"Me parece inadmisible, muchachos, movilizar un pueblo y decepcionarlo". Marcelo Bielsa no debe estar contento, más bien todo lo contrario. La difusión de su discurso hacia los futbolistas de Athletic de Bilbao tras perder las finales de la Copa del Rey y la Europa League expuso un alto porcentaje de su intimidad. Marcelo aborrece eso. Pero sin quererlo, puso sobre la mesa un tema del que los jugadores de fútbol alguna vez deberán hacerse cargo. Sobre todo cuando habló de los "millonarios prematuros". "Ya todo es pasado, ya no hay partidos para ver, ni cosas para analizar, ni cabezas que ordenar, ni mensajes que dar. Ya la oportunidad la dejamos pasar. Y aparte también tengan conciencia de que son muy jóvenes, son muy jóvenes, son millonarios prematuros, no tienen problemas, no les importa mayormente lo que va a pasar, porque todo el mundo tiene resuelto lo que va a pasar. Se permiten reírse...". Notable clase de ética que los jugadores deberían analizar. Ya no existen los futbolistas que se escondan en la isla para que no los transfieran porque aman la camiseta que defienden. Ya no. Tampoco se pretende que así sea. Pero menos aún que un entrenador deba arengar a un grupo entregándoles una lección de vida antes que una lista de los errores que llevaron al grupo a perder una final.
Así son las cosas. A las grandes vedetes vestidas con camisetas de fútbol ni siquiera les mueve un pelo que un dirigente salga a decir que "hay que transpirar la camiseta". Lejos de eso. Se ofendieron porque fue público. La mención corre para las declaraciones del presidente de Boca tras las paupérrimas actuaciones del equipo frente a San Martín de San Juan y Belgrano. Ellos pueden hacer lo que se les antoja. También hablar delante de los micrófonos en contra del entrenador de turno porque no los pone y argumentar que no hablan bien de su técnico porque los compañeros los cargan en el vestuario.
Gozan de los beneficios de un periodismo permisivo, adulador y asquerosamente condescendiente que los apaña a cambio de una sonrisa o una nota en la que abundarán los centros a la olla para que el jugador defina con la respuesta que más le convenga.
Los futbolistas eligieron que así fuera. Cada vez más lejos de los hinchas, únicos propietarios del fútbol.