La Shoá no fue un crimen de guerra que debe ser juzgado como tal.
La Shoá fue la ejecución de asesinatos en masa, especialmente de judíos, pero también de gitanos, comunistas, homosexuales, inválidos y opositores al régimen nazi.
La Shoá fue el escenario de los más grandes crímenes contra el género humano.
La narración bíblica nos relata que en el sexto día de la creación, después de haber concebido un mundo ideal, equilibrado y maravilloso, Dios crea al hombre "a su imagen y semejanza", pleno en su unidad de cuerpo y alma y dotado de la capacidad de elevarse en su perfección. El libre albedrío es un ejercicio humano que nos define, "somos según actuamos", pero lejos estuvo el mundo de escuchar a Isaías y "convertir las espadas en arados" porque el hermano se alzó contra el hermano. Porque "fue el hombre el que se lo hizo al hombre".
Un crimen contra la humanidad
La Shoá, el exterminio perpetrado contra el pueblo judío por la Alemania Nazi, fue el escenario de los más grandes crímenes contra el género humano. Los perpetradores no se conformaron con matar el cuerpo de sus víctimas, sino que desarrollaron un instinto perverso por destruir su dignidad, su decencia, su alma y les quitaron no sólo sus derechos humanos, sino el derecho a ser humanos.
No debemos pensar a la Shoá como un acto de locura, tampoco como obra de un solo hombre: Hitler. Los alemanes y los activos colaboradores, que se sumaron a la ideología nazi, especialmente en los países convertidos en escenarios de la gran hecatombe, fueron cómplices. Los observadores pasivos que volteaban sus rostros para no ver, los que murmuraban al oído y huían de las escenas de muerte, los que espiaban detrás de las ventanas, desde la seguridad del hogar, todos y cada uno de ellos estuvieron implicados. Los que sabían, los que sospechaban, los que no querían saber y los pocos que no sabían nada, fueron responsables del exterminio sistemático de los dos tercios de los judíos de la llamada "Europa civilizada del siglo XX".
A través de la narrativa histórica de la Shoá, podemos exponer los hechos, pero nunca explicarlos, ni comprenderlos, ni justificarlos, o sentirnos liberados de padrones de violencia estatal y opresión humana.
Durante la Shoá, el asesinato de los judíos de Europa, fue una acción corrupta y degradante del espíritu humano, que no tiene explicación, porque "explicar es comprender y el intento de comprender se encuentra en el campo de la justificación del fenómeno que se investiga".
No sólo sufrieron los judíos
Dicho así, la trayectoria que podemos recorrer para abordar el conocimiento del Holocausto es una narrativa analizada bajo un doble prisma: la historia europea entre las dos guerras y la historia "particular" de los judíos, contenida en ese contexto.
Los judíos no tuvieron la exclusividad en el sufrimiento. Durante el siglo XX y aún en el XXI, hubo otros genocidios, algunos ignorados y otros cubiertos de silencio.
Las matanzas de armenios en Turquía, el genocidio en Rumania y Ucrania, el de Bosnia, de Camboya, de Darfur y también las matanzas de los Kurdos. Todos estos pueblos sufrieron persecuciones, torturas, muertes, intolerancia, el común denominador de la ideología genocida.
No obstante, el genocidio judío es tan extremo y planificado, que le otorga un particularismo esencial por el número de víctimas, por sus dimensiones y su significado.
Se adjudica el término "antisemitismo" al periodista alemán Wilhelm Marr, durante la década de los setenta del siglo XIX. Este concepto se convierte en diferencial entre "el odio antijudío" moderno y el de los siglos anteriores. En el pasado, se les exigió a los judíos "abrirse" de su cerrada comunidad e integrarse a la sociedad general obligándolos a "cristianizarse".
A partir del siglo XIX, por su notable cambio de status, en lo económico y en lo social, no bastó un "cambio de fe", fueron acusados de todas las debilidades y defectos de la sociedad existente. Los judíos adhirieron a las nuevas ideas relacionadas con el proceso de modernización y fueron responsabilizados de las crisis en Alemania, pero también vistos como sus principales beneficiarios.
La ideología nacionalsocialista del régimen nazi utilizó toda una maquinaria tecnológica para cumplir el objetivo de borrar de la faz de la tierra a todo un pueblo. La raza aria era la superior, el pueblo alemán la rama más pura, mientras que los judíos eran inferiores, una subraza, y merecían morir.
La "solución final" fue un operativo de asesinato masivo destinado, fundamentalmente, a lograr con prontitud y eficacia la eliminación de judíos en las cámaras de gas. Muchos gitanos, homosexuales y opositores al régimen, corrieron la misma suerte y los incapacitados y enfermos mentales alemanes fueron eliminados en el llamado "Programa de eutanasia".
El silencio del mundo libre
¿Dónde estaba el resto del mundo, mientras Europa ardía en la catástrofe de muerte aterradora y odio racial? "El mundo libre" se llamó al silencio, no creyó lo que testigos presenciales contaban, ignoró las informaciones, dilató las ofensivas, que podían cambiar el destino de miles, cerró sus puertas a la inmigración de los que tenían posibilidades de huir.
Algunas organizaciones judías en Europa y América lograron negociar el ingreso de judíos, ajustándose a las "cuotas" y "condiciones" permitidas por esos países; otros se mantuvieron al margen.
Aun así, no fueron llevados "como ovejas al matadero". A pesar de las trágicas condiciones de los judíos en los distintos países, fueron muchos los actos de valentía y heroísmo, que caracterizaron esos días nefastos de la guerra.
El espíritu y la voluntad de sobrevivir, cada día, es una demostración de fortaleza y de resistencia. Las rebeliones en los Ghettos, en los campos, las fugas, las luchas junto a los partisanos en los bosques, el contrabando de alimentos y de personas, la superación moral, fueron actos de supervivencia. El levantamiento del Ghetto de Varsovia se inscribe en la página de la historia de Polonia, como ejemplo del espíritu combativo judío.
Una mención especial merecen los "Justos de las Naciones", mujeres y hombres no judíos, desinteresados de beneficios o recompensas, generosos de alma, amantes de la libertad y respetuosos de la existencia humana, se involucraron en el destino de numerosas víctimas y lograron salvarlas de la muerte.
Ellos arriesgaron sus vidas y las de todas sus familias, por un sentido de solidaridad y altruismo, desafiando a los nazis, implacables antes quienes se atrevían a esconder a un judío. Hoy ellos son recordados con honores en "Yad Vashem", el Memorial del Holocausto en Jerusalem.
Un recuerdo presente
¡La Shoá existió! Está presente en los números tatuados, en los brazos de los prisioneros de los campos; en las fosas comunes que desenterraron los aliados; en el descubrimiento de los hornos crematorios; en documentos y registros, pero sobre todo, en el testimonio oral de los sobrevivientes y en las narraciones escritas de quienes no lograron salvar sus vidas, pero igualmente nos contaron.
Las víctimas eran seres humanos. Por ello, debemos personificarlos, recuperar sus rostros, conocer sus nombres, comprender cómo vivieron y cómo murieron. Ellos tuvieron una vida plena, nutrida de múltiples colores, de música y canciones, de poesías y alegrías, de seres que amaron y que los amaban. La Shoá los tiñó de blanco y negro, borró sus risas, congeló sus emociones.
Por ellos, por los que perdieron sus vidas, y aún por los que no nacieron, nuestra memoria colectiva es la tribuna desde la cual aclamamos: la Shoá está y estará por siempre en la memoria de las generaciones.
Aprendimos a nunca olvidar, porque nunca olvidar no es odio ni venganza, ¡es Justicia!... Justicia para que nunca más vuelva a suceder.
Nunca más.
(*) Departamento de Cultura, Kehilá Rosario (Asociación Israelita de Beneficencia)