No jorobemos. Los informes científicos de esas universidades distantes, en lo
geográfico y en lo que a costumbres se refiere, dan tanta risa como los test de la Para Tí o
Cosmpolitan. Y ojo que me los leo a todos, a los informes y a las revistas. Pero, realmente, ¿se
necesita que vengan estudiosos de Belfast a decirnos que el
mañanero es bueno?
Es más. Aunque estos científicos opinen lo contrario, me animaría a decirles que
tanto los
siesteros como el sexo a la noche (si digo
nocheros me suena a grupo folclórico) están todos buenos por igual, aunque a esas horas
-según dicen los sexólogos- se liberen menos endorfinas.
Lo que peor me cayó de este informe que publicó la prestigiosa revista New
Scientist fue el carácter curativo que se le dio al encuentro sexual de las primeras horas del día.
Patético, ese aspecto no calienta a nadie. ¿O usted alguna vez tuvo sexo al alba pensando que así
podría bajar el riesgo cardíaco, mejoraría la circulación, tendría menos migrañas, disminuiría el
riesgo de desarrollar diabetes o generaría anticuerpos contra los microbios?
Ni hablar del segmento en que el trabajo señala que hay que echar mano al
mañanero tres veces por semana. ¿Qué pavada es esa? Hay que ser, cuanto menos, un
desocupado para cumplir con la dosis sugerida y tener una vida más sana.
¿Y el párrafo que señala que las mujeres que practican sexo oral a la mañana
tienen menos predisposición a sufrir depresión? ¿Cómo llegaron a la conclusión en esta universidad
de Irlanda del Norte? ¿Entrenaron a mujeres con esta estrategia y les recuperaron las ganas de
vivir?
Otro estudio, no menos interesante, fue el que realizó la Universidad de Penn
State. Podríamos hablar de él como el rescate del
fast sex, o el conocido
rapidito.
La investigación asegura que un acto sexual “adecuado” dura entre 3
y 7 minutos, y uno “deseable” entre 7 y 13. Que es “demasiado corto” si se
realiza de entre uno y dos minutos, y es “demasiado largo” si el lapso va de
los 10 a 30 minutos. ¿Qué les pasa a estos muchachos empecinados en cronometrar y clasificar la
vida sexual como si se tratara de una carrera de cien metros llanos o un balance contable? Se me
ocurre que nadie que mira tanto el reloj mientras tiene sexo la está pasando demasiado bien, ¿no?
Pero, además, “adecuado” y “deseable”, ¿no suenan a términos mezquinos o
similares a los que se usan para evaluar a los chicos de la primaria en la libreta?
Y por último, el informe sobre la infidelidad, el que más me entretuvo y para mí
el mejor. Lo realizó el profesor de psicología de la Universidad de Washington, David P. Barash. El
tipo comprobó que la fidelidad es pura fantasía. Para ello analizó a los cisnes, al diplozoon
paradoxum (un diminuto parásito con forma de gusano) y a los aucaudoles reales (pájaros). Todos
ellos pueden engañar, dice el señor este, que para mí no está en sus cabales.
Un colega de Barash, el doctor Michael Gumert, del Hiram College, estudió dos
años a macacos (monos) de cola larga por el mismo tema. Y alguien más observó el adulterio de los
babuinos (también monos), las comadrejas y los escarabajos.
Los investigadores concluyeron que todos los animales son infieles y practican el adulterio
cuanto pueden, pero que ninguna especie lo aprueba y hasta reaccionan con violencia, como el ser
humano, ante la traición.
Todo mi respeto a la ciencia y a los científicos que hicieron estos rigurosos
trabajos, pero no debe ser tan difícil concluir que los cuernos no nos gustan ni medio a ninguno. Y
que en cuestiones de amores y desamores, no hay ciencia que prime. Se hace lo que se puede.