"Andando juntos. Una experiencia de prevención de la exclusión escolar" es el título de un libro que se presentará el 31 de mayo que viene, pero también una perfecta síntesis de un trabajo consensuado, que sumó en un proyecto conjunto a distintos protagonistas y muchas miradas disciplinarias. Todos con un mismo objetivo: mostrar que lejos de desertar —como comúnmente se habla de los chicos que no están en la escuela— son de una u otra manera excluidos. Las compiladoras son Lucrecia Montoya, María Crisalle y Silvia Grande y la obra es de Laborde Editor.
La experiencia fue realizada entre 2004 y 2007 en distintos barrios de Rosario, encarado por un grupo de profesionales que por ese entonces se conocían como "Equipos FAE" (Fondo de Asistencia Educativa). Y más allá del momento histórico, contextos y realidades diferentes en que se implementó, la obra es un buen instrumento para pensar cómo abordar problemáticas que tienen tanta vigencia como en el momento en que se desarrolló.
Dos de las autoras, Silvia Grande y Lucrecia Montoya, señalan en charla con este Suplemento que la idea del libro es "transmitir que hay determinados modos de trabajo, y entre ellos está este modo de poder construir problemas con otros". Lo dicen porque la experiencia encarada —tal como relatan— implicó diagnosticar las razones por las que los chicos estaban excluidos del sistema escolar, involucrar a los distintos actores, hacer visibles las diferentes problemáticas que aparecían y generar condiciones para que eso cambie.
Intención. Esto para mostrar que "la toma de decisiones no se puede alejar de los actores involucrados" ni de los territorios donde se dan los hechos. "De alguna manera lo que queremos contar es cómo se cocinó el proyecto", dicen las compiladoras y aclaran que "no se la puede considerar una experiencia repetible, aunque sí lo es la forma de trabajo".
Para encarar esta experiencia, Grande y Montoya repasan que desde el inicio "la apuesta fue producir una cierta visibilidad social sobre esta cuestión que al ponerse en términos de deserción escolar, ubica como protagonista fundamental al niño y a su familia, que «no quiere ir» a la escuela". "Nosotros —continúan— propusimos repensar esa idea en términos de exclusión social".
Las autoras recogen como datos de la experiencia el trabajo previo realizado hacia el 2000 en la Dirección de Discapacidad municipal, cuando empieza a aparecer una demanda mayor en el ingreso de chicos a la educación especial: "Hacia fines de los 90 empieza a aparecer un nuevo perfil de niño que nos lleva a repensar el problema. Hay una demanda muy fuerte de inclusión de niños en la educación especial sin el diagnóstico habitual. Son chicos con problemas de conducta, que no se pueden quedar dentro del aula, que no atienden, con 10 años y sin estar alfabetizados habiendo ido a la escuela".
Agregan sobre este relato histórico, que con este reclamo "confluye una demanda muy fuerte sobre esos niños que no se pueden sostener dentro de la escuela, y que mayoritariamente son pobres". Una pedido biologicista que, dicen, en los 90 y a principios del 2000 impactan en los centros de salud, con el pedido de psicólogos y neurólogos, por ejemplo.
"Entonces pensar que ese niño y su familia es un desertor es ubicarlo como responsable de su no asistencia en la escuela cuando en realidad se ve que este fenómeno de finales de los 90 es paralelo a un crecimiento relacionado con la pobreza estructural y nuevos pobres", explican. Tampoco escapan de este panorama los efectos de la ley federal de educación que "expropió la labor del docente", apuntan.
Por eso estas dos especialistas indican que el proyecto "Andando juntos", que circuló y se conoció como "Equipos FAE", se ubica "con otra mirada social", donde el trabajo que se generó fue intersectorial (sumando escuelas, vecinales, centros de salud, etc.) y de muchas miradas disciplinarias trabajando al mismo tiempo. "Lo que se buscó generar eran las condiciones sociales, institucionales y culturales para que el chico volviera a la escuela para aprender", sostienen.
Metáfora. ¿Y cómo lo hacían? Silvia Grande y Lucrecia Montoya recuerdan que recibían —como Equipos FAE— un caso que tomaban y asistían, pero poniendo el acento que ese "era un problema social y que involucraba a más de un niño, al sistema educativo en su conjunto". "El punto era —dicen— no enfocarnos en lo particular sino en reconocer que esto le pasa a muchos niños y en la escuela había otros en estado de vulnerabilidad, en riesgo de quedar afuera".
"Usamos la metáfora Andando Juntos —expresan sobre la obra— como título del libro porque uno de los ejes es lo que llamamos trabajo conjunto, con la familia, con los directores de las escuelas"
Dicen que un punto clave de la tarea emprendida fue "despejar la idea de culpas" sobre por qué ese niño no estaba en la escuela. El trabajo consistía en acompañar, en mediatizar "para generar condiciones de manera que esos adultos estuviesen en una posición más responsable" para que los chicos estén en las aulas.
Rescatan los resultados obtenidos con el proyecto que no fueron sólo cualitativos. "Hicimos una evaluación cuantitativa para poder visualizar el proyecto y los resultados nos parecieron muy importantes: en un 80 y hasta un 90 por ciento de los chicos que ingresaron en el proyecto se habían producido aprendizajes, sostener en la escuela", concluyeron.