Héctor Alterio y Ana María Picchio en 1974. En un bar donde la estuvo esperando sin que ella lo supiera, él le confiesa delicadamente que la ama. Tiene 49 años y ella 25 menos. El diálogo es inolvidable.
Héctor Alterio y Ana María Picchio en 1974. En un bar donde la estuvo esperando sin que ella lo supiera, él le confiesa delicadamente que la ama. Tiene 49 años y ella 25 menos. El diálogo es inolvidable.
Es “La tregua”, de Sergio Renán, con guión de Aída Bortnik sobre un libro de Mario Benedetti. No me gusta la poesía de Benedetti. Pero “La tregua” es una pequeña obra maestra y la película, que fue nominada al Oscar, está a la altura.
El elenco es excepcional: Alterio siempre fue un actor enorme, Picchio está perfecta y detrás de ellos aparecen un preciso Luis Brandoni, un sobrio Carlos Carella, los recordados Aldo Barbero, Walter Vidarte y Luis Politti, una juvenil Marilina Ross, China Zorrilla, Norma Aleandro y Cipe Lincovsky en fugaces apariciones, Oscar Martínez como el hijo destrozado por su homosexualidad, Lautaro Murúa, Juan José Camero, Hugo Arana y hasta Antonio Gasalla en un rol pequeño pero trascendente, el del afeminado que les canta las cuarenta a dos compañeros de trabajo, que lo cargan pero se bancan la grisura cotidiana sin un rezongo.
La música es de Julián Plaza. La fotografía, de Juan Carlos Desanzo.
Toda la película es un canto al talento y resume con exactitud el país que tuvimos y que destruyó la dictadura.
Ya han pasado más de tres décadas desde que se filmó “La tregua” y hace bien verla para recordar lo perdido: una Argentina que aún conservaba la ilusión política y los sueños de cambio social, lejos del cinismo que después se abalanzaría como una implacable ola cuya cresta fueron los años noventa.
Basta un detalle para entender lo ocurrido: ¿cuántos de quienes hicieron “La tregua” debieron exiliarse durante el Proceso para salvar la vida o poder trabajar?
El caso más notorio es el del propio Alterio, quien partió a España, se sumó al cine peninsular y llegó a ganar el premio al mejor actor en el Festival de Berlín gracias a su trabajo en “A un dios desconocido”, del gran Jaime Chávarri (el mismo de “Las bicicletas son para el verano”).
Ese fue el país que los militares aplastaron con odio, sin piedad por la inteligencia, la bondad, la solidaridad ni la belleza.
Pero de sus luminosas cenizas sigue brotando fuego.
“La tregua” es un ejemplo. Una lección de cine. Una lección de vida.