“No basta con el amor, un buen educador es el que además de querer a sus alumnos, enseña y se forma profesionalmente”. Pero para Enzo Montiel, el profesor de 76 años que dice que está pensando en retirarse aunque “todavía tiene pilas para dictar clases”, también distingue a un buen maestro el compromiso militante con su oficio. Eso explica por qué se decidió a escribir “Apuntes para una historia de los trabajadores de la educación”, libro editado con el apoyo de Amsafé Rosario y que se presentó ayer.
Habla con la pausa que distingue a los buenos maestros, aquella esencial para educar. Basta una pregunta para que empiece a recorrer su historia de casi 60 años unido a la docencia. Da clases de dibujo y taller en la Escuela Técnica Nº 466, de barrio Belgrano, también es preceptor del área de física en el Instituto Superior Olga Cossettini; en ambas instituciones es delegado gremial. Pero su historia docente comenzó mucho antes, en la década del 50, como maestro de educación manual cuando tenía 17 años.
En los 60 formó parte del Movimiento Praxis, impulsado por Silvio Frondizi, asesinado por la Triple A, y participó entre otras organizaciones sociales y barriales, de la agrupación Prosud (Pro Sindicato Unico de Docentes) que impulsó en 1972 la creación del Sinter (Sindicato Unico de Trabajadores de la Educación de Rosario).
El sueño de Enzo. Su libro recoge el panorama gremial en la provincia, enmarcado en lo que pasaba en el país, y su relación con las políticas educativas de distintos momentos históricos (desde 1880 a los primeros años de 2000). “Hay producción y documentación, pero muy desperdigada. Este modesto trabajo es parte de esa fragmentación que hay”, dice Montiel respecto de su obra. Y confiesa un sueño: “Tengo una fantasía para cuando ya no esté y es que —por ejemplo— en las Bibliotecas Nacional de Buenos Aires y la Juan Alvarez de Rosario, haya en los anaqueles 8 o 10 tomos con la historia del movimiento de los trabajadores de la educación. Y hablo de la gremial, junto a la de las políticas educativas”.
—¿Cómo era ser maestro en la década del 60?
—Para el que le gusta su profesión siempre es lindo ser educador. En esa época fue muy conflictiva y saludable la crisis que vivíamos, porque los maestros éramos “apóstoles”. Con una compañera, Elsa Salvoni, inauguramos un juego de términosque sentó precedentes y lo expresamos en un trabajo que se llamó “De apóstoles a trabajadores de la educación”. Más tarde con la fundación de la Ctera (1973) se dio el cambio de conciencia, nos empezamos a asumir como trabajadores, porque lo éramos (y somos) igual que los padres de nuestros alumnos.
—¿A quién recuerda como un gran maestro de la provincia?
—La principal es Rosita Ziperovich. Pero no es la única. Recuerdo de aquella época a otra educadora igual de comprometida, luchadora y combativa de asambleas y barricadas, que también hizo su aporte con sus experiencias pedagógicas: Rosa Trumper de Ingallinela, una militante del Partido Comunista, esposa del médico asesinado (por la policía en 1955 y cuyo cuerpo nunca apareció). Es una de las primeras referentes que me marcaron en la lucha gremial, que conocí de muy jovencito. Cuando iba a la Casa del Maestro, me llamaba la atención porque era una voz disonante, en una época que todos éramos “apóstoles”. Mientras los dirigentes de ese entonces hablaban, informaban y todos asentían, había dos voces que eran las únicas disidentes: la de Rosa y la de Marta Cochero. Ellas cuestionaban y querían analizar todo. ¡Por favor querían hablar de política entre maestros cuando no estaba permitido! Hablo de los años 50. Enseñar y querer.
—¿Qué cualidades distinguen a un buen maestro?
—Tener un buena relación con los alumnos. Cuanto más pasa el tiempo, menos me importa la relación con los superiores, los decretos y las circulares. Si algo he aprendido y quiero dejar como mensaje es que hay que querer lo que se hace. El niño y el adolescente necesitan afecto siempre, ya sea en la casa, en la escuela o en el club. Pero no basta con el amor, tiene que formarse pedagógicamente. Si no sé de mi disciplina, por más que los quiera no les voy a poder enseñar.
—¿Cuál es otra condición esencial?
—Hace poco en una reunión más bien chica, de pares, una compañera con experiencia contaba que tenía alumnos de 3º grado que no sabían ni leer ni escribir. Nos preguntaba qué hacer. Recuerdo que con un compañero le dijimos: “Enseñales. Hoy ese alumno es tuyo y no sabe leer ni escribir, bueno tenés que olvidarte de tu currícula y enseñarle lo que necesita. Si no lo hacés vos quién lo hará”.
— Qué encuentra de común y de diferente del movimiento gremial docente de los años 60 y 70 y la actualidad?
—Lo común es que siempre está la mística y el impulso de esa conciencia de avanzada de que siempre hay que luchar, que para mí significa participar, concurrir, reunirse y discutir. Por suerte hoy tenemos unos de los gremios más democráticos, con sus corrientes internas, asambleas, marchas y luchas. Ese es el mejor camino. También está la negociación con el patrón, que en nuestro caso es el Estado. Pero sin lucha no es lo mismo. Ni el mejor dirigente podrá negociar igual si va solo, que si tiene el respaldo de miles de compañeros movilizados y en la calle. Y eso siempre fue así. Lo diferente es que en los 90 se fue burocratizando la dirigencia docente, hasta la misma Ctera que nació combativa y democrática fue decayendo.
—Pero también la Ctera en aquellos años dio la pelea con la Carpa Blanca.
—Siempre se dieron luchas y quiebres. A mí me duele en el alma de aquel momento y de la actualidad cuánto cuesta la unidad gremial y política. Hablo de esa unidad que enseñaba (Agustín) Tosco, donde en algún punto de nuestras diferencias hay que encontrar lo que tenemos en común.