Toledo fue una vez y erró, fue otra y no tuvo suerte. Repitió en la tercera, la cuarta, la quinta vez y algunas más en los últimos partidos sin resultados fructíferos. Pero el gol le llegó. Justo el día en que sufrió una lesión que lo mantendrá afuera de las canchas un par de partidos. A esta altura nadie puede poner en duda la confianza que él se tiene. Pasar por todo lo que pasó y seguir intentándolo con la entereza con que lo hace, habla de su fe. La misma fe que potenció después de que un colaborador del Padre Ignacio le acercara un “bidón con agua bendita” para sacarse esa “mufa”, según palabras del propio jugador. ¿Por qué no iba a tener fe? Más en estos días, en los que está tan de moda sentir la vida de esa manera… Si todo fuera cuestión de la cantidad de agua bendita volcada sobre sí mismo para alcanzar lo que uno quiere… ¿Qué sencillo sería todo, no? En el fútbol, por ejemplo, se terminarían las palabras, los técnicos, los trabajos, las planificaciones y demás yerbas. La alegría por haber encontrado el gol fue inocultable. La angustia por saber que deberá estar un par de semanas afuera y tener que volver a remarla, sólo él es capaz de dimensionarla. El agua bendita y el gol, un combo perfecto. Un hecho divino. ¿La lesión? Ah, eso ya forma parte de la vida más terrenal, algo que no conviene emparentar con nada ni con nadie en especial y, por supuesto, de lo que debería hacerse cargo otro y no quien dice ayudar a sus fieles seguidores. Creer o reventar.