La ciudadanía se pronunció ayer a través de las urnas con un claro mensaje. Tan fuerte y contundente fue el respaldo popular en todo el país a la reelección de Cristina Kirchner, que ni en la propia provincia de Santa Fe la sólida candidatura del gobernador Hermes Binner pudo resistir el huracán K. La contundencia de los votos que sacó la presidenta, con algo más del 53 por ciento a nivel nacional, habla por sí sola. Incluso se anotó un par de récords: consiguió la más alta adhesión desde el regreso de la democracia (superó la marca de 51,7 por ciento que obtuvo Raúl Alfonsín en 1983). Y por primera vez un mismo proyecto político consiguió tres mandatos consecutivos en la Casa Rosada.
Sería falso plantear el dilema de si la gente ayer apoyó al gobierno nacional o expresó un voto castigo a la oposición, porque en realidad son dos caras de la misma moneda.
Algunos pueden estar más de acuerdo y otros menos, pero nadie puede ignorar que el kirchnerismo ha creado un liderazgo político basado en una catarata de medidas e iniciativas dando respuestas a demandas sociales muy diferentes. Papel muy activo del Estado en todas las áreas, una economía que crece a tasas chinas, asignación universal por hijo, estatización del sistema jubilatorio, el programa Conectar Igualdad (una computadora para cada alumno de escuela pública secundaria), pronunciada baja de la desocupación, el restablecimiento de las paritarias y del salario mínimo vital y móvil, ley de medios, legalización del matrimonio homosexual, inversión en ciencia y tecnología, políticas de inclusión social, promoción de la actividad industrial, defensa del mercado interno y política de derechos humanos, son las más trascendentes.
La propuesta política del kirchnerismo tuvo, además, la audacia de romper con varios límites del sistema político argentino. Por eso una importante franja de la población se identifica también con el "modelo K" porque siente como muy pocas veces que está frente a un gobierno nacional que no sólo asegura representar a los sectores más débiles ("Yo no soy neutral, siempre voy a estar contra la desigualdad", repite Cristina), sino que se muestra poniéndole límites a los factores de poder del país (las cámaras empresariales más poderosas, los grandes medios de comunicación, la jerarquía de la Iglesia Católica, los militares y sectores de la burocracia sindical). Algunos dirán que todo esto es "puro populismo" y que el kirchnerismo lo hace producto de las circunstancias, más obligado por las necesidades que por los principios. Pero eso, de ser cierto, poco importa en la realpolitik. Lo que vale son los hechos, los progresos concretos que benefician a la sociedad.
Desde ya que el país tiene graves problemas sin resolver, y sólo un necio podría ignorarlos: inflación, inseguridad, nichos de corrupción, sistema impositivo regresivo (pagan proporcionalmente más los que menos tienen), fuertes desigualdades económicas… Pero si hay una fuerza política que puede enfrentar precisamente estos temas con ciertas posibilidades de éxito, esa fuerza es justamente el propio Frente para la Victoria, al menos así lo entiende hoy por hoy la mayoría de los argentinos a la luz del resultado electoral.
Pese a que muchos la subestimaban, la presidenta ha demostrado a lo largo de estos años gran capacidad de gestión pública y de conducción de una fuerza política que permanentemente desnuda sus contradicciones. Un kirchnerismo que se autodefine como progresista, pero que no tiene muchos pruritos a la hora de las alianzas: en el mundo K conviven desde Estela de Carlotto (presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo) hasta Gildo Insfrán (gobernador reelecto de Formosa que reprime violentamente a los aborígenes).
Pero ayer no sólo arrasó Cristina, también sufrió una durísima derrota la oposición. Si no, ¿cómo se explica que la segunda fuerza haya sacado apenas 17 por ciento y a más de 35 puntos de diferencia de la fórmula ganadora?
Es que durante todos estos años la oposición ha cumplido un papel patético, con excepción de muy pocos dirigentes, entre ellos los del socialismo (por eso los votantes premiaron a Binner como el candidato no kirchnerista más votado). Como consecuencia de una lectura errada de la realidad o enceguecidos por su prisma ideológico, los dirigentes opositores plantearon un enfrentamiento salvaje, sin rescatar como positiva ninguna medida del kirchnerismo en estos ocho años de gobierno. Optaron por enfrentar al "modelo K" a libro cerrado, en lugar de desmenuzar sus medidas, capitalizar sus logros y plantear una propuesta superadora y competitiva. Y ese "no reconocimiento" de las medidas acertadas del gobierno nacional produjo un lógico temor en la mayoría de los votantes que sintieron que gran parte de la oposición les estaba proponiendo un borrón y cuenta nueva, retroceder, un viaje al pasado.
El sistema político necesita una sólida oposición. No es saludable que haya una sola fuerza con capacidad de gobierno. Y esa es la gran responsabilidad que tienen hoy los dos dirigentes no kirchneristas que quedaron en pie tras el huracán Cristina: Binner (que obtuvo un meritorio segundo lugar con una fuerza política nueva) y Macri (que sobrevivió recluyéndose de la puja nacional dentro de los límites de la ciudad de Buenos Aires). Ambos tienen el desafío de ejercer una oposición seria, responsable, equilibrada, comprometida con el bienestar de la sociedad, que sea implacable en el control del gobierno y que presente propuestas alternativas.
Hoy, 24 de octubre de 2011, el país amaneció tras los comicios con una oposición diezmada, dispersa y donde varios dirigentes deberían hacerle una contribución al país y pasar a retiro. Y también este lunes amaneció con una presidenta que consigue su reelección con un extraordinario respaldo popular que le otorga un amplio poder y capital político suficiente para "profundizar el modelo", la frase más pronunciada por todo el kirchnerismo durante la campaña. ¿De qué se trata esto de "profundizar el modelo"? En los próximos cuatro años lo sabremos.