Todo un curso de la secundaria llegó hasta 5º año sin llevarse nunca una materia a rendir. Para lograrlo lo hicieron con una estrategia maravillosamente solidaria: se dan clases particulares entre sí en las materias que están más flojos. Tienen 17 años, estudian, trabajan de mozas, cuidando chicos, de albañil; y mientras sueñan con su viaje a Bariloche afirman que para nada son "tragalibros". Una experiencia pedagógica para mirar con atención, más ante la escalada de chicos que no aprueban materias, no las rinden y terminan sin su título de escuela obligatoria. Una historia que transcurre en la Escuela Secundaria Nº 373 de Coronel Arnold, una localidad santafesina a 33 kilómetros de Rosario.
El curso es de 8 estudiantes, es esperable: se trata de una escuela con 60 alumnos, en un pueblo de mil habitantes. Todos se conocen, cuentan que prácticamente viven en la misma cuadra, aunque eso no impide que "a las 10 de la noche alguno llame a otro para ver qué hay que estudiar para el día siguiente", como cuentan, entre otras anécdotas.
Los protagonistas de esta historia son Victoria Gigli, María Belén Mareco, Agustina Carradori, Tamara Acciarri, Esteban Núñez, Carlos Quiroga, Facundo Messi y Gianfranco Gigli. En el salón de clases que comparten no hay mesas unas detrás de otras. Se ubican en semicírculo. Lo que es inevitable es que las chicas estén todas juntas de un lado, y los varones del otro. Sin embargo, cuando la charla los convoca en un tema en común, las diferencias de género se diluyen. Todos son estudiantes, amigos, compañeros de toda la vida.
Bariloche y graduación. Sobre uno de los bancos hay una bandeja con facturas. Con la venta en los recreos juntan plata para pagarse el viaje a Bariloche. Es ahí cuando la conversación comienza. "Este año nos va a costar un poco más, porque además del viaje, luego viene la fiesta de graduación, y todos estamos con eso en la cabeza", confiesan. Más tarde suman otra inquietud propia a muchos chicos de su edad: qué carrera seguir cuando terminen la secundaria.
No pasa mucho para que se turnen en la palabra y recuerden que en cuarto año se dieron cuentan de que todos habían llegado sin llevarse ninguna materia a rendir en todo ese tiempo. Y cuando advirtieron que los compañeros "estaban medio flojos en algunas" las chicas se pusieron al hombro la tarea de sacarlos adelante.
"A mí me gusta inglés; es más, tengo pensado estudiar el traductorado en Rosario", cuenta Tamara, quien le puso ganas para sacar a flote a los que no les va tan bien con los idiomas.
Gianfranco interviene para contar que sus preferidas son las ciencias sociales, tanto que una vez pidió rendir una prueba en forma oral, porque el examen escrito no le sale muy bien. Su profesor lo aceptó y se sacó un 10. El problema lo tiene "con todas las materias contables". "Pero, gracias a Dios —expresa feliz—, me ayudó María Belén y la saqué". A su vez, su compañera reconoce que para ella los temas contables no son un obstáculo. "No es que me guste la economía, pero la veo más fácil y por eso lo ayudé. Venía a mi casa, lo preparé para las pruebas y la verdad es que no me trajo «problemas como alumno»", se ríe en el final de su comentario.
Nada perfectos.Estos son algunos de los ejemplos que eligieron los jóvenes para explicar cómo funcionó esa estrategia colaborativa para llegar a cada trimestre sin sobresaltos en la libreta. Por las dudas aclaran que no es que "ellas son perfectas y ellos desastrosos". Todos ponen un poco de sí, sin escapar a rutinas adolescentes de "no saber qué hay para estudiar para el otro día", "acordarse de preguntar muy tarde a la noche si hay tarea" o "pedir auxilio con tiempo límite para una prueba".
También observan que siempre la "ayuda fue entre todos". Para que quede más clara esta idea, Agustina relata que muchas veces ellos colaboraron en otras actividades, donde tenían más recursos para ofrecer una mano, y agrega: "Para mí los compañeros son fundamentales en un curso, y por más de que no sean amigos, quiero que puedan ayudarse mutuamente". Victoria opina que pesa también en esta buena relación de amistad el hecho de "vivir en un pueblo, donde todos se conocen".
El valor del afecto. El director de la secundaria de Arnold, Adrián Thomsen, menciona dos datos clave: por una lado, "los lazos, los vínculos afectivos" que influyen de manera decisiva en mejores aprendizaje; y por otro, "el sano equilibrio que estos chicos supieron alcanzar". Esto último porque hacen la misma vida que muchos otros pibes de su edad: salir a los boliches, ponerse de novios, practicar un deporte, y también cumplir con la responsabilidad de estudiar.
Tamara, María Belén y Agustina trabajan de mozas los viernes y sábados por la noche en el Club Social del pueblo. También antes lo hacía Victoria, que ahora se dedica a cuidar una nena. Los varones alguna vez han pasado por una tarea temporaria, como Carlos, que dice que trabajó de albañil. En todos los casos, lo que "ganan" es para sostenerse en sus gastos personales.
Según explican, mucho tiene que ver que les vaya bien en la escuela participar siempre en distintos proyectos; como por ejemplo el programa del Modelo de Naciones Unidas o el de difusión bursátil (la escuela tiene orientación en economía); además de conocer otros lugares y compartir experiencias con diferentes escuelas. Y algo más: la institución les paga todos los gastos de traslados y comida para que puedan participar sin problemas.
Tampoco tienen dudas de que en este proceso de escolaridad "mucho tuvieron que ver los profesores". "Nos ayudaron, nos dieron la posibilidad de recuperatorios, y siendo solamente ocho es como si hubiésemos tenido clases particulares. Siempre nos explican todas las veces que haga falta. Sabemos que no es la misma realidad de lo que pasa muchas veces en una ciudad, pero aquí logramos formar un buen vínculo profesor-alumnos", acuerda el 5º año.
Vocaciones. Victoria quiere ser nutricionista; Belén dice que no está decidida aún pero "sí orientada" a la abogacía, para luego ser escribana; Agustina se volcó por psicología y Tamara por el traductorado de inglés. Esteban pensó en "arquitectura" pero manifiesta que aún no sabe muy bien; Carlos tampoco se decidió pero tiene muy en claro que quiere seguir estudiando; Gianfranco también se inclinó por psicología. "Tengo muchas cosas en mente, pero todavía no me decidí", cuenta Facundo Messi, de apellido famoso, hincha de Boca y fanático del Barcelona.
Es Facundo el que propone darle un matiz de realidad a los logros, al asegurar: "Tampoco es que necesitamos estudiar taaanto como cualquiera puede pensar, ni que nos pasamos todo el día estudiando sin hacer otra cosa. Lo que siempre hubo aquí es voluntad". Luego Agustina toma la palabra por el grupo y repasa: "Cuando terminamos el año pasado de cursar nos dijimos entre todos «bueno, no la vamos a arruinar en 5º año, y nos propusimos como un reto terminar sin llevarnos materias". En eso están.