La crisis de 2001 cercenó, entre otras, la industria editorial argentina. Conseguir un libro especializado para alguna tesis era una ardua tarea y había que pagarlo en euros, tener en nuestras manos la última obra de García Márquez, José Saramago o Umberto Eco era igual de titánico. No obstante y pese a la adversidad, a partir de 2003 en adelante, el país siguió editando libros y, de a poco, continuaron incrementándose las ventas: la Argentina volvía a estar a la cabeza en el concierto latinoamericano, volvíamos a ser uno de los países con mayor capacidad adquisitiva de libros por habitante. Eso al menos fue revelando sucesivamente la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Sin embargo, esta reactivación editorial —en franca expansión— no se ha visto reflejada en el ámbito docente y las cifras que se divulgan sobre maestros y lectura son alarmantes, son bajas, exiguas para un país que produce y exporta libros, sabiendo que éste, el libro, no paga impuestos excesivos ni abusivos, como en otros países de la región, pues en la Argentina el libro no paga el IVA, por lo que un libro acá es más accesible que en cualquier país del continente.
Inquietudes. Entonces, teniendo en el país esta notable oportunidad de acceso ¿Por qué los docentes leemos tan poco? ¿Cuántos libros consumimos por año? ¿Por qué siempre hacemos hincapié con nuestros niños y niñas acerca de la importancia de la lectura, si nosotros directamente no leemos o leemos por obligación? ¿Por qué se hace cargo de la lectura sólo el docente de grado y no los restantes maestros de las otras disciplinas, sabiendo que todos trabajamos en el aula con la palabra escrita? ¿Nos ven nuestros niños y niñas disfrutando de un libro —fuera del manual escolar— en algún momento de la jornada? ¿Nos hemos construido los enseñantes como sujetos lectores?
La lectura, sabemos, es algo transversal en esta sociedad del conocimiento y de la información, es una competencia universal y a la vez un derecho inalienable, y no debe ni puede quedar relegada en la autoridad de una sola persona en la institución educativa, la lectura democratizada y placentera tiene que atravesar todas y cada una de las disciplinas, espacios y áreas curriculares, pues ésta nos atañe y pertenece a todos y debe ser preocupación y cuestionamiento de todos, como resultado en el crecimiento de la práctica permanente y de los años en idéntica función profesional.
En todo caso, sin ser un consuelo, el problema de la escasez de lectura docente no es en la actualidad un conflicto que esté circunscripto sólo a educadores argentinos. Sabemos, por datos aportados desde diversas organizaciones iberoamericanas (OEI, Cerlac, Fundación El Libro, Cámara Chilena del Libro, Ministerios de Educación latinoamericanos, etcétera), que en nuestro continente está muy generalizada esta alarmante carencia y aunque nuestra situación es mejor que en otros países de la región, la Argentina aún debe ampliar y mejorar las políticas públicas que promuevan, fomenten, difundan y favorezcan la lectura, el placer de leer por leer en los maestros.
Las acciones de acercamiento a la lectura en los docentes deberían ser una iniciativa personal (a nadie se le puede obligar a tener un libro en sus manos por decreto), pero cuando la situación comienza a ser crítica y afecta directamente la calidad educativa los Ministerios de Educación de las jurisdicciones tienen que implementar las estrategias precisas, necesarias y suficientes, ofertas inclusivas de perfeccionamiento y capacitación para mejorar o revertir el déficit, pues estamos ante una responsabilidad compartida.
Formación. En nuestra provincia, desde las acciones ministeriales, la oferta de formación continua en este campo específico es inexistente o precaria para las actuales necesidades que el problema amerita y no encontramos un sólo espacio para cubrir esta necesidad, este derecho a la lectura que debe garantizarse. Los cursos ofrecidos hoy en la agenda provincial no contemplan la problemática de la lectura en los docentes, que tiene que estar ligada a las diversas oportunidades de la oferta permanente. En el artículo “El docente: el desafío de construir/se en sujeto lector” (Revista Iberoamericana de Educación, Nº 45/4, 2008), Juana Ferreyro e Inés Stramiello, explican: “El Estado debe asumir un decidido liderazgo en la política pública de lectura para docentes, reconociendo que tanto en su formulación como en su gestión no es responsable exclusivo”.
(*) Educador. Escuela Provincial de Teatro y Títeres.