Como si se tratara de alguna de las novelas del genial escritor ruso Fiodor Dostoievski la sociedad argentina hace esfuerzos para entender una sucesión de situaciones cambiantes, la aparición de personajes difíciles de escudriñar, historias con enredos que se abren como abanicos y torrentes informativos que agobian. Es complicado seguir el curso de la realidad política rosarina, santafesina y nacional por la permanente renovación de sucesos que, tal vez no casualmente, se producen en los tres niveles de gobierno a poco de iniciarse el último año del mandato de las autoridades políticas.
No en cualquier país del planeta una presidenta advierte sobre la posibilidad de que sea atacada y señala a los posibles responsables. Tampoco que un gobernador reciba una andanada de balazos en su casa y todavía no se haya podido establecer claramente quienes fueron los autores intelectuales del ataque. Ni menos que una intendenta tenga que echar a un funcionario de su gabinete por su sospechosa ingenuidad acerca de las actividades de sus hijos en la facilitación de la prostitución. Nadie podría decir que se aburre en este país.
Los fines de ciclos, sobre todo a nivel nacional tras casi doce años de kirchnerismo, han divido a la sociedad argentina como no se había visto en décadas.
La puja por el poder político y la distribución de la renta nacional ha generado una virulenta oposición al gobierno para la cual todo lo hecho está mal y debe ser eliminado y coexiste con un oficialismo que no admite nada criticable en su gestión. Ese enfrentamiento se ha trasladado al resto de la población con la misma imposibilidad de ver matices de la realidad que contengan autocríticas desde ambas posiciones, y así todo se reduce en forma maniquea a bueno o malo.
Por eso, un vicepresidente con varios procesos judiciales abiertos por corrupción, la inflación que corroe el salario de los trabajadores, la recesión de la economía de los últimos trimestres, los altos niveles de inseguridad y la marginalidad en la que viven miles y miles de argentinos parecen ser situaciones inadvertidas o minimizadas por quienes apoyan al gobierno.
En cambio, para quienes cuestionan la política de los últimos diez años, el crecimiento económico, la baja del desempleo, la asistencia social a millones de compatriotas que no tienen nada, la ayuda a otros tantos a jubilarse para que puedan al menos cobrar un haber mínimo o la política de derechos humanos reconocida internacionalmente que llevó a represores a juicio y condena, no merecen reconocimiento. Es difícil entender dos posiciones tan absolutas.
Esta antinomia podría explicarse en la necesidad de la fabricación, individual o colectiva, de enemigos que sean funcionales para denostar al oponente y avanzar hacia la construcción de políticas que logren el acceso al poder e implementar desde allí beneficios para el sector que se representa sin mediar en el bienestar general. Es un clásico argentino.
Es tal vez por eso que se ha visto a políticos y dirigentes nacionales adoptar insólitas posiciones respecto al conflicto, aún irresuelto, con los fondos buitre. Pese al aval del gobierno norteamericano, no de su sistema judicial, en favor del planteo argentino, o del de Brasil, e incluso de varios organismos internacionales, desde el país se vio con estupor cómo algunas corporaciones sustentaban el reclamo de un grupo de especuladores financieros internacionales. ¿Cómo entenderlo?
Santa Fe y Rosario. La provincia también aporta su cuota al enjambre de tramas que enhebran un conglomerado de situaciones que complican al socialismo en sus casi ocho años de gestión. Un peronismo dividido entre el apoyo al gobierno y una oposición dura tampoco da señales de prudencia.
Una policía desbordada, parte del problema y no de la solución, tuvo que ser prácticamente reemplazada por fuerzas federales en zonas críticas de Rosario ante el auge del narcotráfico, delito que también se inscribe en el marco de una puja política entre la Nación y la provincia. Se controló en parte a las bandas de narcos, aunque la droga se consigue con la misma facilidad que antes, pero emergió aún con más fuerza el delito común que derivó en niveles nunca vistos de inseguridad, que peligrosamente alienta a algunos a hacer justicia por mano propia, algo que el gobierno rápidamente salió a condenar y a anunciar que no toleraría. No pasa una semana donde una nueva historia de inseguridad (algunas terminaron con adolescentes muertos), abone el sentimiento de angustia y temor de la gente.
Al malestar por el agobio de los temas nacionales, depende desde el lugar político donde uno se ubique, se le suma el palpable y concreto cambio de hábitos de vida de la población, que se refugia más en su casa y no sale tanto, para evitar ser víctima de delitos.
Si quedaba algún espacio para decodificar más situaciones, el municipio también se vio afectado por el escándalo de Supergatitas, sin duda menos denso que la descripción de casos anteriores y hasta con ribetes de comedia de enredos. Sin embargo, en términos políticos no pasó desapercibido cómo un importante funcionario dentro del gabinete municipal que rápidamente fue removido no fue reemplazado, dando la sensación de que su función era sólo virtual y para cumplir con el reparto de cargos correspondientes a la alianza socialista-radical. ¿El radicalismo santafesino, que no gobernó nunca la provincia desde 1983, y que está afuera de ejecutivo municipal desde hace 25 años, no dilapidó su centenaria fuerza política al integrar un frente del que sólo obtiene nombramientos?
Pelea peligrosa. A nivel nacional se han escuchado sugerentes vaticinios apocalípticos para diciembre, cuando los ánimos se exasperan (no sólo por el calor y los cortes de energía) y la historia de estallidos sociales siempre sobrevuela la ciudad y el país.
Este diciembre será el último antes de las elecciones de 2015, en la que se renovarán todos los cargos, desde concejal a presidente de la Nación y se pondrá en juego el futuro político del país para la próxima década. Restan sólo tres meses para fin de año y a juzgar por lo ocurrido en las últimas semanas todavía pueden aparecer más hechos para el asombro. Algunos son predecibles, imaginables y ya vistos. Otros, más complicados, difíciles de interpretar, como a Raskolnikov, el personaje de "Crimen y Castigo" de Dostoievski, que terminó en Siberia porque confesó un crimen.
En este país nadie confiesa nada y menos un crimen, en el sentido amplio y social de la palabra. Pocos reflexionan ni tienen un pensamiento crítico, amplio y no sectorial. Y otros cuentan con experiencia en el enfrentamiento permanente y en llevar al límite conductas muy peligrosas ya conocidas.
Todos estos grupos y personajes se agigantan en tiempos de fines de ciclos políticos. No son muchos, pero poderosos, y aprovechan los espacios vacíos que ofrece una sociedad absolutamente dividida e irreconciliable.