Sin mujer, fantasma de mujer o fantasma de fantasma, no hay vida. Se cansa la luz, no queda
nadie en la ciudad, se cierran los bares y los libros, los árboles no distinguen otoño de
primavera. El silencio se confunde y cree que es música. El cielo baja hasta la tierra y muere. Se
puede caminar, pero sólo hacia ninguna parte. Y se puede huir, pero sin punto de partida ni de
llegada. Sin mujer o fantasma de mujer, sin fantasma de fantasma o recuerdo entrevisto en los
caminos de un parque en el crepúsculo, ya no tienen más sentido las ventanas; los pájaros se
olvidan de volar y caen como piedras; el whisky parece té frío. Sin mujer o fantasma de mujer o
fantasma de fantasma o desconocida por la calle, qué. Y sobre todo para qué. Sin mujer o fantasma
de mujer o fantasma de fantasma o desnudo de Modigliani. Ellas son las puertas de entrada a este
mundo; ellas son los barcos que navegan los ríos del corazón; ellas son el amor y también la pena.
Para que siga habiendo razones harán falta. Y harán falta para tomarnos de la mano, para
despertar junto a su cabello extendido sobre la almohada, para besarlas en el cine y comer
chocolate. Y harán falta para recordarlas cuando las hemos perdido, para esperarlas aunque no
vengan, para llamarlas aunque nunca contesten a nuestro llamado. Harán falta para llorar por ellas,
para gritar su nombre en las calles frías de la madrugada, para seguir encontrando números de
teléfono entre las páginas de libros que habíamos olvidado. Harán falta para caminar, para beber,
para escribir. Para estar vivos bajo el sol de la noche.