Mirar las imágenes que nos acerca el Hubble, el telescopio más grande del mundo, es una experiencia fascinante. Sus descubrimientos nos dejan con la boca abierta. Como les sucedió a alumnos de tercer grado de Oklahoma, en Estados Unidos, a los que el físico argentino Daniel Golombek les hizo llegar unas gigantografías con nebulosas, cometas y galaxias provenientes del mismísimo Hubble. Seducidos por lo que pudieron ver, atesoraron las fotos “como si fueran autógrafos de Messi”, cuenta el científico, en una charla que mantuvo con Más la semana pasada.
Es que el universo y sus revelaciones, las que nos llegan gracias a los enormes observatorios como el Hubble, generan un magnetismo indescriptible, tan poderoso como sus misterios.
El asombro de los niños no es distinto al que dice sentir Golombek cuando accede a las novedades del gigantesco telescopio en cuyo proyecto ya no participa pero sigue de cerca, y en el que trabajó desde 1983 y hasta 2012 gracias a un “alineamiento de las estrellas”, como él mismo describe a aquella oportunidad que le cambió la vida.
El licenciado en física, máster en Física por The Johns Hopkins Univesity y doctor en Astronomía por la Universidad Nacional de La Plata fue uno de “los chicos Virpi”, como se denominó al grupo de jóvenes científicos que se formaron en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio con Virpi Niemel, una famosa astrónoma que nació en Finlandia pero vivió en la Argentina desde los 17 años, que fue admirada y respetada por sus conocimientos, tenacidad y por contagiar tanta curiosidad y pasión sobre el cosmos.
Golombek, que vive en Estados Unidos, se dedica desde hace unos años a fomentar el estudio de las ciencias, particularmente la física, en los estudiantes de grado. Lo hace desde la división Educación del Instituto Americano de Física. En esta oportunidad, vino a la Argentina a presentar su libro El telescopio de las estrellas, dedicado al Hubble, que integra la colección Ciencia que Ladra, que dirige su hermano, el científico y divulgador Diego Golombek.
Fue Diego el encargado del prólogo: “Hace muchos años conocí a un joven que no dormía. Cuando las luces se apagaban y el músculo y la ambición descansaban, él salía al jardín a mirar el cielo. Había construido un tubo de plástico gigante, y en uno de los extremos había puesto un espejo de lo más divertido que le devolvía nuestro reflejo agrandado varias veces”.
Aquel pibe al que le gustaba magnificar lo que veía con su armatoste casero tuvo la fortuna, el talento y la constancia para convertirse en uno de los expertos que trabajó en todas las facetas de las operaciones científicas del telescopio espacial Hubble —el más popular de los que están en órbita—, una aventura profesional y personal. Además, fue durante dos años y medio científico visitante en la sede central de la Nasa.
Así, con el mismo encantamiento, sigue hablando de aquella experiencia. Lo hace en el libro (muy entretenido y didáctico por cierto), y en la charla con Más.
“Tuve el privilegio de hacer magia todos los días y creo que en esa sensación reside lo más importante: no perder jamás la noción de admiración, de disfrutar de lo que se tiene. Con la gente del Instituto nosotros teníamos grabado muy fuerte ese sentimiento que produce el hecho de tener una misión, un objetivo”, reflexiona.
“Lo que más me emociona es que la gente se lo apropió, saber que uno contribuyó a ese acercamiento entre la ciencia y tantas personas... y aunque no estoy relacionado directamente sigo pegado al proyecto”.
Y ese apego se nota a años luz. Golombek lo contó una y mil veces, pero cuando lo relata de nuevo lo hace con paciencia infinita, como si fuera la primera vez. Entonces inicia un repaso cuidadoso por los momentos del Hubble que fueron hitos. Desde su lanzamiento hace 25 años (se cumplieron el 24 de abril) o los cambios de instrumental que permiten que el telescopio se actualice al punto de seguir siendo el más sensible, el más preciso y renovado de los existentes, hasta llegar a las anécdotas como la de la emoción de los alumnos de Oklahoma que recibieron las fotos (una situación que a él lo conmovió hasta las lágrimas) o la de su hijita cuando correteaba por los pasillos del Instituto y hablaba con premios Nobel.
Tan lejos, tan cerca
El Hubble se encuentra a unos 570 kilómetros de altura y completa una órbita alrededor de la Tierra cada 97 minutos. “Astrónomos, astronautas, ingenieros participaron en su planificación y ejecución desde los años 70, y también hubo astronautas involucrados”, cuenta Golombek sobre cómo se fue armando esta inmensa ventana al universo.
Construido por la Nasa para responder preguntas sobre el espacio, además de dar respuestas el Hubble abrió nuevos interrogantes. “Hay dudas muy grandes por responder, pero creo que de a poquito vamos armando la oración”, menciona el físico.
Saber si todas las galaxias tienen en el centro un agujero negro, conocer mucho más sobre las estrellas y descubrir la edad del universo fueron los primeros grandes motivadores para la construcción del telescopio Hubble. Fundamentalmente esta última cuestión, que entre otras cosas le dio su nombre porque para saber si el universo es viejo o menos viejo de lo que se creía, se tomó en consideración el método ideado por Edwin Hubble, un astrónomo fallecido en 1953 que se había dedicado justamente a desarrollar esa medición. En honor a él, el apelativo.
Tantos aportes hizo el telescopio que se logró, gracias a sus revelaciones, que se unificaran los métodos para medir distancias (eran muchos y muy variados). También se obtuvieron novedosos datos sobre los agujeros negros y las poblaciones estelares, entre otros hitos que quedarán para siempre en la historia de la ciencia. “Quizá el mayor valor de una herramienta científica, y el Hubble lo es, no es que puede solucionarnos ciertos problemas o interrogantes sino la posibilidad de hacernos repensar teorías y explicaciones”, menciona Golombek, que a los 60 años mira todo con ojos de niño y asegura: “Lo bueno es que los seres humanos nunca dejamos de hacer preguntas, de tratar de ver cómo son las cosas más allá, pero también más acá y en el costado”.
El físico dice que le gusta que ahora se haga ciencia en equipo. “Ya es muy raro encontrar trabajos con un único autor. No importa dónde uno esté porque el acceso a los datos es universal, con unos clicks llegás a encontrar información muy valiosa para tus investigaciones y luego podés cotejarlas o compartirlas con colegas que pueden estar trabajando en Francia, en Estados Unidos o en Pakistán”.
En rigor, el sucesor del Hubble (que igual tiene todavía larga vida) y otros observatorios requerirán del aporte de muchos países, tanto en dinero como en conocimientos: “Son grandes consorcios que deben invertir miles de millones para un telescopio. Para el próximo, por ejemplo, tendrán que desembolsar ocho mil millones de dólares, y así... Lamentablemente requieren mucha plata, pero lo bueno es que los astrónomos, físicos e investigadores que participan provienen de diversos países y culturas. Siempre habrá nuevas cuestiones, pero la suma de tantas y tan variadas miradas hace que las grandes respuestas no estén tan lejos”, dice el hombre al que los misterios del universo nunca le produjeron ni inquietud ni temor. El hombre cuya curiosidad pudo siempre más que el miedo.