Orilla, la colección de narrativa, vamos a publicar a Marcelo Britos y Jorge Isaías.
—¿Cómo está, hoy, el tema del libro?
—Este es un momento complicado y la cosa no pasa por el e-book. El tema es la crisis de las librerías. No te olvides de que el libro, ante la crisis, es lo primero que la gente posterga. No hay que quedarse detrás del mostrador, hay que salir a ofrecerlo.