Que perdonen los melómanos, productores de espectáculos, fans, críticos o apenas
sensibles de la buena música. Que en una misma semana los rosarinos hayamos quedado embelesados por
los recitales de Bob Dylan y Andrés Calamaro no tiene que ver sólo con el talento de estos dos
músicos. Ni con el sonido, ni con los lugares donde se ofreció cada show, ni con el riesgo de la
inversión, ni la buena respuesta de la gente que fue a escucharlos y verlos al hipódromo y a la
vera del río.
La razón por la que cada uno, aún con voz escasa (¿a quien le importa?), alegró
las almas ajenas, estuvo en el cielo: fue la luna y su plenilunio embrujo.
Llena, redonda, prepascual. Allí estuvo cada vez, hechizando y convirtiendo los
gestos y melodías en un juego para ellos dos y en toda una fiesta para todo el resto.
¿Quién pudo en esas noches estar allí sin ver la luna?
Que Dylan y su exquisita banda lleguen al clímax con “Highway 61
revisited”. Que haga que uno tenga ganas de acunarse con "Workingman´s blues" o acompañe
silbando a “Spirit on the water”, todo fue culpa de la luna.
Y no soy ninguna lunática, si eso están pensando. Esto es serio. Así lo explican
los astrólogos, quienes aseguran que con la luna llena las personas recobran su euforia, se abren y
ponen más perceptivas.
Por esta cuestión, con Calamaro no se pudo dejar de bailar con “Carnaval
de Brasil” o con “Alta suciedad”. Se soñó con “Soy tuyo” o se
cantó como si uno supiera “Mano a mano”. Si hasta él dijo al final que todo cantante
que pensaba en un recital soñaba con una noche como la del sábado.
Parecíamos todos perturbados. Y lo estábamos (sobre todo una chica de pelo corto
y vincha blanca que, a la izquierda del escenario, casi entre los primeros, gritaba ensordeciendo a
todos un histérico "¡Andrés! ¡Andrés!").
Es que la luna enloquece. Y, si no, miren o vuelvan a ver
“Kaos”, la vieja película de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani. No pude dejar
de recordarla mientras estaba en estos recitales.
El film, inspirado en cuentos de Luigi Pirandello, muestra en su relato
“Mal de luna” a una campesina recién casada que descubre que su marido se vuelve loco
cuando hay luna llena.
Con esta historia podrán darse cuenta lo que provoca la astuta luna siciliana,
tan maga, seductora y enloquecedora, como la que esta semana encantó Rosario.