"Todos te dicen en que era un buen pibe, un líder positivo —con todo lo que implica eso en educación—, y un artista. A ese chico le pegan tres tiros y lo matan. ¿Cómo se los convence luego a los alumnos de que si hacen todo bien les irá mejor en la vida?". La reflexión es del secretario general del Sadop-Rosario, Martín Lucero. Junto a su par de Amsafé provincial, Sonia Alesso, reclaman por "políticas públicas activas, que se ocupen de los barrios, porque está claro que la educación sola no resuelve la injusticia social". Exigen "un Estado presente" y que no se naturalice la muerte de niños y adolescentes. El domingo pasado, Gabriel Alejando Aguirre, un chico de 13 años, que estaba a punto de terminar el 7º grado en la Escuela Nº1.027 Luisa Mora de Olguín de barrio Ludueña, fue asesinado de tres balazos. "Era el mejor pibe del barrio", como lo definieron sus compañeros.
Después del clásico del domingo, Gabi —así lo llamaban— estaba con un grupo de chicos de Newell's, llegó otro con hinchas de Rosario Central, y lo que comenzó con cargadas terminó con el asesinato de este chico. El lunes lo velaron en la escuela, más conocida como "la del padre Montaldo". Los máximos representantes de los gremios docentes en la provincia coinciden en solidarizarse con esta comunidad tan golpeada, pero sobre todo en exigir que no se postergue más la atención a los más marginados. De no hacerse, "las muertes seguirán ocurriendo", advierten.
Desatención. Alesso y Lucero acordaron en que hechos trágicos como estos desechan ese discurso que sostiene que "la escuela, la educación todo lo puede", y ponen en evidencia la desatención en la que viven los sectores más vulnerables.
"A esta escuela (la Nº 1.027) la roban, le prenden fuego, las maestras hacen rifas para juntar plata, campañas de concientización, abrazos solidarios, tienen un proyecto inclusivo como ninguno, una orquesta que va en ese mismo sentido, que es referente, a tal punto que cuando el chico muere lo llevan a la escuela ¿Qué más se le puede pedir?", cuestiona Lucero en voz alta para poner el alerta en las presiones que día a día caen en comunidades educativas como la de Ludueña.
Para el dirigente de los docentes privados esto "genera desamparo". Asegura que "la escuela ayuda a igualar en oportunidades, pero únicamente si hay otras políticas públicas también inclusivas".
"Si no se acompaña la política educativa con otras de desarrollo social, de salud, también de seguridad —no represivas sino preventivas— la escuela seguirá desamparada", afirma y profundiza: "Con sólo recorrer el barrio saltan a la vista las carencias".
Lucero recuerda que una vez más a esta comunidad le toca una tarea muy grande: poner palabras a lo inexplicable. Rescata el trabajo comprometido de los docentes, que permanecen junto al barrio. "Este no es un dato anecdótico, tiene que ver con lo que decía el padre Montaldo «nos siguen matando los chicos nuestros pero la escuela sigue trabajando en la idea de que esto no es normal, que hay otro camino»".
El dirigente de los maestros privados dice que trata de buscar una explicación por la cual un tipo le pega un tiro a un nene de trece años: "Hay toda una situación causal que el Estado no está resolviendo. No es un problema de educación, es de condición social, de marginalidad, de los están al margen de todo".
Solidaridad. La opinión de Sonia Alesso va en el mismo sentido que la de Lucero. La titular del mayor gremio de los docentes públicos, y secretaria adjunta de la Ctera, describe "como grave estas situaciones que no sólo ocurren en las grandes ciudades sino también en pequeñas localidades de la provincia".
"Primero va nuestra solidaridad con la comunidad educativa de la Escuela 1.027 y el padre Montaldo que trabaja incansablemente para incluir a los niños y jóvenes de los sectores más vulnerables", expresa Alesso y enseguida demanda la urgencia de "políticas públicas destinadas a prevenir estos hechos que nos están matando a nuestros pibes".
Afirma que no son pocos los casos y que la tarea más apremiante a asumir es "no naturalizar estas muertes". "Tiene que haber un pronunciamiento, no se puede permanecer indiferente. Hay que exigir al gobierno provincial y sus autoridades decisiones claras" para terminar con estas tragedias.
Alesso conviene con Lucero en que esta tarea es de todos los ministerios, además de las organizaciones y sectores sociales. "Esta no es una preocupación solamente de la escuela. Excede a la educación, y deja a los maestros en una situación de angustia y soledad que es terrible", considera.
Recuerda que este malestar ya se lo han planteado a la ministra de Educación provincial, Claudia Balagué, a quien le han solicitado jornadas para analizar esta afectación, además de la premura de conformar gabinetes interdisciplinarios que acompañen a las escuelas.
Niños y jóvenes. También remarca que desde la Amsafé provincial se oponen a "cualquier intento de querer bajar la edad de imputabilidad de los menores", que reclaman algunos sectores de la sociedad como si esa fuera la solución a problemas tan graves y complejos.
Para Alesso, "es urgente que el gobierno construya una mesa que defina políticas públicas para atender en forma integral a esta problemática". "Es el Estado el que debe garantizar la inclusión plena de niños y jóvenes. La escuela sola no puede resolver una situación de injusticia social".
En agosto pasado, en una nota publicada en este suplemento, quien fuera directora por casi 30 años en la Escuela Olguín, Ana Solhaune, advertía que "los agujeros de la exclusión social se llenan con droga y violencia". Analizaba en ese reportaje que la violencia y la expansión de la narcocriminalidad en el barrio no eran "producto de una sucesión de la mala fortuna". "Convengamos —manifestaba— que todo esto que pasa, al menos en nuestro barrio, es consecuencia de haber sostenido durante demasiado tiempo una pobreza extrema".
Y para ser más gráfica con su discurso enumeraba las carencias extremas del barrio, desde falta de viviendas dignas a servicios básicos. Además de repasar: "Tres o cuatro generaciones que no han visto trabajar a sus mayores, han vivido de las dádivas, el cirujeo o el robo. Vivieron el abandono. Nunca me voy a olvidar de que en la crisis de 2001 las únicas que salían porque conseguían un trabajito por hora eran las mujeres. Los hombres estaban desocupados y se quedaban en la casa, a cargo de los chicos, la mayoría estaba alcoholizada. Entonces cuando vos en el arranque de la vida tenés abandono y desconfianza básicas, ¿qué vamos a pretender que estén haciendo los jovencitos nuestros ahora?".