"La escuela... ¿Para qué?" (El Lugar Editorial) se puede leer desde el lugar de docentes, padres, estudiantes. Pero sobre todo no deja afuera a los que tienen la preocupación de darle sentido a la educación que llega en formato escolar, genera rutinas, por momentos desconcierta y por momentos se vuelve necesaria, casi única, para encontrar respuestas complejas. "Hay preguntarse qué está pasando en la escuela que a los chicos no les interesa mucho", considera su autora, Carina Cabo, para instalar una inquietud que define central de su trabajo.
Carina Cabo es doctoranda en educación y graduada en ciencias de la educación (UNR), actualmente es coordinadora pedagógica en el Isef Nº 11 y del Programa provincial Mirada Maestra. Cuenta que justamente el libro nació de un primer artículo que escribió en 2003 disparado por la inquietud que le planteó su hijo y que a diario le repetía: "La escuela no sirve". Quizás desde entonces hacer visibles los múltiples sentidos que tiene esta institución ha sido casi un leit motiv. "Quise mostrar que la escuela sirve y para qué", dice la educadora.
Una invitación. Al hablar de su libro, que se presenta el lunes que viene, a las 19 en la Plataforma Lavardén (Mendoza y Sarmiento), insiste en decir que "no es una receta ni una verdad revelada" de qué hacer con la escuela. Pero sí una invitación para pensar en valiosos sentidos: para acompañar a los padres, para incentivar la creatividad, para formar lectores, para formarnos como docentes y para ser sujetos pensantes, entre otros que se abordan en el libro.
No es casual entonces que cuando se le pregunta qué es lo mejor que le pasó en la docencia, se emocione hasta las lágrimas para decir: "La devolución de los alumnos."
—¿Ese "para qué" es una invitación a pensar el sentido de la escuela en el día a día?
—En un primer momento el título era: "Para qué sirve la escuela", dudé porque no quería darle el sentido de la utilidad, la cuestión práctica inmediata, sino pensar el sentido y el significado real que tiene. La escuela ya no es lo que era hace tiempo, y si bien la función de transmitir la cultura no la perdió, los docentes tienen que construir conocimientos con los alumnos. De alguna manera romper con esa imagen que aún se ve, por ejemplo, en el secundario con el profesor adelante y los alumnos sentados en filas, pretendiendo que se callen. Hoy hay netbooks en las aulas, sin embargo el docente quiere que los chicos hagan lo mismo que hacían con el papel o con el libro. Es necesario trabajar con el libro, también con la tecnología, preparar para la universidad pero también disfrutar de estar en la escuela.
—Un primer paso sería entonces romper con las rutinas cotidianas...
—Hace poco leía a Santos Guerra (Miguel Angel, pedagogo) sobre la contradicción que aparece entre la rutina y el ritual. Entonces es volver a recuperar los rituales que tiene la escuela, que es fundamental, como lo es el gusto por aprender. Hoy los chicos encuentran los conocimientos hasta en el teléfono, entonces la escuela tiene que prepararlos y buscarles el otro lado positivo a esas herramientas. Sin embargo, pienso que lo primero es recuperar la relación con el otro. No se trabajan los vínculos: ni el vínculo con el profesor, ni entre compañeros. Es necesario recuperar eso que quizás lo teníamos hace un tiempo. Y no se trata de volver a la escuela del siglo XX. No pretendo eso, pero sí preguntarse qué está pasando en la escuela que a los chicos no les interesa mucho.
—Como bien dice, la escuela ya no es el único lugar donde los chicos aprenden. Entonces, ¿cómo se ubica ante esta nueva realidad?
—Aquí rescato la experiencia Cossettini porque fue maravillosa para la década del 30 o del 40, que veía al aprendizaje desde otro lugar. El niño construía en una mesa de arena, se equivocaba y borraba, no había tachones rojos en el cuaderno; y hoy, en el siglo XXI, sigue habiendo tachones rojos. No en todas las escuelas, claro. Es necesario abrir el debate y pensar cómo construir con el alumno y colaborativamente pensando que el aprendizaje es algo social, donde también se aprende del compañero.
—De los tantos sentidos de la escuela que propone el libro, ¿cuál es prioritario para este momento?
—El del vínculo, fundamentalmente. El vinculo con el docente y poder ver al alumno como un sujeto con su propia historia de vida, con su contexto. Establecer vínculos porque si no llenamos la hora con conocimientos vacíos. También enseñar ciertas habilidades para que el alumno pueda buscar conocimientos en otro lado, para que el día de mañana pueda ingresar a la universidad o encontrar un trabajo. Igual, es fundamental la cuestión vincular, que en mi libro la relaciono con otro capítulo donde hablo de la violencia. Yo no tengo la receta de cómo solucionarla, pero sí doy algunas ideas de cómo trabajarla desde la casa y desde la escuela, que tiene que ver con la empatía e identificarse con el otro.
—En general y como educadora, ¿qué le preocupa más ahora en el terreno educativo?
—Me preocupa que a ningún chico le guste ir a la escuela. La escuela no les interesa porque se quedó en el tiempo. En este sentido, lo que más me inquietan son la capacitación y formación docentes. En la provincia necesitamos más capacitación en servicio, con temas que tengan que ver con la violencia. La capacitación nos puede ayudar a trabajar con estos jóvenes que tenemos, saber sobre las nuevas infancias y adolescencias. Porque el adolescente ya no es uno solo.