Una buena maestra siempre escucha a sus alumnos y alumnas, no descarta ninguna de sus intervenciones, otorga el mismo cuidado a cada palabra, sabe que en eso radica gran parte de los derechos de la infancia.
Por Marcela Isaías
Una buena maestra siempre escucha a sus alumnos y alumnas, no descarta ninguna de sus intervenciones, otorga el mismo cuidado a cada palabra, sabe que en eso radica gran parte de los derechos de la infancia.
Una buena maestra nunca comienza hablando de sus méritos, siempre arranca por los logros de sus alumnos, por la confianza que les tiene. No importa sin son imperceptibles, sabe que son una promesa de que irán por más a corto o a largo plazo. Y, después de todo, ese es el reflejo de su trabajo.
Una buena maestra comparte sus experiencias pedagógicas con otros docentes, porque sabe que es la mejor manera para recrearlas, mejorarlas y multiplicarlas. También de apropiarse de ese conocimiento construido en la práctica, la mejor herramienta para contrarrestar las instrucciones de los tecnócratas.
Una buena maestra construye conocimiento, no se vale solo de una revista didáctica que le organiza desde la fiesta escolar del 25 de Mayo hasta la reunión de padres. Más bien combate esa bibliografía que alimenta perezas y falta de creatividad en el oficio.
Una buena maestra escucha a las familias, no las ve como enemigas, sabe que son la mejor de las aliadas para garantizar buenos aprendizajes. Y, cuando éstas no están, va en su búsqueda, en su presencia.
Una buena maestra siempre hace memoria, está convencida de que es imposible enseñar a las nuevas generaciones si no se abraza el pasado con compromiso y pone en un primer plano el respeto a los derechos humanos. A las Madres, a las Abuelas de Plaza de Mayo…
Una buena maestra entiende la lucha sindical inherente a su oficio, sencillamente porque se reconoce como una profesional de la enseñanza, pero sobre todo como una trabajadora de la educación. Con deberes y derechos.
Una buena maestra discute qué educación quiere, no es neutra, no está en la escuela como de paso por la vida, no le da todo lo mismo. Tiene compromiso con las luchas sociales de su tiempo.
Una buena maestra no se resigna ni escucha pasiva las críticas a su trabajo, sobre todo mediáticas, que cuestionan cada una de sus conquistas: "¿Cuánto quieren ganar? ¿Por qué no se capacitan los domingos? ¿No faltan mucho?".
Una buena maestra está muy alerta a los iluminados que buscan legitimar insólitos programas en la escuela. Por citar uno bien reciente, el del agente israelí que quiere llevar la policía a dar clases para que los chicos aprendan a tenerle confianza. Y eso se anunció, como si nada pasara, en medio del asesinato a mansalva de jóvenes vidas por parte de las fuerzas policiales santafesinas.
Una buena maestra resiste planes de formación diseñados por quienes jamás pisaron una escuela y desconfían de sus educadores. No hay que ir muy lejos, la ministra de Binner, Elida Rasino, inauguró en la provincia un estilo de gestión educativa basada en "rondas de palabras" para evitar que la discusión política gane las aulas y de paso tapar la violencia social que las atraviesa.
Una buena docente no se calla cuando escucha al ex candidato del PRO Miguel del Sel recetando pegarles a los chicos para que aprendan. O ahora al presidencial Sergio Massa (Mauricio Macri piensa igual) anunciando una política de premios y castigos a los docentes. Anuncio que hace desde el lugar del macho capaz de domesticar una tarea mayoritariamente femenina, pero también desde un lugar de luchas de clases, porque si hay un gremio difícil de doblegar y que ha dado pelea a las políticas de ajuste es el magisterio.
Una buena maestra espera que alguna vez la premien por sus rebeldías. Los castigos ya los conoce de memoria.