Siempre tan afectos a los números redondos, la llegada de 2010 invita a asomarnos en la ventana
de la próxima década. Una sola cosa es cierta: jamás en la historia de la humanidad se dieron
cambios tan abruptos y veloces en nuestra vida cotidiana. El embate tecnológico cambió nuestras
vidas para siempre y amenaza con seguir avanzando a un ritmo brutal. Pero ya casi nada nos
sorprende, todo aquello que alguna vez parecía tan remoto como increíble está dentro de lo posible.
Y no deja de ser divertido animarse a profetizar cómo serán nuestros días de aquí a algunos
años.
En computación ya se habla de los qubits, algo así como la representación binaria (los famosos 1
y 0) al mismo tiempo. En criollo básico, hablamos de computadoras mil veces más rápidas que las
actuales. ¿Una exageración? Hay quienes afirman que 2020 nos encontrará trabajando con las PC que
hoy sueñan los científicos de la Nasa.
En la década que viene las computadoras profundizarán nuestra relación internet. Nuestros gustos
y preferencias pasarán por filtros que cambiarán a nuestro propio fondo de escritorio tan sólo con
sentarse frente a la PC, habrá programas que nos sugieran comprar determinados libros o escuchar
alguna banda nueva, incluso nos aconsejarán la receta perfecta para nuestro paladar y mantendrán la
temperatura de la habitación en el gusto promedio de todas las personas allí presentes.
La web ya dejó de ser propiedad exclusiva de las computadoras, y hay quienes sostienen que la
mayoría de los dispositivos hogareños estarán conectados a internet. Habrá tecnología en las
paredes, en puertas y ventanas, y hasta en la ropa, los lentes y las uñas. No será siquiera
necesario saber en qué esquina del planeta estamos en determinado momento: todos nuestros
dispositivos ya lo saben.
Los discos rígidos serán casi obsoletos. La velocidad de internet permitirá almacenar toda
nuestra información en las llamadas
nubes, servidores alojados en alguna parte del mundo. Y la verdad es que da un poco de
miedo: no sólo somos afectos a los números redondos, también a los objetos
reales, las cosas tangibles.
Ian Pearson y Ian Neild no sólo comparten nombre de pila sino también su pasión por los
oráculos. En 2005 estuvieron jugando este mismo jueguito y escribieron a cuatro manos un trabajo
para British Telecom donde aseguraban que, entre 2010 y 2020, una banda de voces sintetizadas
llegará al top 20, habrá juguetes y robots que responderán a nuestras emociones, se podrá crear
vida artificialmente y las computadoras escribirán su propio software. Pero también profetizaron
sobre dientes que se regeneran por sí mismos, ventanas virtuales, tecnología que controla insectos,
el fin de la enseñanza en aulas, orgasmos por correo electrónico y hasta el Orgasmatrón que Woody
Allen imaginó en "El dormilón", allá por 1973.
El cine siempre jugó a darle forma a un futuro posible. Sin ir más lejos, James Cameron nos trae
ahora "Avatar", donde seres tan azules como Los Pitufos saltan de la pantalla gracias a este nuevo
3D, años luz de aquellos intentos algo bizarros de los '80. Y las tres dimensiones también llegarán
a los videojuegos y la televisión, que por estos días empieza a dar el gran salto a la TV digital.
La tele del futuro ya llegó: sonido multicanal, múltiples señales de audio, teletexto, guía
electrónica de programas, canales de radio, servicios interactivos, imagen panorámica... ¿Alguien
había pedido un botón de pausa? Bueno, ya lo inventaron.
En fútbol, lo que viene, lo que viene... son los árbitros tecnologizados. Desde hace un buen
tiempo que la Fifa (una de las siglas más simpáticas del deporte, junto con la Foca) se resiste a
que las máquinas tengan intervención en las decisiones arbitrales. Y está muy bien que así sea: los
humanos errores de los jueces ayudan a mantener viva la pasión por el noble deporte del balompié.
En lo personal, el indiscutiblemente ilícito gol con el que Vélez consiguió el título del Clausura
2009 logró reverdecer mi ancestral enemistad hacia los colores del club de Liniers. Pero
difícilmente la entidad madre del fútbol mundial consiga mantenerse firme en su postura por mucho
tiempo más. Quizás haya repeticiones en vivo en los estadios de las jugadas más polémicas, una
máquina nos dirá si esa pelota traspasó por completo la línea de gol, una chicharra anuncie de
manera oprobiosa una posición adelantada y el
soccer empezará a parecerse un poco más al
football, como le llaman en el país del norte al fútbol de la pelota ovalada.
¿Y la música? Las discográficas perderán la batalla y deberán pensar en nuevos métodos de
comercialización. Es que los músicos hace rato que no las necesitan para grabar el disco debut ni
para promocionarse. Pero, ya está dicho, somos afectos a los objetos tangibles. Los (pocos) regalos
que hice esta Navidad fueron música. Por supuesto, discos y DVD. ¿Existe algo mejor y más simple
que regalar música o un buen libro? Pero las nuevas generaciones no opinan igual. Descargan los dos
temas que les gustan de aquella banda
antigua que se separó antes de que se inventara internet, leen un libro completo en el
Kindle sin problemas,
hojean el diario en el celular,
charlan con sus amigos en Facebook o Twitter. El futuro está en sus manos, y habrá que
habituarse a un mundo con menos papel, menos CD, menos
cosas dando vueltas y más aparatitos que concentren la información y las
comunicaciones.
Se pueden escribir miles de páginas con este jueguito. Probablemente la mayoría de esos
vaticinios terminen por cumplirse. O quizás sólo unos pocos. Da lo mismo: el futuro inmediato nos
depara los avances más increíbles e inesperados, los inventos más descabellados e imposibles, y
nuestra única reacción va a ser: "Ya lo sabía, era cuestión de tiempo".