Cuando éramos chicos era muy simple: alguien hablaba de un pirata y todos sabían que se refería
a un señor temible, preferentemente con un parche en el ojo, déspota por naturaleza que solamente
perseguía el enriquecimiento personal con métodos violentos. Pero, como alguna vez dijo el viejo
Bob, los tiempos están cambiando.
La tecnología permitió una nueva acepción del término piratería: la infracción del derecho de
autor. El pirata informático es aquel que se dedica a lucrar con copias de obras ajenas, desde
música o cine hasta software o literatura.
Con la PC también aparecieron los
hackers, por lo general expertos en programación o en distintas ramas de la computación.
Pero el uso popular terminó por desvirtuar el término y hoy suele confundirse a los
hackers con los
crackers, aquellos que hacen uso y abuso de sus conocimientos informáticos en beneficio
propio o simplemente para provocar algún daño. Se dice que la expresión viene de "criminal hacker",
es decir, el experto que hace un uso criminal de sus habilidades.
El problema es que no existe una traducción exacta de
hacker (mucho menos de
cracker), y así fue como en la lengua castellana se implementó el sinónimo pirata
informático, o "pirata" a secas, aunque está claro que los instruidos
hackers poco tienen que ver con los violentos filibusteros del Mar Caribe, con el atrevido
Henry Morgan o con el traicionero Jack Sparrow.
Pero más tarde llegarían los "piratas" que ofrecían por internet discos ilegales de MP3, los que
venden tres películas por diez pesos en la peatonal y los que intercambian archivos con programas
P2P como Napster, Ares, eMule, Kazaa, Gnutella y tantos otros. Pirata entonces se transformó en
sinónimo de la informática relacionada con lo
trucho, la computación al servicio de las actividades ilegales.
Claro, también están los piratas de las salidas nocturnas furtivas, las corbatas a modo de
vincha y las cupé Fuego que tan bien retrataron Los Auténticos Decadentes con ese bizarro himno a
la infidelidad, pero bueno, esa es otra historia que nada tiene que ver con esto.
Todo lo anterior viene a cuento del reciente "renacimiento" del
e-book, los libros electrónicos que desde hace más de una década amenazan con "reemplazar"
al libro impreso. Los más modernos son cómodos dispositivos portátiles que permiten almacenar
cientos y hasta miles de títulos, e incluso hacer anotaciones personales o hacer que el
ciberlibro convierta el texto en audio. Los más populares son el Papyre, el Sony Reader y el
Kindle,
verdaderos chiches informáticos sólo al alcance de bolsillos abultados.
Este último es propiedad de la popular librería online
Amazon y se conecta a internet de manera
inalámbrica. Por diez dólares se puede descargar un libro sin levantarse del sillón. El
inconveniente fue que, hace algunas semanas semanas, la gente de Amazon se encontró con que la
editorial propietaria de los derechos de comercialización de las novelas de George Orwell había
dado marcha atrás en su decisión de vender copias digitales para el Kindle. Así fue como los
usuarios se encontraron de repente con que "1984" y "Rebelión en la granja" ya no estaban más en su
e-book. Y no habían desaparecido solas: habían sido
retiradas por la misma empresa que se las había vendido. Y la polémica explotó en la
web.
Es cierto que de ninguna manera es lo mismo robar un libro en papel que retirar del mercado
un documento sin los debidos derechos de comercialización y devolver el dinero. Pero lo cierto es
que los usuarios se sintieron traicionados, violados, vigilados. Como profetizaba Orwell con su
Gran Hermano, precisamente, en las páginas de "1984".
Sin aviso previo y, por supuesto, sin el consentimiento de los compradores, entraron
por la ventana, tomaron el control de un artículo de propiedad privada y se
llevaron de manera intempestiva los archivos. Es cierto, no es piratería y jamás podría
compararse con Henry Morgan o Barbanegra, ¿pero no es muy parecido?